Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

Ambiente turbio

Demasiados políticos actúan en su vida parlamentaria como jamás lo harían en la boda de un sobrino

Al calor de las pataletas y rifirrafes que tanto enturbian nuestra vida política, un senador valenciano (con gestos de notable irritación o furia, más bien de desprecio o grosería) hizo trizas esta semana, desde la tribuna de oradores del Senado, la foto de una adversaria política. Nada nace de la nada y hace ya tiempo que en los ambientes parlamentarios españoles todo está permitido: mentir y bostezar, ofender y hablar por el móvil, jugar al Candy Crush o vociferar sin freno, incluso arrancar y romper alguna página de la Constitución. La mayoría de los diputados y senadores españoles se lo permiten (casi) todo a sí mismos pero jamás tolerarían que, en una de sus aburridísimas clases o conferencias o ruedas de prensa, algunos de nosotros (los peatones de la historia) rompiéramos sus fotos o armáramos ruido o hiciéramos trizas las páginas de sus programas. Demasiados políticos españoles actúan en su vida parlamentaria como jamás actuarían en la boda de un sobrino. Al senador valenciano no le bastó con romper una foto; también farfulló, con desprecio viril, "qué asco de señora". Y más tarde, en su cuenta de Twitter, redondeó su valiente faena calificando a su adversaria política como "gusana", una expresión típica del totalitarismo castrista cubano que también han usado otros políticos españoles supuestamente de izquierdas; por ejemplo, Arnaldo Otegi, cuando en el año 2000, tras alguna de las manifestaciones que recorrían las calles de San Sebastián en contra de la violencia de ETA, calificaba a los asistentes como gusanos de Madrid. El cinismo político más sórdido carece de límites; así que, tras las críticas recibidas por su conducta, el intrépido senador valenciano explicó sin el menor rubor que el uso del término "gusana" era sólo el fruto de un accidente: "en mi dislexia habitual equivoqué la 'g' por la 's'". En fin, una anécdota más que habrá que recoger en la brillante hoja de servicios de un senador (el valenciano Carles Mulet) cuyo mayor logro ha sido preguntarle al gobierno por "los protocolos de seguridad adoptados ante la posibilidad de un apocalipsis zombi".

El filósofo alemán Karl-Otto Apel (fallecido recientemente) hablaba de la responsabilidad ética del discurso, la de aquel que se dirige a sus conciudadanos; pues el que alza la voz en la plaza pública ha de procurar que nadie quede expulsado de la conversación o del diálogo. La democracia comienza en el lenguaje.

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