El Observatorio

josé Carlos Del Toro

ESA

SEGURAMENTE pocos de Vds. estén al tanto del significado de esas tres letras en mayúsculas, de ese acrónimo, mientras que, paradójicamente, sí lo estén de su homólogo NASA. Sí, ESA son las siglas de la European Space Agency (la agencia europea del espacio), una entidad que deberíamos sentir orgullosamente nuestra, que podría ayudar a crear una verdadera ciudadanía europea y que, sin embargo, permanece casi en el anonimato. Por razones de índole histórica, los estados miembros de la ESA no coinciden exactamente con los de la Unión Europea, pero da igual. La agencia se nutre precisamente de europeos que trabajan en colaboración y que comparten gastos, talento y esfuerzos en aras del bien común. Si sabemos que la NASA puso al ser humano en la Luna o ha enviado naves que ya han salido del Sistema Solar, hemos de saber que la ESA ha aterrizado en Titán, un satélite de Saturno y que lleva diez años viajando hacia un cometa alrededor del cual orbitará y sobre el que se posará en una hazaña sin precedentes. Como estas, podríamos establecer analogías de logros humanos a ambos lados del atlántico, muchos de ellos en colaboración. Sin embargo, mientras que para los medios de comunicación europeos, la NASA ha pasado a ser el paradigma de la certidumbre científica, el moderno oráculo de Delfos (muchas veces sin sentido), la ESA permanece en ese medio anonimato que obedece al mismo papel mediocre que Europa ofrece en la escena internacional -excepto en aquellas cuestiones que atañen el mercado y el capital-.

Mientras que los Estados Unidos son una única nación y la NASA forma parte de los símbolos que la constituyen, Europa, la pobre Europa, no deja de ser una amalgama de estados independientes -algunos con tendencias centrífugas internas, incluso- en los que la construcción simbólica de la identidad ciudadana europea todavía no interesa en la medida que debería. Consecuencia de ese desinterés, que a veces resulta desdén por ignorancia dolosa de los políticos, la asimetría en el gasto tanto en inversiones como en divulgación social de los resultados resulta estremecedoramente favorable a los americanos. Mientras que aplazo las críticas al sistema financiero de la ESA (de la "agencia" como nos gusta decir a los que trabajamos en proyectos para ella) a otra columna de El Observatorio, permítanme despertar su curiosidad aquí a los muchos logros que desde Europa se han conseguido y, en particular, a los no pocos en que España ha contribuido con éxito. Prometo traer a esta columna pequeñas píldoras que los atestigüen.

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