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El mundo, en una chapa

  • La galería Sandunga muestra hasta el próximo enero una exposición, 'Beber con los ojos, de Alejandro Gorafe', basada única y exclusivamente en los tapones de las botellas de refrescos y cervezas

Sólo a una persona en el mundo se le ocurrirían cosas como ponerle dos ruedas a una piedra y llamarla Canto rodado o colocar clavos en una silla y titular la obra ¡Ojo! Pincha. Y esa persona es Alejandro Gorafe uno de los artistas más ingeniosos y creativos que hay en España. Ahora salta con una nueva locura, la muestra Beber con los ojos, que se puede contemplar en la galería Sandunga hasta el próximo mes de enero. Para ella sólo se ha servido de un único objeto: las chapas de los refrescos, que ha ido coleccionando a lo largo de tres años. Gorafe ha metido el mundo en una chapa.

En una de sus obras, el artista granadino llega a utilizar... ¡17.000 chapas! Se dice pronto. Y cada chapa lavada y enderezada, como si nunca hubiera llegado a ser el tapón de una botella. Se trata de un trabajo de una infinita paciencia.

"¿Que cómo se me ocurrió esta exposición?", dice repitiendo la pregunta que acaba de oír. "Bueno, la gente siempre se reúne en los bares y es un punto de partida para miles de historias. A mí me parecía muy atractiva la estética de las marcas, ya que mi obra siempre ha estado muy próxima al arte pop. Las chapas me parecían un elemento que podría rescatarse. Y como el reciclaje es algo que también practico mucho, decidí ir adelante con la idea".

La idea era utilizar las chapas como un elemento artístico para crear una obra visual, a veces arquitectónica, a veces como un mosaico, otras veces como un tejido. Y de un objeto tan cotidiano, casi tan invisible, Gorafe ha creado todo un entramado de ideas.

"Yo tengo varios bares a los que suelo ir de tapas. A los dueños les pedía que me guardasen todas las chapas que pudieran. Quiero agradecerles públicamente a todos esos locales su aportación, porque yo sólo jamás habría podido hacer esta exposición: eran miles y miles de chapas. Luego tenía que seleccionar las chapas, lavarlas, enderezarlas, secarlas y volver a seleccionarlas. Fue un proceso de juego y manipulación. Un trabajo de chinos".

Gorafe se ha dedicado de lleno a esta exposición durante los últimos tres años. "Pero he disfrutado mucho con ello", dice ahora. "Es como una forma de devolverle al público lo que el público ha desechado y devolvérselo con otro aspecto".

Según el artista granadino, cada obra cuenta una historia. "Cada obra es como una puerta abierta a un camino. Es como una plaza con muchas calles". Aunque la mayoría de las piezas expuestas no tienen título, sí contienen muchas sugerencias. Una de las más llamativas es una 'escultura' que simboliza un agujero negro y que está hecha exclusivamente con chapas de Coca-Cola. Otra parece un mosaico con un laberinto en espiral. Pero, sin duda, la más laboriosa es una pieza de forma circular con insinuaciones de espiral en la que Gorafe utilizó las chapas puestas de canto. Fue la que requirió las 17.000 piezas. "Y lo sé, porque las conté", comenta ahora.

De ahí da un salto de gigante y ofrece una sorpresa: una chapa sola, única, dentro de una lujosa caja, como si fuese una joya preciosa, bañada en oro de 24 kilates. De esa obra Gorafe sí ha hecho veinte réplicas que se pueden comprar a 175 euros. Las veinte chapas están numeradas y firmadas por el autor. La caja está especialmente diseñada para contener la chapa de oro.

"La obra que más trabajo me ha costado hacer es la que simula ser un agujero negro", comenta. "Había que pensarla mentalmente y no podía dibujarla. Quería jugar con la curvatura del espacio, hacer una compleja mezcla de espacios. Es una obra redonda en su forma y en su concepto".

Si el visitante se fija detenidamente en la obra, se dará cuenta de que Gorafe no sólo se limitó a lavar y enderar los tapones, sino que se dedicó también a agujerearlos por los cantos. "Cada chapa está agujereada tres veces y tiene tres cortes, además de seis movimientos de manipulación", explica. "Es casi arte post-industrial, como si lo hubiese hecho una máquina. Pero no. En este caso, la máquina he sido yo".

La exposición, que se podrá ver hasta el 11 de enero, da fe también de la constancia del creador. "Es un trabajo que necesita mucho tiempo, mucha dedicación, muchísimos experimentos. No existen bocetos, porque era imposible dibujar las obras. Muchas obras me llevaban a otras. Un experimento te llevaba a otro".

Aparte de la muestras que pueden contemplarse en la exposición, hay otras ocho obras que no se muestran por falta de espacio. "No dialogaban tanto como las que están expuestas", explica Gorafe. "Tal vez las enseñe en otra ocasión". Lo curioso es que, una vez que ya ha montado una exposición, Gorafe pierde el interés por ella y comienza a pensar en nuevos proyectos. "No sé si la muestra irá a otros sitios... Tal vez aparezca algo en alguna exposición colectiva. A mí no me gusta hacer dos veces la misma exposición", señala.

Alejandro Gorafe siempre se ha caracterizado por ver en un objeto cotidiano lo que otros no ven, de imaginar todas las posibilidades a un trozo de cartón o una botella. Hace años, decidió reciclar latas de refrescos, cortarlas y formar con ellos trilobites, los famosos fósiles en forma de caracol. Y los llamó precisamente así, Fósiles de la Alhambra. En otra ocasión decidió coger un alambre, lo dobló para que hiciese la silueta de un bote de perfume y lo insertó sobre un motor de juguete. Al dar vueltas sobre sí mismo, el alambre producía en el espectador de que estaba en presencia, precisamente, de un frasco de perfume.

Pero no sólo se quedaba en esas genialidades. Gorafe siempre ha jugado mucho con el sentido del humor. Una vez compró la figura de un Cristo en la cuna y le colocó unas gafas de culo de vaso. Tituló la obra como Cristo con seis Dios-trías. En la muestra Beber con los ojos se dedicó a 'forrar' una silla de madera con cientos de chapas. Como objeto de descanso no es muy recomendable, pero el ingenio del artista hace que muchas veces el espectador suelte una carcajada, como cuando Gorafe cogió una lámpara de araña y, en lugar de bombillas, puso las piernas de ocho maniquíes. Tituló la obra La mujer araña. Una y otra vez, el artista sorprende, encandila, entusiasma y, sobre todo, apabulla con la terrible paciencia que debe tener para coger un objeto como una chapa de refresco y trabajarla por miles para crear una pieza concienzuda.

Gorafe, además, es un buscador incansable de cosas. Se pasa la vida mirando por la calle, dándole vueltas a cualquier objeto que cae en sus manos, mirando las posibilidades de destruirlo para construirlo de nuevo. Como una especie de Ferran Adrià de las cosas, Gorafe ha sabido desconstruir una chapa.

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