Manías

Erika Martínez

Misterios urbanísticos

TENGO la manía de pasear por la playa. No nado, no me baño, no leo novelas mientras el sol me tuesta la mollera. Hubo un tiempo en que leía poemas, sentada en una sillita de plástico, pero una vez, mientras nadaba, un verso recién leído me cortó la digestión, y tuve que dejarlo.

He paseado desde niña por la costa de Granada. Ahora quieren quitarme la manía. Donde yo veraneo, había un largo paseo marítimo. En su lugar se abre hoy un fabuloso agujero de origen desconocido. Dado que no puedo caminar, he decidido estudiar la genealogía del hoyo en cuestión. Después de una observación rigurosa y varias entrevistas a los habitantes de la zona, he elaborado las siguientes hipótesis: 1. Alguien ha logrado convencer a África de que sus placas tectónicas regresen por donde han venido, provocando en la tierra (nuestra tierra) un hundimiento de efectos ostensibles; 2. Un meteorito atraído por el Mediterráneo ha calculado mal la fuerza de su pasión; 3. Un ayuntamiento en problemas ha decidido fomentar en sus calles el deporte de alto riesgo. Es un sector en alza dentro del turismo, y en tiempos de crisis ya se sabe, el ingenio manda. Por suerte, un generoso transeúnte ha captado mi pose investigadora y me ha revelado la verdad: el agujero simplemente está ahí.

Rendida ante los misterios del urbanismo, decido comprar el periódico y cambiar de rumbo. Me dirijo al segundo paseo marítimo del pueblo, en busca de un banco donde reincidir en el vicio de la lectura. El paseo B luce su flamante reforma: una acera inclinada con tanta exactitud que cuesta ver el mar (a veces distrae y es un fastidio), losetas nuevas pero iguales a las que había, para no desentonar con la estética Benidorm del conjunto, y palmeras anémicas por todos lados. No hay muchos bancos, pero los maceteros son la mar de cómodos.

Me siento en uno de ellos, frente a una fuente de vanguardia Disney. Abro el periódico, y entonces me doy cuenta: han conseguido ocultar el sonido de las olas detrás de la música ambiente que emiten unos magníficos altavoces. Chapó. En este momento está sonando la Quinta de Mahler en una versión oportunamente adaptada al organillo. Al organillo Casio. Menudo toque de sofisticación, ni el Kinépolis. Por si fuera poco, han disimulado con astucia los altavoces entre el resto del mobiliario, de forma que nadie pueda localizar el origen del hilo musical. No vaya a ser que algún desaprensivo acabe de una pedrada con los esfuerzos de nuestro ayuntamiento. Hay que tomar medidas de seguridad: la contaminación acústica es patrimonio de todos.

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