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Cuando las dos putas...

De: Friedrich Schiller. Compañía: La Fundición de Sevilla & Tranvía Teatro. Intérpretes: Cristina Yánez, Mª José Moreno, Ana Ropa, Yvonne Medina, José Chaves, Emilio Alonso y Miguel Pardo. Escenografía: Juan Ruesga y Vicente Palacios. Versión, dirección y puesta en escena: Pedro Álvarez-Ossorio. Lugar: Teatro Alhambra. Fecha: sábado 30 de octubre de 2010.

Existe un erotismo del poder. ¿Hacia dónde apunta hoy la María Estuardo que Schiller escribiera 200 años atrás? Entiendo que sigue apuntando a invocar en el espectador la misma pregunta que Goethe, por carta escrita, remitía para el caso a Schiller: "Quisiera saber lo que dirá el público cuando las dos putas se encuentren y se echen en cara sus aventuras...". El poder como una gran casa de putas, simbólica y literal.

Para esta coproducción entre La Fundición y Tranvía Teatro, la pieza, parece decir, entronca con la hipervigilancia de un Gran Hermano. Una lectura, a mi modo de ver, un tanto vaga, que resta protagonismo a La Estuardo (y, por tanto, a la escena medular, el careo) centrándose en el dilema de una Isabel incapaz de firmar la sentencia de muerte de su enemiga, acosada virtualmente en escena por videocámaras. Videocámaras que se dan a leer en escena con toda su modernidad tecnológica, funcionan como una actualización explícita pero de no se sabe muy bien qué vaguedad (¿son el acoso del 'Pueblo', la ética o la alta moral, la nobleza que apoya la monarquía protestante?). Proyectan un friso, un collage de imágenes, en la pared de fondo que emplasta la imagen borrosa del parlamento de la reina en escena con imágenes de peatones, calles y tráfico. En la puesta en escena falta el ritmo trepidante de suspense e intrigas, todo queda impregnado de un tempo -lento- dramático que no sirve bien a la narración.

Hay una apuesta fuerte. La inclinación en el tándem protagonista hacia la reina Isabel, que no está en el texto de Schiller. Donde hay un paralelismo absoluto entre iguales, combatientes de un mismo peso, pesado (igual que en aquellas fotos donde nos mostraban los reales traseros, las posaderas, subiendo la escalinata de Letizia Ortiz y Carla Bruni), y en el que todo el suspense -casi el morbo- se articula sobre el advenimiento del encuentro, el careo, el boxeo, la pelea de gallos, de putas, prometida; y que se simultanea -poderosamente en el texto- con las intrigas de todo un coro de nobles bajo el influjo de la Belleza, el goce del poder que rezuma bajo una falda u otra (cada uno a su liguero fetiche: papista o protestante).

No funciona el careo entre las protagonistas, en parte porque se recortan multitud de escenas del lado de La Estuardo, pero sobre todo porque interpretativamente no andan, ni mucho menos, a la altura una de otra. La actualización pasa por baronesas y secretarias, una 'Lady' donde hubo un 'Sir'; y visualmente, por el tacón alto, raso y transparencias para ellas, trajes de chaqueta, corbatas, móviles y pistolas. Acertada es la sobriedad escenográfica que da protagonismo a la alfombra roja que corta el suelo, el espacio narrativo simbólico, en diagonal. Pero sin tierra firme, sin pisar en Schiller ni en la actualidad.

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