Historia de una bufanda
real Madrid | granada cf
De Tercera a Primera División, ésta es la vida de un cubrecuellos rojiblanco en su último servicio granadinista
Érase la historia de una bufanda, que se colgó al cuello de un niño de apenas 8 años una tarde de otoño. Un trozo de lana tejida, de colores rojiblancos, esperaba dueño ansiosa junto a una de las esquinas del viejo Los Cármenes. Los abuelos del chaval se lo habían prometido durante todo el verano. Ir a un partido del Granada una vez que el chiquillo había descubierto que en su ciudad había un equipo de fútbol. Y el requisito fundamental para ir a un encuentro de fútbol es tener una bufanda del equipo en cuestión. Pues llegó Luz, y mientras Paco guardaba sitio en la cola, en un movimiento rápido y fugaz el nuevo granadinista tenía anudada al cuello la suya. Y ambos, tan felices.
Esa bufanda nunca se iba a imaginar la de avatares e historias que vivió desde aquel Granada-Maspalomas. Primero sobrevivió a la llegada de sus hermanas más jóvenes, las de materiales sintéticos, que amenazaban con dejarla olvidada en un cajón. Pero el chico siempre fue fiel a la suya. A partir de ahí, toda la Segunda B, aquellos infaustos años de Tercera... Se hacía mayor y sólo había visto penurias. Ni mentar el 25-J. Le iba quedando menos brillo que en aquel 1992. Hasta que llegó 2010. El abuelo ya no estaba, pero estuvo. Allí, en Alcorcón, simbolizado en una rama de pino atada a la rojiblanca, pinchando al nieto cada vez que los de amarillo atacaban a José Juan. Se empezaba a sentir joven otra vez.
Celebró como si hubiera sido comprada ayer el ascenso a Primera. Una vez en la Liga de las Estrellas, le pidió a su dueño un último favor. Ya que había pasado tantas penurias y fríos en Maracena, Loja o Roquetas, ¿por qué no un último viaje? ¿A dónde? Pues al mayor de los escenarios del fútbol Mundial. Y allí se fue. Se cerró el círculo.
El Santiago Bernabéu lució sus mejores galas, lleno hasta la bandera. La bufanda vio al mejor jugador del momento, Cristiano Ronaldo, revestido de oro y adorado por una hinchada que, sin embargo, le vitoreó al principio pero luego se olvidó de gritar para apoyar al Real Madrid. Vamos, que los 2.000 que había de Granada en el campo se oían más que los de casa. Y la bufanda, más orgullosa que nunca.
Vio el Balón de Oro, ese objeto de deseo de egos en un deporte de equipo, pero que brillaba ante los focos y las miradas de un madridismo, que aunque la bufanda no sentía, era incapaz de mostrarse indiferente. También comprobó que algunos periodistas sólo buscan donde medrar y cómo son capaces de sacarle punta a lo absurdo de un equipo modesto. La bufanda se indignó con ese informador que preguntó al entrenador de su equipo que por qué no había rendido pleitesía y agasajo a ese portugués que tan bien juega al fútbol, pero al que el Granada no le debe nada. Sí, bueno, un gol en propia puerta que festejó debidamente el cubrecuello rojiblanco.
Menuda manera de jubilarse, ante 82.000 personas y aguantando el 0-0 al descanso. Luego llegó la segunda parte y los goles del Real Madrid. No todo iba a salir redondo para aquella vetusta bufanda.
Sin embargo, y pese al resultado, ya había valido la pena el viaje y los campos de barro visitados. Todo el fútbol cobra sentido en el Bernabéu, y más cuando te ponen la marcha Radetzky, la que cierra el concierto de año nuevo. Se creían que era en honor de CR7. No, era para la decana de las bufandas del fútbol granadino, en su día de gloria, en su último servicio rojiblanco.
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