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RAFAEL GUILLÉN: "Un genio como García Lorca quema"

El recóndito despacho de Rafael Guillén (Granada, 1933) parecía ayer el camarote de los hermanos Marx, con una nube de periodistas alrededor del autor, casi más felices que el propio ganador del Premio Lorca de Poesía. Últimamente, cuando salía a comprar el pan o la fruta, se le acercaban las señoras para preguntarle cuándo le iban a dar de una vez el galardón. Y el autor de Los estados transparentes salía al paso con su habitual sentido del humor. Cuando le dicen que ya le tocaba a un granadino responde que la condición sine qua non era que no hubiese un poeta mejor en las Islas Galápagos. "Se supone que el premio se le da al mejor poeta, no al mejor granadino. Dígame que no hay allí un poeta mucho mejor que yo", afirma el flamante ganador de la undécima edición del Premio Lorca de Poesía y el primer granadino en tocar la Luna lorquiana.

Rafael Guillén es todo cercanía, como cuando trabajaba en el Banco Hispano Americano y hasta allí se desplazaba un periodista para entrevistarle. Llamaba a un compañero para que ocupase su lugar y, acodados en un mostrador en el que un segundo antes se había firmado un cheque o una letra, despachaba al plumilla sin necesidad de citarse en el hall de un hotel lujoso. "Son ya cerca de los 82 años, están los achaques, la pierna, las fibrilaciones...", enumera Guillén para pasar a hablar a continuación de su último libro, Esta pequeña eternidad, que será presentado oportunamente el próximo martes. "Siempre volvemos a los orígenes. No existe el tiempo, existe la Historia", explica y, justo en ese momento, suena el teléfono del despacho y lo descuelga. Es Javier Bozalongo, su editor. "Tengo aquí a las televisiones y los fotógrafos y les estoy hablando de tu libro. Creo que esto está teniendo más repercusión que el Premio Nacional, cuando los fotógrafos y las cámaras estaban haciendo cola por las escaleras, porque yo vivía en una casa de tres plantas. Pues ahora más todavía...", le confiesa a Bozalongo. Cuelga y uno de los cámaras presentes, con la confianza que transmite el propio autor, descuelga el teléfono para que no haya más interrupciones. Sobre la mesa de su despacho hay unas fotocopias con un nuevo libro y se disculpa por no enseñar el manuscrito original porque todo este material lo donó hace unos meses a la Biblioteca de Andalucía.

Tras este lapsus, el escritor reflexiona sobre el hecho de ganar por fin el premio después de llegar hasta las últimas votaciones en los últimos tres años. "Dada la publicidad y el interés que ha despertado para mí significa una alegría. Podía haber caído en otro, pero Granada se merecía el premio ya", comenta tras la mesa de su despacho, impecablemente vestido con una camisa blanca con los puños azules vueltos. "Este galardón reconoce tanto a mis compañeros de la Generación de 50, como José Carlos Gallardo, Pepe Guevara o Elena Martín Vivaldi, como luego a las sucesivas generaciones en las que yo he ido participando menos. Ahora concretamente, la poesía granadina está en pleno auge",

Y mientras su hija recibe al continuo goteo de periodistas en la casa familiar, Rafael Guillén demuestra que la poesía no mira el DNI de nadie y que hay autores acabados con 20 años y otros que han superado los 80 y que están en plena forma. "La ciencia, la técnica, la física o la medicina, han avanzado tantísimo que no podemos estar escribiendo ahora con los cánones con que se escribía en el siglo XX, y menos en el XIX. La poesía amorosa ya no puede tener arpas como tenía la poesía de Bécquer, ni puede tener bocinas de barco triste como la de Neruda... Estamos en un nuevo siglo y un nuevo milenio. Del XIX al XX se pasó del romanticismo al modernismo Y ahora se ha pasado a otro siglo", explica el autor del tirón aprovechando que el teléfono está oportunamente 'inutilizado'.

Y aunque opina que estas nuevas formas se podrán estudiar con más claridad dentro de 50 años, insiste en que tiene que haber algo que se adapte a lo que ya significa el siglo XXI. "Reflejar todo eso en la poesía es muy difícil. Por eso he intentado distorsionar el tiempo y el espacio, meterme con la ecuación de Einstein, pero siempre con ese sustrato poético. No se puede hacer poesía sin física", continúa un autor al que el jurado del premio calificó como un poeta "relativamente silenciado". Él tiene claro que no es un hombre mediático, entre otras cosas porque, aunque no huye de la vida literaria, sí ha sabido mantenerse al margen de las veleidades poéticas. De hecho, de haber sido premiado otro autor granadino, el galardón habría entusiasmado a la mitad de los poetas de la ciudad y habría amargado el día al resto; pero en su caso no hay tal división y todos brindaron ayer, por separado.

En cuanto a unir su nombre al Premio Lorca, echa de nuevo mano de su sentido común para afirmar que él siempre ha estado unido a su figura, ahora que hay un premio con su nombre dotado con 30.000 euros y un centro dedicado a su memoria en La Romanilla; pero también en los 50 y en los 60, en los homenajes clandestinos al autor del Romancero gitano, rodeados de policías por los secaderos en la Vega o con las galerías del Hospital Real repletas de gendarmes.

A la entrada de su casa, en una silla, hay un montón de sombreros. Está la gorra de cuero que utiliza durante el crudo invierno granadino, pero también están los livianos sombreros panamá con los que ha recorrido todo el mundo, siempre con una libretita a mano. "He estado viajando siempre, he escrito en muchos países. Desde las islas indonesias al canal de Magallanes, en China en Nepal, en India...", enumera para centrarse en un poema que escribió cuando visitó la tumba de Pablo Neruda en Isla Negra. Iba tomando notas en el coche hasta que, ya en el hotel, cogió el aire y escribió Llegar hasta Isla Negra.

Rafael Guillén, el undécimo Premio Lorca de Poesía, sigue respondiendo preguntas y en ningún momento se le ve cansado y con ganas de cerrar la puerta y recuperar la tranquilidad. En las anteriores ediciones, el periodista de turno tenía que llamar a deshoras a Cuba o México para casi sacar de la cama al premiado. Ayer bastó con coger un autobús de la LAC para, minutos después de hacerse público el fallo, estar ante el flamante ganador.

Ahora le toca bajar a la unidad móvil de una radio apostada en la calle para seguir respondiendo preguntas. Todo es normalidad y, si como suele elucubrar Guillén, el tiempo es circular, su nombre y el de Lorca estuvieron ayer en el principio y en el final de ese círculo. Y eso que "un genio como Lorca quema".

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