Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

La máquina de la soledad

Aquella tarde Granada me pareció la ciudad culta y cívica que siempre habíamos imaginado

El jueves pasado, tras asistir en el Centro Lorca al hermoso espectáculo de La máquina de la soledad, me acerqué al Centro Guerrero para disfrutar de la inauguración de una exposición espléndida a la que volveré otras veces, Confesión general, de Luis Gordillo, recorrido antológico por la obra de un pintor extraordinario cuya historia se remonta a la década de los 50 del pasado siglo, y llega hasta nuestros días, hasta ahora mismo, hasta este año de 2017: una prodigiosa tensión creativa o aventurera, ya sabemos, el arte es una aventura y la de Gordillo es profunda y dilatada, ambiciosa y honesta, tiene más de ochenta años, y ahí está, ahí lo veo, qué capacidad tan enorme para la búsqueda, y el cambio, y el placer de percibir la interminable novedad que cada día nos trae; "el mayor delito de un creador es repetirse", le decía a Isabel Vargas en una entrevista publicada el viernes en estas páginas. Luego paso de una planta a otra, saludo a los amigos de siempre, hablamos, quedamos para luego, y miro las piezas que están en los muros del museo y me atrae especialmente una que nunca había visto antes, Letrismos con mancha blanca y mancha negra, de 1959, aquella época en la que Gordillo dejó Sevilla ("entonces Sevilla era pura pandereta") y se fue a París para vivir en un buhardilla desnuda y fría, el lugar donde empezó a desarrollar unos extraños grafismos epistolares para nadie, un desolado soliloquio hermético, la escritura como imagen o testimonio de la soledad o la pobreza o la congoja. Gordillo era pobre, estaba deprimido y se sentía solo y frágil. Como también se sentirían frágiles y solos Manuel y Elisa, los personajes principales del espectáculo que acababa de ver, los dos moviéndose todavía en mi retina o en mi conciencia, los enamorados de San Luis Potosí cuyas cartas nos trajeron Shaday Larios y Jomi Oligor en ese espectáculo inolvidable de La máquina de la soledad, un espacio dramático que, construido alrededor de una delicada colección de intimidades, nos insta a custodiar la memoria de las cosas, la pequeña memoria de las cosas pequeñas simbolizada en esa vieja maleta encontrada en un rastro de México, una involuntaria cápsula de tiempo donde las ausencias se cruzan y la coincidencia parecen fantasía. La del jueves fue una tarde feliz: alejados de las torpes tensiones del mundo, Granada me pareció la ciudad culta y cívica que siempre habíamos imaginado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios