Mayte Olalla

El empeño de taparnos la boca

FUE una gran sorpresa no ya el comprobar el respaldo que con sus votos me dio la población granadina sino además ser la única representante de mi partido que salió elegida en una capital andaluza. Ello supuso una doble carga de responsabilidad que afronté desde un primer momento con mucha ilusión y respeto.

Llegué con la certeza de poder poner mi granito de arena en la lógica política actual que desde nuestro punto de vista tiene poco de "lógica" y de política con mayúsculas y mucho de sectarismo y partidismo. Es decir, llegué con el convencimiento de poder hacer ver tanto a la ciudadanía como a mis compañeros ediles, que tenemos que recuperar el concepto real de política como instrumento del ser humano para convivir de la mejor manera posible y hacernos la vida más fácil y no como la forma de mantenerse unos cuantos en el poder a costa de lo que haga falta y al margen de si ello supone o no un beneficio para la ciudadanía. Llegué con la esperanza de ayudar a devolver a la política su sentido genuino para que vuelva a ser percibido por la gente no sólo como algo inherente y necesario a la propia existencia del ser humano sino el único modo de convivir de la mejor manera posible, de solucionar nuestros problemas de convivencia. Porque creo que este es el problema de raíz que está detrás de cualquier solución posible al convulso presente: si quienes tenemos la responsabilidad de tripular este barco y llevarlo a buen puerto no partimos de que hemos de hacerlo siguiendo el rumbo adecuado para los intereses de la ciudadanía, que ese debe de ser nuestro principio primero y último ante cualquier decisión que tomemos en el día a día, jamás podremos salir de esta crisis, que antes que económica, es política por eso mismo: porque los mal llamados políticos han olvidado que están aquí al servicio de y no para servirse de.

Me he encontrado con una casta, con una serie de personas que, al margen de su supuesta ideología, se reconocen entre sí porque se han dado unos a otros un estatus y una serie de supuestos derechos, que desde mi punto de vista son privilegios nada justificables, y que ante todo y sobre todo se protegen los unos a los otros. Me he encontrado con personas que viven en una especie de mundo paralelo y que se creen en el derecho e incluso el deber de vivir así. Y esto hace aún más difícil la casi quijotesca empresa de devolver a la política su sentido genuino. Porque además, cuando te acercas a un grupo humano que comparte una serie de características, si las pones en entredicho, no pueden evitar sentirse incómodos y entonces deciden intentar cerrarse en banda y expulsarte, anularte, obviarte e incluso, a ser posible, aniquilarte.

Me he encontrado que la mezquindad, las mentiras y las medias verdades se utilizan sin pudor y de la forma más ruin posible. Y todo ello se asume como "parte del juego". De hecho, ha llegado a tal grado todo ello que entiendo que presumen que es parte del propio concepto de política que comparten y que desde luego nada tiene que ver con velar por el bien común. La verdad es que un panorama así es bastante desolador y más cuando estás sola, al menos formalmente. Pero a su vez ello reafirma más que nunca la necesidad de seguir en el empeño: cada vez soy más consciente de la necesidad de nuevas voces y concepciones de lo que debiera regir en política. Y el empeño de los partidos al uso en taparnos la boca, me hace estar cada vez más segura del poder que tiene la sensatez y de que esta casta y esta forma de pervertir la política tiene los días contados, porque por más que quieran ignorarnos sencillamente, al igual que los absolutismos y las dictaduras, esto, que no tiene nada que ver con la democracia, tiene forzosamente los días contados.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios