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Broche a una etapa de esfuerzos

Broche a una etapa de esfuerzos

Broche a una etapa de esfuerzos

Ha concluido una etapa del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, la que ha dirigido Diego Martínez, en sustitución de otra, ampliamente comentada en estas páginas, de Enrique Gámez, el que abordó con imaginación, renovados programas y obras, el problema económico que, desde sus comienzos, ha sido el lastre y el hándicap de los directores del certamen. Los que hemos comentado todas y cada una de las etapas, con sus luces y sombras -a pesar de ciertas críticas severas, he afirmado en todo momento que el Festival ha tenido más luces que sombras- tenemos obligación de resumir, al finalizar cada responsabilidad directora, los esfuerzos que todos -y todas, porque también ha dirigido el certamen una mujer, Maricarmen Palma, en una etapa muy interesante e innovadora- han hecho por mantener el nivel del más importante evento cultural y con más proyección internacional de Granada. A Diego Martínez le ha tocado una etapa difícil, la de la crisis y los recortes que él ha superado buscando patrocinios, pasándose la vida en despachos para recabar apoyos de firmas y entidades públicas o privadas. Y ese trabajo se ha traducido en que, cómo se ha demostrado en las dos últimas ediciones, no se ha rebajado la calidad. Es verdad que ha recurrido, con excepciones muy dignas -ahí están la lésbica Orfeo y Eurídice, que presentó La Fura del Baus, por ejemplo-, a programaciones conocidas pero, salvo alguna que otra mediocridad, realizada por artistas y conjuntos de primera línea. Tuvo, además, el acierto de traer las siempre demandas figuras actuales, como ocurrió el año pasado con la presentación en el Festival del tenor ligero más demandado por los públicos internacionales como Juan Diego Flórez.

Esta edición de su despedida, como he comentado en la presentación de la misma, ha incidido en el capítulo sinfónico que, desde los comienzos del certamen, hemos demandado, como base del certamen, junto con el de danza, que arropan la variedad de los conciertos de cámara, recitales, los matinales con las músicas del pasado y la presentación de jóvenes que serán, de seguro, valores incuestionables, como ocurre con la jovencísima violinista granadina, de sólo 14 años, María Dueñas, amén del necesario flamenco -lástima que la lluvia impidiera el espectáculo de María Pagés-, en su pureza o en abrazo con otras músicas, como el jazz; el FEX que distribuye músicas por toda la ciudad, además de la importancia didáctica de los Cursos Manuel de Falla.

A Diego Martínez le ha tocado una etapa difícil, la de los recortes, que ha superado con patrocinios

Ciclo sinfónico que inauguró, con la Novena sinfonía, de Beethoven, un director del prestigio de Zubin Mehta que si bien es verdad que no tuvo en la Orquesta y Coro del Teatro di San Marco su más lúcido apoyo -los aficionados saben distinguir la gran orquesta sinfónica de un conjunto de probada profesionalidad que forma parte del foso de un teatro-, si supo extraer con maestría los resortes que, por sí mismos, entusiasman a los públicos de todos los tiempos. Le siguieron -además del acercamiento barroco con un conjunto tan notable como la Orchestra of the Age of Enlightennent- otros cinco conciertos de alta calidad: la Joven Orquesta Nacional de España, bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez, ofreció una espléndida Novena, de Mahler, que no tuvo que desmerecer a la sublime Trágica del mismo autor por la London Simphony Orchestra, bajo la batuta magistral de sir Simon Rattle que interpretó, al día siguiente, páginas menos densas, pero de peso, como el Concierto para violin y orquesta, de Sibelius, con la extraordinaria violinista Janine Jansen, y una versión más académica de la Sinfonía núm. 2, de Brahms. Al trágico y obsesionado con la muerte Mahler, tenía que sucederle una Misa de Réquiem, en este caso la de Verdi. El monumento emotivo lo bordó la Orquesta y Coro Nacionales de España, bajo la muy experta dirección del joven David Afkham, para subrayar momentos tan dramáticos y bellos como los que recoge el Libera me final, con la fuerza de la soprano Aga Mikolaj.

Cerró el ciclo puramente sinfónico el esperado concierto de la Philharmonia Orchestra, bajo la batuta del internacional granadino Pablo Heras-Casado, que en septiembre será el responsable de la nueva etapa del Festival. Con un programa de música rusa demostró los motivos por los que está en el reconocimiento mundial en su especialidad, con una soberbia interpretación de la versión completa de El pájaro de fuego, de Stravinski, y la capacidad para adaptar a la orquesta en el diálogo con el violín solista en el Concierto en re, de Chaikovski, en el que dio un alarde de fuerza, sensibilidad y emoción la joven Esther Yoo.

En este capítulo se incrustó el rock and roll, esta vez con Miguel Ríos y la OCG, dirigida por Josep Pons, que incluyó en el programa la Séptima, de Beethoven. Fusión de músicas dispares que no tienen nada que ve una con otras y que cada una tiene sus públicos. Miguel Ríos, todo el mundo lo sabe, es un superclase en su especialidad y no necesita fusionarse con nadie -y menos con Beethoven- para entusiasmar a sus seguidores de toda la vida. Pons, por su parte, recibió el homenaje de 'su' orquesta, a la que convirtió en la primera de España, en su especialidad, el que la llevó a ser un conjunto esencial en el Festival, en su apartado operístico y en actuaciones individuales. No pude asistir a ese merecido homenaje de reconocimiento como director honorífico de la Orquesta Ciudad de Granada, pero siempre he subrayado su fructífera labor al frente de la misma, sacándola de la ciudad y llevándola por España y por numerosas salas de conciertos europeas.

La danza fue el otro sector importante, con ballets de la consistencia del titular del Teatro di San Carlo de Nápoles, en su elegante Cenicienta y en la colorista velada Roland Petit y Pink Floyd; el Ballet Nacional de España, con su homenaje a las coreografías de Antonio, tantas veces admiradas en el Festival; la modernidad de la herencia de Béjart, en el ballet de Lausana, para concluir con el frío estilismo del Nacional de Holanda, con sus coreografías sobre clichés clásicos y cierto aire de vanguardias, pero que antepuso la perfección y la técnica a la rotunda expresión comunicativa.

Excelentes conjuntos, como la Schola Gregoriana Hispana, el Cuarteto Bretón, Música Ficta, recitales diversos, entre los que hay que destacar el del Javier Perianes, impecable, como siempre, en sus versiones del piano de Schubert, Debussy, Albéniz o Falla, pero en el que molestó los amplificadores de sonido instalados para la grabación que hizo el canal Arte; fusiones entre jazz y flamenco, con Michel Camilo y Tomatito, o flamenco y música barroca, con Fahmi Alqhai (viola da gamba) y el cante de Rocío Márquez. Y muchas cosas más que quedan de un programa largo y diverso, que lo cerró la OCG, dirigida por Pablo González, con una selección de oberturas, arias y dúos de Mozart, con los ganadores del Concurso Internacional de Ópera Mozart de Granada. Un Festival, en resumen, muy notable con el que se ha despedido Diego Martínez y deja abierto el camino a Heras-Casado que, como he escrito en otras ocasiones, tiene el reto muy alto para mantener y elevar los históricos caminos andados.

Termino el comentario, como lo empecé en la presentación de la edición de este año, recodando a la voz desaparecida del Festival, la de José Luis López de Arteaga, en sus retransmisiones por RNE-Radio Clásica de muchas de sus sesiones, crítico documentado, analista musical de primera categoría -ahí están sus ensayos sobre Mahler- que sólo tuvo un recuerdo in memoriam en el programa inicial de mano, dedicado la Novena , de Beethoven, retransmitida por Radio Clásica y por Canal Sur. Poco para lo que merecía su dedicación al Festival granadino.

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