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El gran arte de lo pequeño

  • El escritor granadino Carlos Almira publica el libro 'Fuego enemigo', una estimable aportación al género del microrrelato, que pasa en la actualidad por un momento excelente

Carlos Almira. Nowevolution, Madrid, 2010.

A día de hoy, de Carlos Almira conozco dos novelas y un libro de relatos; 'de microrrelatos', tendría que decir. Una de las novelas, Jesuá (2005), es una biografía de Jesús de Nazaret inspirada en los evangelios gnósticos; la otra, Issa Nobunaga (2009), una incursión en el Japón de la espada y el crisantemo; son dos obras muy diferentes en temas e intenciones, hermanadas por la formación como historiador de Almira y por una prosa decididamente escorada hacia lo intimista. El libro de relatos - 'de microrrelatos', quería decir- es algo distinto y tan estimulante que uno estaría tentado de presentarlo como la horma de su zapato o un laberinto, en definitiva, en el que invitaríamos al autor a perderse a menudo.

Fuego enemigo es un conjunto de relatos - 'de microrrelatos', pardiez-, un género en alza, pujante, lo que no está nada mal en tiempos de crisis. Un género cuyas hechuras reflejarían o responderían a la celeridad, pluralidad o fragmentación de estos tiempos que corren. Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos -ahora sí- de microrrelato? Podría abordarse de manera esquinada y decir qué es a partir de lo que no debiera ser. A saber: El microrrelato -cualquier relato- no será jamás una simple ocurrencia aunque, en la búsqueda denodada del asombro, el narrador esté tentado de aferrarse a ésta como a clavo ardiendo. Puesto que la narración breve descansa en siluetas apenas entrevistas, el microrrelato sería algo así como el depositario de sombras, sospechas y sugerencias, no de certezas (Un aspecto que lo hace sumamente tentador). Tampoco sería necesariamente una instantánea aunque, dada su brevedad, el instante sea una instancia propicia. He estado a punto de escribir que la vida de un hombre cabría en unas pocas líneas a poco que el biógrafo se lo propusiera, pero caigo en la cuenta de que, demasiadas veces, no son necesarios grandes esfuerzos de síntesis para que una existencia quepa en esas pocas líneas. Otro punto a favor del microrrelato. Éste no será, en cualquier caso, un mero apunte, sino un ejercicio de depuración (extrema y exigente) de la anécdota y sus atributos. Nada debe faltarle, nada sobrarle.

Sigamos escarbando. Philip K. Dick planteó una distinción sustancial entre el relato y la novela; la diferencia entre uno y otra residiría en lo siguiente: "Un relato puede tratar de un crimen; una novela tratará del criminal". Retomando el símil, diríamos que la diferencia entre el relato y el microrrelato sería ésta: si en el primero, el protagonista podría seguir siendo el criminal, el protagonista del segundo debiera ser el cuchillo. Intentaré explicarme: en el proceso de refinamiento al que acabo de referirme, el microrrelato está obligado a escoger los elementos esenciales de la trama, como ese cuchillo que digo, y apostar por la intensidad. El narrador debe conjugar un lenguaje que diga más con menos palabras, que dé más en menos espacio, que deje más en menos tiempo. Tendría que decantarse por un lenguaje más cercano a la poesía que a la novela. Me atrevería, parafraseando a André Breton, a proponer este axioma: "El microrrelato será poético o no será".

En Fuego enemigo tenemos numerosos ejemplos prácticos de cuanto digo. Carlos Almira ofrece un centenar largo de ficciones súbitas, un puñado de trigo dorado, tallas minúsculas, dardos narrativos de puntas afiladas que atraviesan con extrema facilidad la carne del lector. La depuración y la precisión mostradas por Almira en "el gran arte de lo pequeño" -la definición es suya- son dignas de encomio. Al rigor formal, debe sumarse una inventiva harto estimulante. Fuego enemigo hace un espectacular despliegue de temas de ascendencia fantástica que impregnan las páginas de un sugerente halo misterioso: tratos y contratos con diablos de variado pelaje, viajes a otros mundos y a otras épocas, metamorfosis en una y otra dirección -hombres que se transforman en animales, animales que se transforman en hombres-, estatuas y espejos que no son únicamente estatuas y espejos, monstruos recuperados de una tradición milenaria o fruto de una cosecha propia, acertijos y arcanos, visiones y alucinaciones, y lo que dije líneas atrás: sombras, sospechas y sugerencias. Las mejores piezas son como una lumbre que deslumbra, un cálido fuego, no importa si amigo o enemigo, al cual el lector se arrimará de buen grado.

Sergi Pàmies. Anagrama, Barcelona, 2010

Sergi Pàmies. Anagrama, Barcelona, 2011.

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