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Últimos días de la víctima

  • En el sello editorial Ultramarina acaba de aparecer 'Lorca, el último paseo', una valiosa aportación a la ingente bibliografía que ha generado el asesinato del poeta

En Granada, en su Granada, Federico García Lorca tiene algo de ineludible. De un lado es el mayor poeta que nuestra tierra ha dado al mundo y probablemente el mayor que dé nunca (pero ésta es otra historia); de otro, es como una sombra acaparadora que lo devora todo. Lorca es él, el poeta mayúsculo, y además todos y cada uno de cuantos dejaron su vida en la Guerra Civil. Su obra es ejemplar, y en cierto sentido también lo es su muerte. Ahora sabemos que cuando la jauría del Caos se echa a la calle, nadie está a salvo en ningún sitio; ni siquiera los "intocables", ni siquiera entre las cuatro paredes de quienes tienen el viento a favor. Cuando los perros del odio sienten el pellizco del hambre, se sacian con lo que pillan. El último libro de Gabriel Pozo, Lorca, el último paseo (Ultramarina) llega en un momento oportuno. La semana pasada, las excavaciones iniciadas en Alfacar a finales de octubre se cerraron con un revés inesperado: nunca hubo fosas en la zona, se ha suspirado en balde en estos terrenos. Lorca sigue siendo un cadáver incómodo. Para sus verdugos y seres queridos y, cada vez más, para cuantos han intentado reconstruir su historia.

Con este libro, Gabriel Pozo entra en liza en las vestes de abogado del diablo, pues su reconstrucción de los últimos días de la víctima tiene como hilo conductor al verdugo, Ramón Ruiz Alonso, el hombre que lo denunció y detuvo. Pozo no intenta maquillar a este individuo, sino presentarlo bajo una luz matizada. Ruiz Alonso fue un tipo deleznable, pero no un patán. Sus textos -pues también escribió el hombre- nos revelan al típico bravucón con los de abajo, manso con los de arriba; un arribista, un resentido, pero no un necio. Llegó a Granada en 1932 en calidad de linotipista para incorporarse al periódico Ideal, recién fundado por la Editorial Católica, y al poco estaba firmando artículos bien escorados a la derecha en sus páginas. Según Pozo, existen indicios para sospechar que el trabajo en el diario "fuera sencillamente una tapadera para justificar su adscripción obrera, el mono que llevaba siempre puesto, y atraer hacia las derechas a otros obreros moderados". Esto explicaría su meteórica carrera política; una carrera coherente, empero marcada por el deseo de medrar. Tras perder el escaño de diputado de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), Ruiz Alonso cortejó a Falange Española, que respondió con desdén a los requiebros. Quizás el despecho lo llevara a denunciar la presencia de Lorca en casa de la familia Rosales, falangistas todos ellos (Quizás, se ha dicho. Quizás).

Si la participación de Ruiz Alonso en el arresto del poeta es cosa sabida, no está claro en cambio hasta donde llegó después. ¿Le cupo hacer más de cuanto hizo, que no fue poco? Queipo de Llano, por lo visto, propuso la idea de "darle un susto, un escarmiento" al de Fuente Vaqueros; ahora bien, ¿qué puede entenderse por "susto" o "escarmiento" en un tiempo en que las tapias de los cementerios se empleaban como paredones y en las cunetas, de mañana, aparecían los mojones de unos cuerpos rotos? De José Valdés Guzmán, gobernador civil en Granada en estas fechas, debió salir la orden de detención y la de fusilamiento; la pregunta, en su caso, es ¿por qué llegó a este extremo? La respuesta tal vez sea tan sencilla como imaginamos; en definitiva, muchos otros murieron por mucho menos. En las primeras semanas de la Guerra Civil, Granada era un islote nacionalista en medio de un territorio republicano; la estrategia local pasaba por eliminar toda oposición (activa o pasiva) dentro de la ciudad -Valdés Guzmán firmaba sentencias de muerte sin mirar siquiera los nombres de los condenados- y de Lorca se había dicho que era el niño mimado de la República.

Lo grotesco del caso es que, al final, el asesinato de Lorca acabara por disgustar a todos. Si vivo era una sombra molesta por sus simpatías políticas, sus críticas a la élite granadina o su homosexualidad, muerto fue un nubarrón para sus enemigos. La Falange se desmarcó de inmediato; no querían tener nada que ver con el asunto: "nada más acabar la guerra, los falangistas afirmaban que a García Lorca lo había matado gente sin escrúpulos llegada de fuera (Ruiz Alonso y José Valdés no eran de Granada ni convivieron con García Lorca). De Queipo de Llano nadie hablaba, porque seguía vivo", explica Gabriel Pozo. La repercusión internacional hizo el resto: "Franco, en público, trataba de justificar la muerte de Lorca como una más de las ocurridas en momentos confusos, sin reconocer el fusilamiento por orden oficial; pero en privado, maldecía el día, la hora y a las personas que tuvieron la idea de fusilar a Lorca". La cosecha de muerte del bando nacionalista le pasaba factura. Había bastado la de Lorca para que, a los ojos del mundo, el régimen tuviera las manos manchadas de sangre.

Respecto a otros historiadores, Gabriel Pozo insiste en dos tesis diferentes, aunque complementarias, que responderían aceptablemente a la pregunta del por qué lo mataron. Según la información recabada, Queipo de Llano habría atentado contra Fernando de los Ríos en la persona de Lorca, su discípulo. De los Ríos, la presa codiciada, militaba en las filas del PSOE desde hacía décadas y su labor docente en nuestra ciudad había soliviantado a los capitostes locales: "Si Fernando de los Ríos hubiese sido sorprendido por el alzamiento en Granada, es segurísimo que habría sido el primero en ser ejecutado", comenta Pozo. Por otro lado, Valdés Guzmán también estuvo enemistado con la familia Rosales y, a través del castigo a Lorca, quizás quisiera zaherirlos (Quizás. Se ha dicho quizás). En ambos casos, Lorca es una pieza en tableros ajenos. ¿Y Ramón Ruiz Alonso? Según Pozo -haciéndose eco de las palabras de Emma Penella, hija de Ruiz Alonso-, éste habría sido una cabeza de turco para las partes implicadas, una cómoda espalda sobre la que descargar la culpa.

Si García Lorca está lejos de descansar en paz, tampoco sus biógrafos las tienen todas consigo. Entre tanto, las pesquisas para completar el relato de su vida y de su muerte están teniendo el efecto benéfico de mantener abierta no una herida, sino un debate histórico del cual quienes estén dispuestos a aprender aún pueden extraer muchas y muy preciosas lecciones.

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