crítica London Symphony Orchestra

Una perfecta alianza

  • La segunda noche de la London Symphony Orchestra incorporó el maravilloso violín de Janine Jansen, que se conjugó de forma espléndida con los músicos

El violín de Janine Jansen y la batuta de Sir Simon Rattle tuvieron una conjunción perfecta.

El violín de Janine Jansen y la batuta de Sir Simon Rattle tuvieron una conjunción perfecta. / Álex cámara

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada recibió a sir Simon Rattle al frente de la London Symphony Orchestra (LSO) para ofrecer el segundo de sus conciertos, dedicado al repertorio romántico. El director británico estuvo acompañado en el escenario por la violinista Janine Jansen, que pese a su juventud dio una lección de energía y pasión interpretativa.

Simon Rattle ha conseguido con la LSO algo que muy pocos directores han logrado: crear su propio sonido. El conjunto orquestal, uno de los mejores de Europa en estos momentos, fue cuidadosamente dispuesto en el escenario para compensar las ricas sonoridades del repertorio escogido, enfrentando a las cuerdas agudas y distribuyendo los vientos en maderas más trompas frente al resto de los metales. El resultado sonoro fue perfecto, ya que permitió al director potenciar cada motivo melódico y trabajar con preciosismo las dinámicas, ya fuera por adición ya por contraste.

Hubo una ajustada visión de los tempi, un perfecto empaste y una cuidada articulación

El concierto se abrió con la obertura Le carnaval romain de Hector Berlioz. Su ágil interpretación sirvió de muestrario tímbrico, en una buena realización que evidencia la perfecta armonía de la orquesta y el buen momento artístico en que se encuentra la LSO con su director titular.

Le siguió el Concierto para violín en re menor de Jean Sibelius, una obra sublime tanto en lo orquestal como en la parte solista. Para la interpretación de este concierto subió al escenario la violinista holandesa Janine Jansen, caracterizada por establecer en sus interpretaciones un profundo y poco habitual diálogo con el conjunto orquestal, como hizo con la LSO. De una pureza sonora sobrecogedora, su actuación estuvo a la altura de los grandes del repertorio en muchos aspectos: la limpieza de los pasajes a dobles cuerdas, la calidez de sus armónicos, la riqueza en matices de su línea melódica o la pasión que desprende de su viva forma de tocar. No en vano, es una gran promesa del violín a nivel internacional.

Para abordar la interpretación del Concierto para violín de Sibelius contó con la experimentada batuta de Rattle que, atento a las necesidades interpretativas y semánticas del diálogo entre solista y orquesta, fue moderando el diálogo magistralmente. Janine Jansen acometió con brío y expresividad su versión de la partitura incidiendo enérgicamente en los pasajes rítmicos hasta el punto de parecer casi atropellados por momentos, pero siempre limpios y perfectos en su interpretación. Particularmente bellos fueron los diálogos establecidos con las cuerdas graves en el primer movimiento, o con las trompas casi al final del segundo. El virtuosismo de su interpretación estuvo en ocasiones un poco demasiado a tempo, incidiendo en una versión muy marcada pero llena de arrebato y entusiasmo, que arrancó un prolongado aplauso del público. La violinista, agradecida y emocionada, ofreció como bis una versión para trío de cuerdas y violín solista de la Nana perteneciente a las Siete canciones populares de Manuel de Falla.

La segunda parte del concierto se dedicó por entero a la Sinfonía núm. 2 de Johannes Brahms, una obra bien conocida por Rattle que hábilmente puso en atriles junto a su orquesta. La interpretación estuvo caracterizada por una ajustada visión de los tempi, a menudo complejos y cambiantes, un perfecto empaste y una cuidada articulación, particularmente en las cuerdas, que se convirtieron en núcleo motor de toda la orquesta. Los vientos, tan importantes en Brahms, estuvieron oportunos y equilibrados en cada una de sus intervenciones a lo largo de los cuatro movimientos de la sinfonía. Unas maderas cálidas y dúctiles dieron a menudo la réplica a la rotundidad de los metales, que arropaban el discurso de las cuerdas dotándolo de un singular empaste sonoro. Hay que destacar también el trabajo de la percusión, particularmente los timbales, que contribuyó a dar fuerza y dinamismo a la versión de Rattle junto a la LSO.

Por segunda noche consecutiva la dirección espléndida de Simon Rattle al frente de la LSO le supuso un éxito rotundo. Como si fuera un mago del sonido fue destacando las líneas motívicas de cada obra con sencillez y eficacia, potenciando el enorme valor sonoro de la LSO, un instrumento perfecto en manos de un gran director. El Palacio de Carlos V de Granada, lleno hasta la bandera, aplaudió profusamente la interpretación de esa noche, obligando al director a ofrecer, fuera de programa, una deliciosa versión de la Danza eslava núm. 7 de Antonin Dvorak.

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