En tránsito

Eduardo Jordá

'¡Bachibuzuk!'

NO tengo nada contra los insultos, sino más bien todo lo contrario. Hay insultos que son obras maestras, como aquel grito de bachibuzuk que profería el capitán Haddock cada vez que perdía los estribos, cosa que le sucedía con frecuencia y que los lectores agradecíamos (yo no lo sabía entonces, pero los bachibuzuks no eran un invento de Hergé, sino unas feroces tropas de mercenarios que combatían en el ejército otomano). El capitán Haddock, en los cómics de Tintín, tenía otros insultos magistrales, que solía soltar en tiradas de tres o incluso de cuatro. Una de esas tiradas era: "¡Bebe-sin-sed, ectoplasma, rocambole!". Otra era: "¡Diplodocus, macrocéfalo, filoxera!". A mi hijo le gusta sobre todo "ectoplasma". "¡Ectoplasma!", grita a veces en los partidos de fútbol cuando le hacen una fea entrada por detrás. Ningún árbitro, hasta ahora, le ha llamado la atención. Me pregunto qué pasaría si gritara enrabietado bachibuzuk. O "diplodocus".

Repito que insultar puede convertirse en una obra de arte. "¡Burricalvo!", le gritaba Mortadelo a Filemón. Y en mi colegio teníamos un profesor que nos decía con una especie de suavidad delicuescente: "Suba a la tarima, señor gaznápiro" (y nosotros, los gaznápiros, subíamos muy satisfechos a la tarima porque lo considerábamos un elogio). Se podrían citar docenas de ejemplos. El crítico Edmund Wilson, al reseñar la biografía que el poeta Carl Sandburg hizo del presidente Lincoln, escribió: "Lo peor que le ha pasado a Lincoln después de ser asesinado fue caer en manos del señor Sandburg". Ni un bachibuzuk podría haberlo hecho mejor.

Hace unas semanas se montó un gran revuelo cuando Arturo Pérez-Reverte insultó al ex ministro Moratinos, que lloró en su despedida en el Congreso, y le llamó "perfecto mierda" y dijo de él que "ni para irse tuvo huevos". Con lo fácil que hubiera sido llamar a Moratinos "ectoplasma", o "bebe-sin-sed", o incluso "rocambole" -calificativos que incluso habrían servido para definir la política exterior española-, Pérez-Reverte eligió la vía fácil y cayó en el exabrupto más grosero. Peor para él. Todo eso indica que se está perdiendo de forma casi inexorable el sutil arte de insultar, a la vez que todo el país se está convirtiendo en una especie de plató de La Noria. Esos insultos no deberían haber suscitado ni dos segundos de atención, pero se habló de ellos durante semanas, y aquí estoy yo, comentándolos de nuevo y dándoles más repercusión de la que se merecen.

Lo malo de estos insultos es que no son más una consecuencia del clima general que se vive en nuestra vida política. Sin sintaxis, sin ideas, sin argumentaciones, sólo queda el recurso a los insultos y a las patadas en al aire. Pobres bachibuzuks.

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