Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

La oreja sola

Supongo que serán un indicio, el síntoma letal del mutismo ambulante, de la torpe abundancia de lo inútil

Ayer gasté media mañana en buscar los auriculares de mi móvil de ahora. La verdad es que casi nunca me los pongo, estoy acostumbrado a que todo lo que escucho también lo escuchen los demás, y no suelo entregarme a las cadencias de los artilugios analógicos o digitales a horas intempestivas, a medianoche o a la hora de la siesta, cuando la gente de mi barrio descansa, a esa hora sólo escucho el rumor de mi propia conciencia o la respiración de aquellos que duermen o meditan conmigo, en el mismo lugar, al mismo tiempo que medito yo. Nunca uso los auriculares. Ahora sí: tendré que seguir las noticias en alguna emisora y, sin el cable de los auriculares, la radio del móvil no funciona, hace décadas que no escuchaba tan nervioso la radio.

Así que estaba buscándolos y, antes de encontrar los que necesitaba, he ido tropezándome con veinticuatro o veinticinco auriculares. Si hubiera continuado habría podido alcanzar la treintena, quién sabe. Pienso que más de veinte auriculares son demasiados para una sola persona. Hay gente que acumula multas de tráfico o pozos de petróleo mientras que yo sólo acumulo auriculares de todos los colores. Recuerdo lo que decía un jefe sioux, que el hombre blanco es el único animal que caza más carne de la que puede comer. La vida cambia y ahora podríamos decir que el hombre blanco (también la mujer blanca) son los únicos animales que tienen más auriculares de los que podrían usar en cuatro vidas, tienen más auriculares que orejas. En mis cajones veo los audífonos que me dieron en algún museo o a bordo de un avión transoceánico, mientras viajaba en un autobús interurbano o dormitaba en un tren de provincias. Luego están los auriculares que venían con los móviles que me han acompañado durante una temporada o los que traían las viejas y minúsculas radios de hace más de veinte años. Supongo que tendrá algún sentido la presencia de tantos auriculares, no sólo en mi casa, he consultado con los vecinos y en sus casas ocurre algo semejante: el mundo sufre la invasión de los audífonos, hay audífonos en todas las esquinas, si te distraes podrías regresar a tu casa con más auriculares. Supongo que serán un indicio, el síntoma letal del mutismo ambulante, de la torpe abundancia de lo inútil, de la ambiciosa soledad de una oreja insatisfecha y triste: cada uno encerrado con sus noticias y su música, de aquí para allá, siempre esperando que suene lo que nunca oiremos.

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