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Thomas Francis Wallis-Markland, Mr. Frasquito

  • Granada siempre ha mantenido el interés de los viajeros y artistas extranjeros Entre 1905 y 1908, el pintor inglés Frank Hind tuvo una estrecha relación con José María Rodríguez Acosta

NO es nada nuevo el interés que los viajeros y los artistas extranjeros siempre tuvieron por la ciudad de Granada, sus costumbres y sus paisajes. Desde el mismo instante de la toma de la ciudad por las tropas castellanas, comenzó el desfile de visitantes que en mayor o menor medida fueron dejando memoria escrita o pintada de su estancia en la 'Damasco de Occidente', provocando la curiosidad de generaciones posteriores que, espoleadas por esas construcciones mentales antecedentes, volvían su mirada hacia la antigua capital del reino y la tomaban como punto de peregrinaje en sus viajes. Granada, por tanto, se convirtió progresivamente en un puerto donde recalarían artistas de todas partes y diferentes épocas, pero especialmente será a partir del siglo XIX, con la llegada de escritores como Washington Irving y del romanticismo, como forma de vida que impelía a los espíritus inquietos al viaje iniciático y exótico, cuando las visitas serían más intensa y productivas.

Entre los artistas más destacados que pasaron por Granada están figuras como Roberts, Collman, Sorolla, Matisse, Zuloaga, Rusiñol, Regoyos o Sargent; artistas que fueron dejando una imagen particular y muy interesante dentro de la iconología de la ciudad, sus habitantes y sus alrededores, ya que la Vega y la Sierra también fueron motivo de sus preocupaciones estéticas. De esta nutrida nómina entresacaremos un pequeño número de pintores que por su historia personal, su relación íntima con la ciudad o su singularidad, tienen motivos para ser recordados. No estarán todos los que son pero sí será una muestra representativa de una forma de aprehender el espíritu granadino.

Hoy comenzaremos con un interesante pintor inglés llamado Francis Wallis-Markland que anduvo por la ciudad entre 1905 y 1908. Hasta hace poco, Markland ha sido un pintor prácticamente inédito y muy pocos eran los conocedores de su existencia ni aquí ni en Inglaterra. Fue en 2005 cuando se daba a conocer al gran público su figura y su obra granadina, en una estupenda exposición realizada en el Carmen de la Fundación Rodríguez Acosta y apoyada por un catálogo cuyo texto, que debemos a Fernando Carnicero, desvelaba los secretos de este interesante pintor. Entre otras cosas, descubre que la falta de información sobre su vida, anterior a la estancia granadina de comienzos del siglo XX, viene dada por un sorprendente cambio de nombre en noviembre de 1904, pues hasta ese momento se llamaba Frank Hind y había sido un asiduo artista de las exposiciones realizadas en instituciones londinenses de época victoriana, tales como la Royal Academy o la Royal Society of British Artist; así como en Liverpool, Manchester, Glasgow o Birmingham. Era pues, un pintor de cierta importancia del que sabemos que visitó Granada antes de su cambio de nombre, pues existe una vista de la Alhambra y el Albaicín desde la Silla del Moro firmada con su primera filiación.

Del porqué del cambio de nombre no sabemos el motivo; problemas legales o una posible herencia con el cambio obligado de la filiación para que esta fuera efectiva, pueden estar detrás de esta curiosa historia. El caso es que será con su nuevo nombre con el que arribará a Granada y con el que se dará a conocer en el ambiente artístico de la ciudad, del que conocemos con total seguridad su relación con José María Rodríguez Acosta, unos veinte años más joven que él y a quien dejó enseres y obras en su retorno a Inglaterra, que pasó de ser provisional a definitivo. Junto a Rodríguez Acosta es posible que conociera a López Mezquita y a otros artistas del momento, lo cierto es que no pasaría desapercibido a la sociedad granadina, pues nuevamente, con un característico gracejo popular, se le rebautizaría como 'Mister Frasquito'. También sabemos -siempre siguiendo a Fernando Carnicero- que pasó por París y que, probablemente, allí conoció a Rusiñol y su característica obra sobre los jardines españoles que tanto marcará después a Markland en su obra granadina. La amistad entre Santiago Rusiñol y nuestro protagonista llega a tal nivel, que juntos realizan una pequeña joyita que hoy se conserva en el Museo de Bellas Artes de Granada: Atardecer en Granada, firmada por ambos.

En la citada exposición de 2005, se pudieron reunir más de cincuenta obras de pequeño formato, realizadas con pastel o acuarela sobre papel de color e, incluso, papel de lija, que le permitían resaltar la cualidad expresiva del color que brilla sobre el fondo gris, verdoso, azul o marrón, potenciando ese aire enigmático y simbolista de sus escenas. La temática es variada, pero también es la propia que la ciudad genera: vistas del paisaje llano de la Vega desde las alturas de los cármenes, las terrazas de los cármenes con sus macetas, fuentes y personajes; los jardines, entre los que el Generalife ocupa un lugar principal; vistas de la Sierra y espacios urbanos, poblados de unos pocos personajes que marchan a misa o alternan sospechosamente en un rincón. Pero, casi siempre, todas estas escenas están volcadas a las horas extremas del día o a durante la noche. La aurora o el atardecer son los momentos de climax de su obra. La prodigiosa luz granadina es reflejada con especial sensibilidad y ayuda a crear ese mundo irreal pero reconocible que percibimos en su obra. Punto y aparte situaríamos la serie sobre gitanerías; escenas prototípicas, pero que en esa luz crepuscular, en un recóndito rincón de un jardín o ante la puerta de la cueva, nos hacen pensar en el mundo idealizado del cante jondo y de la visión de los intelectuales sobre el mismo. Lo que poco tiempo después captaría y desarrollaría Manuel de Falla en La vida breve o en El amor brujo, obras de las que Wallis-Markland hubiera sido sin duda un magnífico escenógrafo.

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