Eva Yerbabuena | Crítica

El oro y los abalorios

Un pasaje del espectáculo que inauguró la Bienal.

Un pasaje del espectáculo que inauguró la Bienal. / Juan Carlos Vázquez Osuna (Sevilla)

Hay un espectáculo tradicional dentro de esta obra. Cuando hablo de tradicional me refiero a que utiliza melodías y textos con los que viene trabajando el flamenco desde hace décadas, en algunos casos más de 100 años. Y que maneja un concepto coreográfico que, aunque más reciente, se inspira en estas melodías y estas letras. Ya sabemos que el flamenco actual, el tradicional, lo que baila son emociones. Y esta bailaora ha creado escuela precisamente en esta faceta. Es un referente de dos generaciones posteriores de intérpretes precisamente por su forma de expresar la ira de la seguiriya, el erotismo de los tangos o la profunda melancolía de la soleá, por referirnos, tan solo, a tres de los estilos que interpreta en esta obra.

Un momento del espectáculo de Eva Yerbabuena. Un momento del espectáculo de Eva Yerbabuena.

Un momento del espectáculo de Eva Yerbabuena. / Juan Carlos Vázquez Osuna (Sevilla)

En el arte, en el flamenco, en la vida, el ingenio es un abalorio. Puede gustarnos y hacernos gracia pero sabemos que no tiene el valor de una emoción, que es lo más valioso de un ser humano, lo que lo hace propio, único, precisamente por compartir esta facultad con otros seres humanos y, en algunos casos, con otros mamíferos. Con abalorios pretendían los conquistadores llevarse el oro americano, como sabemos. Hace mucho tiempo que no me interesa el igenio ni en el arte ni en el flamenco ni en la vida. Por eso podría parecer sorprendente que el oro que hay en esta obra, el baile de Yerbabuena que, como digo, es una de las grandes creadoras de nuestro tiempo, se presente sin aderezo, incluso desarreglado, tanto en puesta en escena como en vestuario, etc., y sin embargo el ingenio, francamente pobre, aparezca en todo su esplendor, que no tiene. Los músicos estuvieron buena parte de la noche en una esquina, en sombra, y algunos de ellos de espaldas al público. No obstante, estuvieron magníficos. No vamos a descubrir ese toque fabuloso que, por muy en sombra que se presente, está lleno de colorido, de calidez. De eso que algunos llaman belleza y que, siéndolo, es algo más: único, personal, lleno de esplendor. Magníficos también estuvieron los cantaores que, además, arrojaron ropas a la bailaora o tocaron la carraca.

Magnífica la bailaora, con esa capacidad asombrosa para, a toda velocidad, cerrar el compás, o para quedarse, de repente, bailando a cámara lenta. Con un oído absoluto. Está en plenitud de forma. Es una de las más importantes intérpretes de la historia de este arte y sin duda la más influyente de hoy. De esta manera brillante se inicia una nueva edición de la Bienal de Flamenco.

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