Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

Choque de trenes

Habría que hacer de la necesidad virtud y reconocer que aquí nunca habrá accidentes ferroviarios

Resulta inquietante que la vida política esté inundándose de metáforas. En la vida cotidiana las metáforas son necesarias: ahí está la expresión tener meteorismo. Y es que las metáforas existen porque no hay palabras suficientes y a veces tenemos que recurrir a palabras usadas para nombrar aquello que carece de nombre. Hay épocas en las que, en contra de toda razón, las metáforas invaden el lenguaje político para hablar sin hablar, nombrar lo que no existe, la estafa que curaría nuestro mal. Las metáforas en política generalmente están para asustar o mentir, para generar entusiasmo alrededor de insensateces. Ahí está aquella niña boba de Rajoy o la turbia idea de Iglesias Turrión de que, tras la muerte Hugo Chávez, éste seguiría cabalgando como estandarte de su patria. Las metáforas políticas son gansadas peligrosas, fullerías para incautos. Me temo, sin embargo, que las metáforas han llegado para quedarse; pues, cuando hay poco que ofrecer, se sacan las metáforas a la calle. Ahora hay una que recorre diarios y tertulias: choque de trenes, un choque de trenes entre Cataluña y España, entre las instituciones independentistas de Cataluña y la seca legalidad española.

Mientras el mundo contempla sobrecogido los destrozos reales de terremotos y huracanes en el Caribe y México, los españoles nos dedicamos a mirar en los periódicos cómo será ese choque de trenes figurado. Se me ocurre una idea para impedirlo, una sencilla sugerencia, una modesta proposición. Como sólo puede haber un choques de trenes allí donde hay trenes, y en Granada no hay trenes ni los habrá en mucho tiempo (ni siquiera hay tren metropolitano), habría que hacer de la necesidad virtud y reconocer que aquí nunca habrá accidentes ferroviarios. Eso nos convertiría en la sede ideal para que pasen una semana entre nosotros Carles Puigdemont y Mariano Rajoy. Alojándose en el Parador de San Francisco, pasearían por la Alhambra, luego irían de tapas por el Realejo, almorzarían con autoridades y vecinos, estarían solos, jugarían a la petanca, irían de copas por la calle Ángel Ganivet, se contarían sus cosas, subirían al Sacromonte, se volverían amigos, se bajarían de los trenes que no existen y no habría choque de trenes, porque en Granada nunca habrá tren, seremos lo que somos, ciudad sin tren, ciudad sin accidentes ferroviarios, la ciudad donde Puigdemont y Rajoy se dieron un abrazo y empezaron a hablar.

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