Un deporte decaballeros dentro y fuera del hielo

Los jugadores de curling, una de las disciplinas más exóticas de la cita, guardan un ejemplar código de honor

El curling no sólo es una disciplina de precisión, también requiere una buena condición física.
Miguel López Granada

07 de febrero 2015 - 05:02

Ochenta piedras con un peso de veinte kilos hechas de un granito especial; valoradas cada una de ellas en casi 500 euros, y fabricadas en todo el mundo sólo por una empresa escocesa que posee la patente, se deslizan por un hielo tan plano que es necesario medirlo con un láser en el momento de su montaje. La frase es larga, pero es la descripción más literal posible, un deporte que se juega por equipos de cuatro y en el que el olimpismo es su santo y seña.

Por desgracia para los amantes de este juego, la península ibérica no es el mejor sitio para ser profesional en este deporte. En España no hay ni una sola pista en condiciones óptimas para la práctica de esta disciplina, de momento exótica en la piel de toro, pero muy atractiva para los que se inician. Tanto es así que, como cuenta Ángel García -jugador del combinado español en esta Universiada- a este periódico, cada vez que el equipo nacional quiere entrenar, tiene que desplazarse al extranjero. En ocasiones a Noruega; con el alto coste que ello supone. Y lo peor, "lo pagamos nosotros de nuestro bolsillo"; relata el madrileño.

Por eso no es de extrañar que la delegación española de este deporte no pueda hacer frente a potencias mayores como son Noruega, Suiza o la todopoderosa Canadá. "Antes había una pista de hielo en Madrid que usábamos para entrenar. Era de patinaje artístico, pero el dueño [la instalación era privada] nos la dejaba a última hora de la noche", sentencia.

El problema, el alto coste. La pista, con unas deficientes pintadas que imitaban la diana y las líneas divisorias del suelo sobre el que se practica este deporte, salía a los curlinistas por la nada despreciable cantidad de 300 euros la hora. Un coste inasumible para un grupo de valientes que juegan a cambio de nada. Claro, que viven en un país donde, paradójicamente, pasar el cepillo o tirar la piedra, pero para esconder la mano, son deporte nacional por otras razones muy distintas.

Alfonso Carlos Vilar es voluntario como técnico de hielo de la pista de curling. Él empezó a montar la pista desde cero. Aún estaba negra cuando este aragonés dedicado a los deportes de hielo desde hace cuatro años. "Económicamente, el curling es un deporte caro. Necesitas mirar continuamente la temperatura ambiente, del hielo, el porcentaje de humedad y la temperatura del agua", asegura Vilar; quien en su ciudad natal, Jaca, es el encargado de preparar la pista de hielo común para las competiciones de curling: la forma más barata de poder entrenar. "Este es de los partidos de curling que he visto en España con más asistencia de público", añade respecto a la competición de la tarde.

Y es que el curling es casi una religión para sus practicantes. Un dogma bondadoso y pacífico en el que la rivalidad y el odio deportivo tienen poco espacio. La escasez en ese terreno está a la altura del escaso nivel de beligerancia, delincuencia callejera y criminalidad de las potencias del norte de Europa: las más aventajadas de este deporte en el Viejo Continente, y de las mejores del mundo: quizá no sea fruto de la casualidad.

El respeto al otro equipo es tan elevado, que retirarse no es sinónimos de rendición o cobardía; sino todo lo contrario. El efugio cuando el marcador está cuesta arriba demuestra admiración y reconocimiento a la superioridad del rival. También respeto. Sí, respeto. El que merece aquel que tiene un ritmo de competición más exigente y puede sufrir en el futuro los signos de la fatiga por jugar un partido ya resuelto: un mero trámite. Eso fue precisamente lo que le pasó ayer a la selección española masculina, que hizo gala de señorío y deportividad al darle la mano a una Noruega que fue muy superior.

En el curling apenas es necesaria la intervención arbitral. La misma está reservada a casos muy remotos en los que no se puede discernir con la única ayuda del ojo humano cuál de las dos piedras ha quedado más cerca. Es entonces, cuando intervienen los jueces; que sacan un compás gigante que para acabar con la incógnita. Raro es ver una protesta, y más aún una discusión entre integrantes rivales. La mayoría de las jugadas, incluso aquellas que requieren retirar una piedra mal colocada sobre el hielo, se dirimen con el diálogo.

Sin embargo, el colmo de la buena sintonía no se da dentro del hielo, sino una vez que el partido toca a su fin. En torneos locales, y por tradición consuetudinaria, el ganador suele invitar al perdedor a una ronda de cervezas; lo que no hace sino estrechar aún más los lazos entre ambos conjuntos. Esta práctica, sin embargo, es poco habitual en competiciones de carácter internacional.

Cuando termine la Universiada, la pista de curling será desmantelada; probablemente para construir arenas de pádel dentro del pabellón. Y es que mantener algo así no es caro. De entrada, la de Fuentenueva es portátil, lo que supone un gasto enorme en mantenimiento. Una fija suele ser más barata que una de hielo común, ya que la segunda sufre mucho con las cuchillas de los patines. Aproximarse a las cifras de la pista de curling no es fácil, pero sólo en gasoil, una como la de Fuentenueva, puede llegar a consumir 50.000 euros al mes en gasoil. Un coste prácticamente inasumible.

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