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Las novenas del Festival

  • Zubin Mehta abre el importante ciclo sinfónico

  • Su figura se ha sumado a los momentos estelares

Las novenas del Festival

Las novenas del Festival

Los críticos que hemos certificado cada año -en mi caso desde 1958-, la historia del Festival, con sus figuras, sus ofertas, sus conjuntos y solistas más universales, sus programas más diversos tenemos en nuestra memoria esos momentos estelares. Recuerdo el impacto que causó a crítico y público la presentación en el Festival de un joven Zubin Mehta, al frente de la Orquesta Nacional, con un programa, el 30 de junio de 1964, en el que incluía la sinfonía Praga, de Mozart, Don Juan, de Richard Strauss y la Primera Sinfonía, de Brahms. En el volumen I de la historia del Festival, publicado por Kastiyo y Del Pino -a los que agradezco que en todas las referencias críticas de cada año incluyeran mis comentarios, entre otros colegas-, se recogía un fragmento de mi crítica en Ideal sobre la interpretación de la Primera Sinfonía, de Brahms, en el que me refería al director de esta manera: "La sensación ante Brahms era desazonadora. Sin un respiro, lleva en volandas los más encontrados choques tímbricos, apenas sin transición. Todo emerge como un mundo alucinado y fabuloso, y allá, en medio de la selva musical -técnica, sobre todo-, el director se debate para desbrozar el fruto verdadero de las plantas accesorias. No es sólo temperamento lo que hay que poner en Brahms, sino mucha inteligencia. Me ha gustado la versión de Mehta: muy sensible, atenta al detalle, abismal y enorme cuando tenía que extraer esos temas de tanto peso musical que se suceden por aquí y acullá en la apretada partitura. Zubin Mehta ha demostrado no sólo una sapiencia, sino una personalidad, y eso es lo que define muy favorablemente a un director, cuyo peso debe notarse en la orquesta".

Mehta reapareció el 24 de junio de 2011, con la Tercera sinfonía, de Mahler, con la Orquesta de la Comunidad Valenciana y el Coro de la Generalitat, junto el Coro de la Presentación en el ciclo dedicado en el centenario del genial compositor austriaco, que completó Eschenbach, con la Segunda Sinfonía, Resurrección, con la Scheswig-Holstein Festival Orchestra y el coro Lubek y el de la OCG. Fueron dos interpretaciones colosales que quedarán en la historia del certamen. Mehta y Eschenbach, dos maestros capaces de desbrozar y darle el aliento adecuado a cualquier partitura. Mahler ha estado presente, por fortuna en estas noches en Carlos V, donde no hay que olvidar la presentación en España de la Octava, de Mahler, como diré más adelante.

Esta noche, tendremos ocasión de emocionarnos dando pálpito a la obra más interpretada en estas jornadas, desde que, por vez primera en el Festival, la dirigió Ataúlfo Argenta, en 1955, con la Nacional y el Orfeón Donostiarra y un cuarteto solista de excepción, encabezado por la genial Elisabeth Schwarzkopf -que ofreció un recital en la misma edición en el Patio de los Arrayanes-, junto a Erika Wien, el tenor Erich Witte y el bajo Bernhard Sönnersted, versión que escuché, junto a la Octava, en la galería del Palacio de Carlos V, donde íbamos los niños, primero, con nuestros padres, cuando se celebraban los conciertos del Corpus y, después, jovencitos estudiantes del Conservatorio. Recuerdo que aquel mismo año hice una interminable cola, al día siguiente, ante la Capilla Real, donde Argenta, con la Nacional y el Orfeón Donostiarra, ofrecieron una emocionante Misa D 950, de Schubert. Me estremeció tan profundamente que no he olvidado con el tiempo aquellas sensaciones y que formaron de alguna manera mi cultura musical y mi concepción de los límites de la emoción.

La partitura cumbre del sinfonismo de todos los tiempos es, sobre todo, un himno memorable que, por algo La oda a la alegría, del último movimiento, sobre texto de Schiller, es el himno de la Unión Europea, porque es el abrazo de todos los hombres y mujeres del universo. Iniciar el importante ciclo sinfónico de esta edición con esta obra y un director emblemático es la mejor forma de despedirse el director del certamen, Diego Martínez. El capítulo sinfónico, he repetido desde los comienzos, es formato básico y este año está muy cumplido, si no con programación nueva y rompedora, sí con conjuntos, directores y solistas de primera categoría: La Joven Orquesta Nacional de España, dirigida por Víctor Pablo Pérez, interpretará la Novena sinfonía, de Mahler, dos conciertos de la admirada London Symphony Orchestra, dirigida por Sir Simon Ratle, abriendo con la Sinfonía núm. 6, en la menor, Trágica, también de Mahler; la Orquesta y Coro Nacionales de España, bajo la dirección de David Afkham, abordará la Misa de Réquiem, de Verdi; la Filarmonía Orchestra tiene como director al granadino Pablo Heras-Casado, el responsable del Festival a partir de la próxima edición, con el conocido Concierto para violín en re mayor, de Chaikovski, con la joven solista Esther Yoo -obra que escuchábamos en 2013, con Arabella Steinbacher y la Nacional dirigida por Vladimir Fedoreyev- y la versión completa de El pájaro de fuego, de Stravinski. Hay que anotar la incursión por el Rock, con Miguel Ríos, en un concierto con la OCG, dirigida por Josep Pons, donde para compensar a otros públicos ajenos a este tipo de música que se incluye por vez primera en el Festival, programa la Séptima, de Beethoven..

Esta noche la Novena sonará bajo la dirección de Mehta con la Orquesta y Coro del Teatro de San Carlo de Nápoles y con Juliana Di Giacomo (soprano), Lily Jorstad (mezzosoprano), Robert Dean Smith (tenor) y Wilhelm Schwinghammer (bajo). El milagro de esta obra excepcional es que siempre suena nueva, arrebatadora, y es capaz de emocionar a todos los públicos, aunque la conozcan casi de memoria y puedan tatarear cada movimiento o estrofa.

Decía que la Novena es la partitura más programada en el certamen. Tras Argenta, directores como Rafael Frühbeck -en 1970 la ofreció en la misma edición que estrenó en España la Octava Sinfonía, de los mil, de Mahler y, por si fuera poco, dirigió, en otro programa, la Missa Solemnis beethoveniana-, con la Nacional y el Orfeón Pamplonés -que se unió con el Orfeón Donostiarra en la obra de Mahler-; Odón Alonso, en 1977, con la Orquesta y Coro de RTVE; López Cobos, el granadino Miguel Ángel Gómez Martínez que la interpretó en 1986, con la totalidad de las sinfonías del genio de Bonn; 1981, 1986, 1997 y 2000, en versión para dos pianos que versionó Franz Liszt. Incluso se atrevió con ella la Orquesta Ciudad de Granada, con el Orfeón Donostiarra de formidable apoyo. Y para no hacer más larga estas menciones hay que recordar la más reciente, en un concierto en 2012, iniciado con el sobrecogedor Réquiem de Ligeti, que unía dos momentos estelares separados en el tiempo. En el amplio análisis previo y en la crítica me refería a este paralelismo de música en el espacio, pero con la diferencia esencial que las voces de Ligeti eran voces de muerte, aquellas que conoció muy bien en su cercanía a las víctimas del holocausto nazi y las del Beethoven de la 'Oda' eran de vida, de abrazo fraternal de la Humanidad.

Por supuesto no todas las versiones de esta obra colosal han tenido el mismo nivel. Ha habido momentos excitantes y otros mediocres. Pero siempre, es verdad, nos ha parecido nueva, con esas exposiciones deslumbrantes de los tres movimientos orquestales que preparan la apoteosis final. Los que desde que muy jovencitos nos emocionó la Oda que escuchamos de la batuta de Argenta en 1955, y luego guardamos la grabación que se hizo del que ha sido, quizá, su mejor director, Wilhelm Furtwängler, o conservamos tantas otras, entre ellas la de Herbert von Karajan, nos asomamos expectantes a cualquier otro momento en el que podemos gozar, en directo, de este milagro sonoro. Y esta noche esperamos que Zubin Mehta y la Orquesta y Coro del Teatro di San Carlo de Nápoles no nos defraude, ni al crítico de hoy ni al adolescente, en 1955, la vez primera que sus acordes y sus voces hicieron sonar su mensaje de solidaridad y libertad humana en el Festival de Granada.

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