Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Media granaína de Pulido

EN el lenguaje coloquial español hay una expresión para describir quien se marcha de una reunión sin despedirse. La despedida a la francesa era una antigua costumbre de la alta sociedad gala, para no molestar a los anfitriones en las interminables veladas de la época rococó. Esta práctica cayó en desuso porque se empezó a considerar una falta de educación. Y los franceses, siempre tan corteses, hicieron el camino contrario: ahora se despiden con cuatro besos. Los belgas, con tres. Los españoles somos más sencillitos y despachamos el trance con dos.

Disculpen una introducción tan prolija para contarles algo que nada tiene que ver. ¿O sí?, que diría Rajoy. Lo cierto es en el eterno culebrón de amores y desamores entre las cajas andaluzas, esta semana, de repente, hemos sabido que Cajasol, una de las dos torres cajistas de la región, se ha comprometido con un sip, formado por otras tres cajas de Navarra, Burgos y Canarias. Una fusión fría, le llaman a eso. El asunto tiene muchos lados. Mi vecino de página y amigo, Alejandro Víctor, tiene una versión que ofrecerles en su artículo de aquí al lado. El que a un servidor le interesa es el método empleado. O sea, no el qué, sino el cómo.

Había un precedente, que era el sip mediterráneo en el que se embarcó la caja de Granada, ante el disgusto del Gobierno andaluz. Disgusto mayor, porque Antonio Jara cuando se metió en el asunto lo hizo sin consultar con el poder político. Había avisado con anterioridad las posibilidades que tenía, las opciones y los márgenes de negociación. Era un momento en el que el Banco de España, como un guardia de tráfico, soplaba su silbato y gesticulaba de izquierda a derecha y de arriba abajo del mapa español para juntar mientras más cajas mejor. Pero cuando llegó la hora de la verdad, Jara lo hizo a la francesa, sin saludar a la autoridad política, instituyendo la granaína como una nueva suerte de despedida. Esta semana, Antonio Pulido ha interpretado una media granaína, con gran éxito de crítica y público, complacencia del Banco de España y pasmo de la autoridad. Y Unicaja se queda como una rica soltera con magnífica dote. Un suculento partido, sin novio que se le acerque.

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