El suelo también es biotecnología

Ciencia abierta

Una mirada científica y sostenible a los desafíos de la tierra que pisamos

¿Qué futuro les espera a los suelos mediterráneos?

Menos da una piedra

El ciclo de la vida en el suelo
El ciclo de la vida en el suelo / C. A.
Autora: Ana Isabel Palma Toro, alumna del máster en Biotecnología de la UGR. Coordina, Francisco González García.

19 de agosto 2025 - 06:15

Los mundos que imaginaron Isaac Asimov o Philip K. Dick quizás no han llegado como esperaban. Es probable que el 2050 no esté lleno de coches voladores y robots que nos hagan compañía… o tal vez sí, quién sabe. Aun así, la ciencia ha dado pasos de gigante en muchas áreas, entre ellas la biotecnología.

Cuando pensamos en biotecnología se nos vienen muchas ideas a la cabeza: microorganismos en tanques para obtener compuestos de interés industrial, inmensas librerías génicas que permiten identificar microorganismos sin necesidad de cultivarlos, u organismos modificados genéticamente como estrategia frente a problemáticas ambientales como sequías, temperaturas extremas o plagas devastadoras.

Son muchos los campos en los que se aplica la biotecnología, y su impacto se extiende desde la salud hasta la producción de alimentos, pasando por la industria, el medio ambiente y la energía. Esta disciplina ha dejado de ser una promesa futura para convertirse en una herramienta presente, transversal, capaz de transformar sectores y ofrecer soluciones innovadoras a desafíos globales. Lejos de ser un campo aislado, actúa como un puente entre ciencias básicas y aplicadas, integrando conocimientos de biología, química, ingeniería y computación, entre otros, en un enfoque multidisciplinario cada vez más necesario.

Sin embargo, casi nadie, y yo la primera, pensaría en biotecnología al mirar el suelo bajo sus pies. Tremenda ironía, ya que el suelo es el mayor sumidero de vida, carbono y procesos biológicos que existe en nuestro planeta Tierra… sí, tierra, la que siempre ha estado, pero en la que cada vez menos nos fijamos. Esa tierra acoge a infinitos seres vivos, micro y macro, gracias a los cuales la vida es tal y como la conocemos. En una sola cucharada de suelo hay más microorganismos que células en todo nuestro cuerpo. Además, es el principal sumidero de carbono del planeta: en él se almacenan más toneladas de CO₂ que en la atmósfera, la biomasa forestal y los océanos juntos.

Una muestra de tierra
Una muestra de tierra / C. A.

Por eso, el suelo juega un papel crucial en el ciclo del carbono y en la mitigación del cambio climático. Su alteración, por prácticas como la deforestación o la agricultura intensiva, libera grandes cantidades de CO₂, exacerbando el calentamiento global. Aplicar un manejo sostenible del suelo es clave para proteger este enorme tesoro que tenemos bajo nuestros pies.

Al aumentar el contenido en carbono mediante enmiendas orgánicas, no solo facilitamos el secuestro de carbono, sino que mejoramos la salud del suelo: aumenta su capacidad de retención de agua, se reducen las pérdidas de nitrógeno por lixiviación (y con ello la contaminación de acuíferos) y se incrementa la presencia de nutrientes esenciales para el crecimiento vegetal.

Hoy estamos más desconectados del campo que nunca, ya sea por el ritmo de vida o porque cada vez más personas prefieren vivir en ciudades. Pero puede ser peligroso olvidar que lo que comemos proviene, de una forma u otra, del suelo. Un suelo cada vez más pobre en nutrientes y materia orgánica, que pierde resiliencia y capacidad productiva.

Por suerte, en los últimos años ha cambiado la forma de entender cómo cultivar el campo. Cada vez más investigadores buscan estrategias para devolverle a los suelos la fertilidad perdida tras décadas de producción intensiva. Gracias al trabajo conjunto entre científicos y agricultores, se están recuperando prácticas y desarrollando tecnologías más respetuosas con el medio, que no solo evitan dañar el suelo, sino que incluso pueden mejorarlo a largo plazo.

Suelo de un campo cualquiera de cultivo
Suelo de un campo cualquiera de cultivo / C. A.

En algunos de estos proyectos he tenido la oportunidad de colaborar personalmente. Por ejemplo, en el Departamento de Edafología y Química Agrícola de la Universidad de Granada, trabajamos junto a la Cooperativa Agrícola San Isidro de Loja en la gestión de residuos generados en su almazara. Una de las propuestas fue el cultivo de larvas de insecto como método de biotransformación de estos residuos vegetales, obteniendo un producto de alto valor añadido: la proteína de insecto.

Otro ejemplo es mi trabajo actual en la Estación Experimental del Zaidín (EEZ-CSIC), donde investigamos el uso de biocarbón como enmienda agrícola. Este material mejora las propiedades físicas, químicas y biológicas del suelo, a la vez que permite obtener energía durante su producción. Además, al incorporarlo al suelo, se favorece el secuestro de carbono y se reducen emisiones de gases de efecto invernadero como el óxido nitroso.

Estas experiencias muestran cómo la biotecnología puede ofrecer soluciones reales y sostenibles, nacidas del diálogo entre ciencia y campo. Aún queda mucho por hacer. Se necesita más ciencia y comprender a fondo los entresijos que el suelo esconde. Pero, sobre todo, que ese conocimiento no se quede guardado en artículos científicos o matraces de laboratorio, sino que llegue a los agricultores y contribuya a cambios reales. Así que, después de esta pequeña reflexión, espero que la próxima vez que mires tus pies, pienses en el suelo que pisas como algo vivo y que necesita ser cuidado. Porque sin suelo, a fin de cuentas, no somos nada.

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