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Distrito Centro de Granada: Un cambio de sentido para todo un barrio

  • La movilidad es el nexo común de los problemas de vecinos y comerciantes del Centro, pero también la seguridad y la turistificación

David muestra un filete de atún recién cortado en su pescadería del Mercado de San Agustín

David muestra un filete de atún recién cortado en su pescadería del Mercado de San Agustín / Guillermo Martínez

David casi se atraganta con la cerveza. Acababa de entrar Laura García-Lorca al Mercado y tenía que volver a su puesto para atenderla. “Buenos días Laura”, le dice, mientras ella le devuelve el saludo con una sonrisa. La sobrina del poeta siempre impacta por su parecido físico al genio de Fuente Vaqueros, más aún cuando una corriente de aire le da vuelo al chal que vestía. Cosas del destino: el Centro que honra la memoria de Federico está levantado sobre el viejo San Agustín.

David le prepara lo que parece un rodaballo. Alrededor, los turistas permanecen más interesados en ver cómo trabajan en las pescaderías, carnicerías y fruterías. Es el centro del centro, el lugar que más vida debería tener y que poco a poco se recupera tras el fiasco del Gourmet. “Aquello fue un engañabobos”, cuenta el mismo David. “Esto está ahora así de bien porque los de los puestos nos hemos empeñado”, añade. Se han abierto bares y restaurantes por dentro, muy concurridos, pero “hace falta difusión, carteles que digan cómo venir y lo que hay aquí”, pide este pescadero.

La vida del mercado contrasta con un centro donde el pequeño comercio sufre para sobrevivir, que pide a gritos más Noches en Blanco para compensar pérdidas. Conforme las otrora comerciales calles Alhóndiga y Puentezuelas se alejan de la arteria principal, Recogidas, los comerciantes se encuentran con más dificultades para progresar.

Lourdes, una joven vecina de la barriada de la Magdalena, apura sus horas como habitante del centro. Carga su coche con una maleta mientras espera que su padre baje un mueble pesado. “Soy estudiante y nos han subido el alquiler 300 euros. Ya había pasado en el primero y ahora hay un piso turístico. Me frustra tener que irme”, cuenta con amargura tras dejar la casa en la que vivía desde que empezó Traducción.

Mari Carmen encabeza las protestas de los vecinos de San Juan de Dios para recuperar el bus 5 y que el tráfico baje desde el Triunfo. Mari Carmen encabeza las protestas de los vecinos de San Juan de Dios para recuperar el bus 5 y que el tráfico baje desde el Triunfo.

Mari Carmen encabeza las protestas de los vecinos de San Juan de Dios para recuperar el bus 5 y que el tráfico baje desde el Triunfo. / Guillermo Martínez

Un armonioso sonido metálico se escapa por las ventanas del Conservatorio de Música en la entrada de San Juan de Dios. Más abajo, en la esquina, un mendigo hace lo propio con otro violín desvencijado, y que a duras penas mantenía la afinación. Deja de tocar mientras ve pasar un coche de la Policía Local. La pobreza se adueña de la que en su día fue una de las calles más importantes de la ciudad.

San Juan de Dios se ha convertido en el fuerte de Baler, la resistencia de una barriada que muchos piensan que han matado poco a poco. Mari Carmen lleva la voz cantante de la lucha de los comerciantes contra el Ayuntamiento. Y aunque la primera reivindicación es cambiar el sentido de la calle, y que baje hasta Gran Capitán, “estamos necesitados de todo”. “Estamos catalogados dentro de un entorno BIC pero es como si estuviéramos en un barrio marginal”, cuenta la dependienta del Bazar Bernardos.

En San Juan de Dios, los vecinos piden dispersión de centros para atender indigentes

Se refiere a los problemas causados por los indigentes que acuden al comedor social del Hospital San Rafael, y donde a los dependientes se les suministra metadona para aliviar su adicción a las drogas. “El problema no son los pobres. Pedimos dispersión, más centros en otros sitios y no que se concentre todos aquí”. Y aunque esto lo crean “solo unos pocos, hacen sus necesidades, las de sus perros, y molestan a los viandantes. No somos aporofóbicos, en la calle casi todas las mujeres son voluntarias del comedor”, desgrana Mari.

Más iluminación, seguridad y limpieza para una calle que pide lo mismo que en Elvira, donde “cada vez se ven más casas a la venta”, dice Gonzalo, de 40 años, mientras saca a su perro de paseo. “A los que podemos pagar un alquiler aquí nos piden cada vez más”. Y le extraña, porque “el menudeo de drogas es el mismo que cuando salía de fiesta hace veinte años”. Por eso pide recuperar la Policía de Barrio. “Cuando vienen amigas de fuera quedo con ellas en el arco porque no me fío. Pero vamos, de aquí nadie me echa”, se reafirma con la convicción de un enamorado.

Una pintada vandálica en la entrada de la calle Damasqueros, en el Realejo Una pintada vandálica en la entrada de la calle Damasqueros, en el Realejo

Una pintada vandálica en la entrada de la calle Damasqueros, en el Realejo / Guillermo Martínez

El mediodía avanza, el hambre aprieta, y en el Seis Peniques ya hay extranjeros pidiendo la cuenta. En Pavaneras se empieza a montar el lío diario con los autobuses escolares. Pero esta vez, los cláxones braman contra el todoterreno de un turista que se ha parado en mitad de la calle para que un Policía Local le explique cómo salir de allí. “El alcalde tiene que peatonalizar todo el centro”, dice Víctor, de 45 años, viendo la escena.

“El que haga un parking subterráneo en el Campo del Príncipe se forra”, propone Andrés, cansado de los problemas para dejar el coche. Es un ‘greñúo’ de toda la vida, de 69 años, que no duda en contar la historia del término, y en el que bajo el suelo que pisaba estaban los resto de una muralla árabe. “¿No podían haber puesto un cristal para que se viera?”

En la Placeta del Hospicio Viejo se mezcla el olor a incienso con el de salsa de soja. Se oye a dos estudiantes hablar en alemán. Un barrendero termina de recoger un montoncillo y se va. Hay silencio. En algún lugar Laura García-Lorca estará terminándose el rodaballo que le ha comprado a David.

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