Bartolomé Marín Romero

Se venden enfermedades mentales

La industria farmacéutica invierte más en promoción que en investigación

Resulta sospechoso que ningún partido político haga una propuesta seria sobre la atención a la salud mental en nuestro país y tampoco realice autocrítica sobre dicha atención en los sitios que es responsable de su gestión, capaz de generar más enfermos de los que es capaz de mejorar.

España presenta un gasto farmacéutico de 9.362,64 millones de euros en 2013, según los datos de EAE Business School, que no solo no disminuye sino que aumenta en relación a los dos años anteriores. No obstante, nadie hace un análisis serio de la situación, al menos en lo que a salud mental se refiere, mientras los datos, obtusos y contundentes, llevan tiempo avisando de que un sistema de salud mental, exclusiva y únicamente basado en los fármacos, no solo es ineficaz e ineficiente, también es iatrogénico. Por ejemplo, en nuestro país, hemos pasado de un consumo diario de 26,5 dosis de antidepresivos por cada mil habitantes en el año 2000 a 79,5 dosis por día en la actualidad. Lo más curioso de todo, es que la mayoría de los fármacos más usados en los trastornos depresivos, que no enfermedades, como quiere conceptuar la industria farmacéutica, son ineficaces, al menos desde el punto de vista empírico y se basan en premisas falsas.

No solo lo anterior, sino que la Administración sigue autorizando nuevos fármacos, cuya principal novedad, desde un punto de vista clínico, es tener un precio muy superior a otros anteriores con la misma indicación sin aportar ninguna novedad en cuanto a eficacia, como por ejemplo un fármaco reciente conocido como vortioxetina o más grave aún, el caso de los antipsicóticos, típicos vs atípicos; o la autorización de fármacos cuya novedad reside en pequeñas modificaciones químicas que no presentan ni mayor eficacia ni tolerancia, lo único novedoso que aportan es ser más caros. No solo es una cuestión de dinero, también hablamos de las vidas de personas, una gran parte de las cuales no se incorporarán ya al tratamiento farmacológico anterior.

Muchos responsables sanitarios no dudan en utilizar la terminología de los manuales diagnósticos de psicopatología para perpetuar un sistema de atención basado exclusivamente en los fármacos, estando dichos diagnósticos elaborados de forma indirecta por la industria farmacéutica a través de sus emisarios, así por ejemplo, ya no se habla de psicosis aguda sino que se habla de primer episodio psicótico, lo que da a entender una cronicidad del trastorno y, por tanto, una cronicidad del tratamiento, todo ello sin valorar la repercusión personal, familiar y social, tanto de la etiqueta diagnóstica como del tratamiento en los aspectos funcionales del paciente.

En este sentido, hoy por hoy, podemos decir que la batalla del gasto farmacéutico la ha ganado la industria farmacéutica en base a premisas que, a fecha de hoy, no han conseguido demostrar. Ninguna base biológica de los trastornos que presume remediar ha sido hallada; solo la estrategia goebbeliana de repetir el mantra del biologicismo de los trastornos mentales pretende inculcar en profesionales sanitarios y población en general lo irremisible de los trastornos mentales si no se acompaña de tratamiento farmacológico, anulando de esa forma los demostrados aspectos beneficiosos de la resiliencia y el apoyo social y familiar. Así es, ha ocurrido con gran parte de los trastornos mentales y ahora va a ocurrir con los trastornos adictivos.

En ese sentido, debido a la escasez de fármacos específicamente dirigidos al tratamiento de los trastornos adictivos, no más de una decena, la industria farmacéutica pretende incluir ahora la necesidad de farmacología para su tratamiento. No en vano, la industria farmacéutica invierte más en promoción de sus productos que en investigación. Para ello, recurre a viejas estrategias muy conocidas: en primer lugar, convirtiendo el trastorno adictivo en enfermedad, algo que a la luz de los datos obtenidos hasta la fecha no se sostiene.

En cambio, la industria farmacéutica no se deja intimidar y va más lejos aún: para que sus productos puedan ser utilizados en la práctica clínica, crea una nueva etiqueta diagnóstica, lo que algunos renombrados profesionales sanitarios españoles, con fuertes intereses en la industria farmacéutica, han denominado "patología dual" o concurrencia de dos trastornos mentales, uno de ellos relacionado con sustancias. Para ello, no han tenido el más mínimo reparo en omitir los datos que ponen de manifiesto que la comorbilidad en los trastornos mentales es más un hecho que una realidad aislada y no algo exclusivo de los trastornos adictivos.

Es necesario, por multitud de razones, éticas, sanitarias y económicas, poner fin a esta situación, hay soluciones que ahorrarían dinero público y serían más eficaces. Sólo hay que ponerse a ello.

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