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Asalto triunfal de Heras-Casado al Palacio de Verano

Pablo Heras-Casado y Esther Yoo conformaron un tandem perfecto.

Pablo Heras-Casado y Esther Yoo conformaron un tandem perfecto. / carlos gil

Pablo Heras-Casado, con la Philharmonia Orchestra, clausuró el ciclo sinfónico que ha sido un pilar básico en la edición de despedida de Diego Martínez. Lo hizo con un triunfo rotundo, en un programa ruso, no por conocido, menos apreciado por los seguidores del Festival y el público que asiste ocasionalmente a estos conciertos. Dos obras tantas veces programadas, como el Concierto para violín en re mayor, de Chaikovski, y El Pájaro de fuego, esta vez no sólo en las suites de concierto que preparó Stravinski en 1911, otra en 1919 y la última en 1945 -interpretadas en numerosas ocasiones por distintas orquestas y directores en este escenario-, sino en su concepción completa, presentada en la Ópera de París en 1910, en el encargo de Sergei Diaghilev para sus Ballets Rusos. Una deslumbrante versión completa de la rompedora partitura que ofreció Michel Tisson Thomas, con la London Shymphony, el 29 de junio de 2009, y con la que Heras-Casado puso el broche de oro al mencionado ciclo. Un concierto que era, a mi parecer, el que no sólo debería haber clausurado el capítulo sinfónico, sino el mismo Festival que siempre requiere, como en su apertura, la nota brillante y espectacular. Iniciar la programación de esta edición con la Novena de Beethoven, y cerrarla con El pájaro de fuego hubiese sido algo más que un detalle de la cumbre de dos caminos vitales en la historia de la música.

Abría el concierto la Obertura Festiva, op. 96, de Shostakóvich, encargo del régimen soviético para celebrar un aniversario de la Revolución rusa. Obra festiva y grandielocuente en la que Heras-Casado presentó su tarjeta de visita con su dominio para resaltar las grandes sonoridades producidas por una orquesta de la calidad y rotundidad de la Philharmonia londinense.

El violín de Esther Yoo fue un portento de expresividad, como ella misma

El Concierto para violín y orquesta de Chaikovski es una de las obras más populares en el repertorio y, pese a sus dificultades técnicas -dobles y triples cuerdas, arpegios incesantes, endiablados saltos de intervalos, etc.- los violinistas que se precien no han podido rechazar el reto y ahí está la nómina de las grabaciones de todos los grandes, desde Heiffetz a Oistratkh, pasando por Menuhin o Francescatti. Porque no sólo son alardes técnicos, sino expresivos, como los de la Canzonetta y hasta esa conjunción danzante, entre violín y orquesta del Finale. La última interpretación que comenté en el Festival fue el 27 de junio de 2013, con la Orquesta Nacional, dirigida por Vladimir Fedoreyev y la joven Arabella Steinbacher, al violín.

La versión que nos ofreció la joven Esther Yoo y Heras-Casado fue excepcional. En una noche terriblemente calurosa, el clima y las dificultades técnicas hacían sudar a la joven violinista y a su stradivarius. Ambos tuvieron que ir secándose el sudor en muchos instantes en los que había un respiro para la solista. Un sonido dulce, pero al mismo tiempo apasionado, las dificultades mencionadas de las dobles o triples cuerdas eran en sus manos cosas fáciles para convertirlas en un festival de musicalidad. Desde el tema principal que dibuja el violín, en el primer movimiento, hasta el Finale, con un bellísimo diálogo con la orquesta, manejada con auténtica maestría por Heras-Casado, la interpretación de Esther Yoo fue una delicia, haciendo cantar a su violín con una hondura y una belleza emocionante. Su versión limpia, luminosa, llegaba al alma, haciendo palpitar los agudos y los armónicos, con la misma fácil elocuencia que los sonidos graves y solemnes. Su violín fue un portento de expresividad, como ella misma, bañada en sudor, aparentemente frágil, pero de una fuerza comunicativa sólo al alcance de las primeras figuras. Aplausos justos de un público que no se privó, siquiera, de refrendarlos al terminar el primer movimiento, saltándose la norma habitual, aunque sí lo mereciera por esa contundencia con que terminaba el Allegro moderato inicial. Y ella, gentil, regaló otra página de Chaikovski, para no desvirtuar el colorido ruso que inundó el martes el Palacio de Carlos V.

Si impecable fue Heras-Casado en el tratamiento orquestal en el concierto de violín, implacable lo fue con la versión completa de El pájaro de fuego. Ya decía el propio Stravinski que, en concierto, sin el apoyo del relato y las imágenes que figuran en el ballet que le catapultó a la fama como el gran compositor del siglo XX y de la modernidad, podían resultar demasiado largo los 19 números que consta la partitura. Por eso hace falta no sólo un director meticuloso, sino creativo, dominador, contundente, capaz de desentrañar ese laberinto de colores, contrastes, juego endiablado de todos los elementos orquestales -viento, con profusión de metales, trompas, trompetas, trombones, tubas-, explosiones de la percusión, juego de cuerdas, en el equilibrio entre las graves llamadas de los contrabajos y la sutilidad de los violines, para ir hilvanando el relato musical de tal manera que no pierda interés la sucesión de las numerosas imágenes, que no son sólo los momentos tensos y geniales de la Danza infernal de Karchev y sus servidores sino los regustos de nana, la elocuencia del Jardín encantado inicial, el canto de las princesas, y, cómo no, el tema principal de El pájaro de fuego, en sus diversas formas de expresarse, desde su deslumbrante aparición, a la Berceuse, para terminar con aire de festín feliz, apoteosis rítmica, siguiendo el cuento, incrustado en la tradición rusa. Un fuego con el que el granadino ocupó triunfante el palacio de verano de Carlos V, en una noche tórrida, a veces con los golpes de brutalidad que exige la partitura -que, en su versión, tuvo muy presente-, demostrando los múltiples motivos por los que está considerado el más internacional de los jóvenes directores de orquesta españoles. Esperemos que esa contundencia la emplee en la próxima programación del 67 Festival.

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