Quosque tamdem

luis Chacón

El 22, noche de reyes

LOS programas electorales son como la Carta de un niño caprichoso a los Reyes Magos: larguísimos, predecibles y plenos de autobombo. Tan parecidos que a veces ni siquiera se diferencian por los inocentes dibujitos naif de sus ilustraciones. Abundan en deseos inalcanzables, colman todas las ilusiones, hasta las desconocidas y siempre olvidan mencionar, no ya el precio de tanta maravilla sino quien lo pagará. La diferencia está en que el programa electoral lo redactan los Políticos Magos y lo pagan ilusionados niños votantes mutados en enfadados contribuyentes.

Un programa electoral debe ser un tocho -lo que evita su lectura- denso y rebuscado para que nadie lo analice con reposo, papel y bolígrafo y detecte sus incongruencias y contradicciones. Basta un colorido folleto con imagen del augusto líder de la formación y un escueto lema que siempre mencione el cambio. En España -¡qué se le va a hacer!- hay que cambiarlo todo, siempre… aunque todo siga más o menos igual. Y ahora, una vez que está preparado el díptico, ¿qué ponemos dentro? Es fácil, la receta de un programa electoral español es como la del gazpacho, siempre lleva aceite y tomate; el resto queda a gusto del cocinero y va desde prometer liberalizarlo todo y bajar impuestos, hasta expropiar sin freno y obligar a los ricos a pagar más que nadie. Lo de cumplirlo…

El tomate es: un buen chorreón de reclamaciones históricas -no hay lugar de España que no se sienta agraviado desde Gárgoris y Habidis-, tropecientos mil puestos de trabajo, un poquito de idílico disneyworld castizo y su puñado de infraestructuras, hagan o no falta. No sé si recuerdan la anécdota del conde de Romanones cuando prometió hacer un puente en un pueblito por el que no pasaba corriente de agua alguna y al avisarle el alcalde al oído, tronó: "¡pues también traeremos un río!".

¿Y el aceite? El aceite siempre es una batería de leyes nuevas, urgentes, imprescindibles y necesarias que lo regularán todo porque en España es raro encontrar un partido que no adore a papá estado.

Por eso creo que si viera un programa claro y conciso en el que primara la libertad, se desregulara el país y más que por nuevas leyes, abogara por derogar centenares de normas inútiles e intervencionistas entendería que algo, por fin, va a cambiar. Ya le dijo don Quijote a su escudero cuando fue nombrado gobernador de la ínsula Barataria: "Sancho, leyes pocas, pero que se cumplan".

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