LAS noches de verano abren ventanas indiscretas tras las celosías por las que se cuela un rumor inconcreto de ranas y mosquitos. Noches de calma tras los tapiales antiguos hechos con agua de las acequias del monte arriba y con la tierra oscura de la Alhambra y con algo de la cal que sudan los adoquines de la Carrera durante los largos días de julio. Noches de verano del Albaicín Bajo, que así han sido desde que el río fue río o desde que algunos, hace ya bastantes años, quisieron venirse a vivir junto a él para crear un barrio al que llamaron el de Axares, como la acequia que le daba vida y que, según cuentan algunos, quería decir que era el barrio de los elegidos, porque el frescor del río en el verano y el sol del mediodía en el invierno, lo hacía envidiable al resto de la ciudad. Un lugar para vivir que se ha perdido y del que muchos de sus habitantes, cada noche y poco a poco, piensan en marcharse.

Hay quien dice que la culpa es del aislamiento al que le ha sometido el Ayuntamiento con una medidas de regulación del tráfico que sólo tienen como objetivo contentar a unos empresarios del turismo local, cada vez más ramplones y miserables, a costa de los vecinos.Pero estas medidas no han venido más que a colmar un vaso que unos y otros han ido llenando con obsesiva dedicación destructora.

Unos con acciones y otros con omisiones, unos actuando con premeditado cinismo y otros, con más cinismo aún, mirando para otro lado y como si la cosa no fuese con ellos, como si nunca hubiese ido con ellos una historia que se empezó a fraguar cuando alguien descubrió que, para hacer el gran negocio en el barrio, sobraban los vecinos y se empezó una concienzuda labor de acoso, en nombre de la ley o pasándosela por la entrepierna. Y dijeron que no iba con ellos el ruido que convierte el Albaicín en un infierno, ni la basura que sólo se limpia en el Paseo, ni los cables colgados en las fachadas, ni las obras inacabadas que la crisis ha ido dejando tiradas por el barrio, ni que el Sacromonte se haya convertido en la mayor discoteca de Europa que sólo compite con el palacio de los Córdova o con el Carmen de los Chapiteles en quién pone la música más alta para cerrar el tradicional ciclo nupcial albaicinero que inicia un burro, pobre animal, paseando payasos vestidos de payasos en las despedidas, cuidando, eso sí, que no te atropellen los easy way porque las aceras las ocupan mesas o anuncios de paellas congeladas, raciones de tapas o cerveza con tapón a dos euros y medio. Axares, triste Axares.

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