Ala resistencia de CajaGranada para mantenerse al margen del proyecto de integración en una caja regional se le denominó despectivamente localismo; también fue localista, según los mismos juzgadores, el que la misma caja defendiera su proyecto autónomo. Y localista y errónea fue, en fin, que CajaGranada aceptara una fusión fría con entidades de fuera de la comunidad. Por contraposición, no era localista sino universal e incluso ecuménico, que la Junta insistiera en doblegar la voluntad del consejo de administración con el fin de que Granada aceptara diluirse como un azucarillo en esa quimera absolutista defendida desde la capital política de Andalucía. No era por supuesto localista la postura centralista de Unicaja patrocinada por Braulio Medel. Sólo la resistencia a someterse a un plan megalómano, simplista, que nunca valoró con realismo las consecuencias laborales de la fusión, era cateto y con querencias provincianas. Hasta que les llegó el turno a Unicaja y Cajasol de ensayar la integración y los intereses provinciales y, dichos sea con perdón, localistas, de Sevilla y Málaga chocaron frontalmente. Y empezaron a doler los 2.000 puestos de trabajo que costaba la fusión que, sumando los de CajaGranada, hubieran sido 3.000. Y ahora, vencidos los plazos del Banco de España, buscan la limosna de un SIP para no quedar huérfanas.

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