SI Artur Mas no se hubiera entregado a los independentisas, a estas alturas, CiU, que seguiría existiendo, estaría negociando con Mariano Rajoy la formación del próximo Gobierno de España. Para su propio interés, los nacionalistas nunca debían haber abandonado la cultura del pacto que define las relaciones históricas de Cataluña con el poder del Estado. Para bien o para mal, esto ya no ocurrirá, los nacionalistas catalanes traicionaron el pacto constitucional que ellos ayudaron a forjar, se lanzaron a una loca aventura independentista sin suficientes apoyos electorales, sin respaldo internacional y sin cobertura legal. Estas tres carencias han dado al traste con el proceso, han destrozado a CiU, han dejado fuera de juego a Convergencia y, desde ayer, han enviado a Artur Mas a los libros de una historia que no es, precisamente, reconfortante. Durante tres meses, Mas ha pasado por una agonía vergonzosa durante la que ha tenido que ponerse de rodillas ante los anticapitalista de la CUP, que finalmente, y después de muchos intentos por parte de una facción, no lo investirá. Salvo maniobras de última hora, como la de cambiar de candidato, Cataluña deberá celebrar otras elecciones autonómicas en el mes de marzo. Esta ha sido una victoria que se debe al empeño de una gran parte del pueblo catalán, que el 9 de noviembre decidió no respaldar la vía de la independencia unilateral y fuera de la ley. El Gobierno mantuvo una postura firme sin grandes sobreactuaciones y todos los partidos de la oposición respaldaron a Mariano Rajoy cuando éste hizo frente a la declaración independentista. Eso no significa que una amplia parte del electorado catalán no esté a favor de un referéndum, lo está y este es un hecho que habrá que tener en cuenta en un futuro. La soberanía del pueblo español no se negocia, pero caben opciones que los dirigentes políticos deberían estudiar desde el respeto a la ley y a la Constitución. En cierto modo, ahora se abre una segunda oportunidad, de la que deberían participar los partidos leales a la convivencia entre todos los españoles. Por otra parte, el final del proceso da unos meses de respiro a los principales partidos para que negocien la formación del Gobierno español. Tres de las cuatro formaciones principales, todas menos Podemos, coinciden en líneas generales sobre la cuestión catalana. Sólo la formación de Pablo Iglesias, rehén de la marca catalana, sigue apostando por un referéndum de independencia. Es posible que esta fuerza aumente su apoyo en Cataluña si Ada Colau la respalda; será entonces, si tiene opciones de formar Gobierno, cuando el juego que se trae Podemos sobre la territorialidad de España tendrá su coste.

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