Crítica

András Schiff, un señor del piano

  • Además de Bach, sus interpretaciones de las sonatas ‘Tempestad’ y la del último Beethoven reflejaron fielmente el caudal de sentimientos del músico de Bonn

András Schiff en el Manuel de Falla.

András Schiff en el Manuel de Falla. / Festival de Música y Danza

Toda referencia a Johann Sebastian Bach con otro compositor posterior, incluso de la más rompedora modernidad, es una obviedad porque todos han bebido en ese manantial, sin cuyos hallazgos no hubiésemos salido de los comienzos del canon o la primitiva fuga a partir de los siglos XV, XVI y XVII, con los antecedentes de Frescobaldi, hasta que Bach, con su sentido de ingeniero de estructuras musicales, la convirtió en una fórmula perfecta y creativa fundamental. Beethoven no iba a ser una excepción, entre otras cosas porque sus búsquedas de nuevas formas de expresión tenían los sólidos cimientos del análisis y la profunda reverencia a un modelo de las formas y fórmulas contrapuntísticas y fugadas del discurso musical después de Bach Ambos fueron rompedores con su época –¡tantas B podrían unirse en un concierto de ‘vías experimentales’, entre ellas Brahms, para no salirnos del universo germano!– :uno en el sentido ingenieril de la música y el de Bonn auténtico revolucionario como expresión de sentimientos humanos –amor, dolor, silencio, muerte– que trasciende cualquier encasillamiento, sobre todo el preludio romántico. Ahí está su monumento ciclópeo de las sonatas para piano, por ejemplo, del que András Schiff nos ofreció dos gloriosas como la llamada Tempestad y la última del ciclo, la 32, op. 111 en do menor.

Unir esos lazos, a través de uno de los más notables pianistas de nuestro tiempo, es un momento de especial interés dentro del programa, un tanto atrabiliario, no siempre respetuoso con la idea matriz, del 70 Festival. Sus grabaciones sobre las fantasías cromáticas de Bach están en los lugares preferentes de los coleccionistas, Y así empezó su recital en la tarde del sábado, en el auditorio Manuel de Falla –tras una breve alocución al público en su primer recital en Granada, refiriéndose con humor a la no interrupción del programa sin bises–, recordándonos que Bach no fue sólo el genial creador de obras para órgano, cantatas, pasiones, misas, etc., como todo simple aficionado sabe y conoce, sino el creador de piezas tan originales y modernas, para su tiempo, como la Fantasía cromática y fuga en re menor, donde hace falta un pianista dominador de todas las posibilidades técnicas y expresivas que puede extraer de un instrumento moderno, de una obra pensada para el clavecín, para poder transmitir el mensaje cautivador y transgresor de Bach. Sir András Schiff extrajo de esa arquitectura de subidas y bajadas, de acordes rotos, de arpegios endiablados, de una gloriosa fuga, convertida en fantasía única, donde el piano moderno puede extraer no sólo el virtuosismo con la que fue concebida, sino la máxima expresividad , dentro de la meticulosidad con la que hay que delimitar esa escritura de clavecín.

Bach no fue solo un creador de obras para órgano, sino el creador de piezas originales y modernas para su tiempo como la 'Fantasía cromática y fuga en re menor'

La enlazó con una sonata de Beethoven, la 17, también en re menor –como la Fantasía– la llamada Tempestad, título no atribuible al autor, sino a los editores, quizá para subrayar las turbulencias de la pieza, la forma inusual, el juego constante de elementos comunes que surgen en distintos planos. Schiff resolvió de forma admirable esa tempestad inicial, se sumergió con hondura cálida en el movimiento lento y arrebató con el fortísimo final. Pero durante el transcurso de su interpretación nos deleitó extrayendo todos los enormes contrastes, sobre todo, en el apasionante diálogo entre las dos manos, donde se enfrentan la gravedad y solemnidad dramática, con el canto sutil y apasionado, diálogo que se reafirma en el Allegreto, donde András Schiff extrajo con rotundidad ese bellísimo tema que surge y se repite genialmente, en diversas formas, hasta alcanzar el máximo clima que acaba extinguiéndose entre las manos del intérprete que cuidó cada sonido con mimo especial.

En un recital sin interrupción, es imposible dejar de concentrarse en ese soplo vital de la última sonata para piano con la que culminó Beethoven su monumental ciclo. La núm 32, Op. 111, en do menor, del tiempo de la Missa Solemnis. Las tres últimas sonatas del músico de Bonn son no sólo una búsqueda desnuda de nuevos horizontes sonoros, sino la expresión más intensa de su mundo interior, en su trágico sentido de la vida, sordo y aislado del exterior, concentrado hasta la desesperación. Ese aislamiento le sirvió para encontrarse a sí mismo y a su música, en una superación técnica, sin concesiones fáciles. Es una última reflexión pianística que exige interpretaciones, si bien a veces diversas, sí enormemente creativas. Dos movimientos, sobre la base del do menor, en un allegro con una introducción que recuerda a la sonata Apassionata, en la que el teclado vibrante de Schiff insufló de fuerza, subrayando magistralmente los momentos fugados, la coda y, sobre todo, esa monumental Arietta, con un tema con seis variantes, alucinadas, diversas, cálidas unas, dramáticas otras –la maestría con la que abordó el compositor un tema con variaciones, como ocurre con las 32 sobre un vulgar vals de Diabelli– en las que Sir András Schiff las fue descubriendo, una a una, incluso no obviando esas premoniciones de jazz, que puede apuntarse en alguna. ¿Es quizá la abstracción musical lo que une a Bach y Beethoven? ¿O la ingeniería sonora? ¿O la grandiosidad o el intimismo? Sintiéndolo mucho, por los ocasionales musicólogos, me quedo con el arrebatador, apasionado y tumultuoso mundo de Beethoven, porque trasciende al tiempo. Y lógicamente me quedo con los intérpretes capaces de descifrarlos, como fue el caso de este señor del piano que no en balde lleva al calificativo de Sir, en honor a su verdad ante un teclado. Repito muchas veces lo que me contestó Kempff una calurosa tarde de junio de 1959, al terminar un ensayo en Carlos V, cuando le dije que estaba considerado el mejor intérprete de Beethoven: "El mejor intérprete es su propia música". Siento ser reiterativo, una vez más, cuando escucho un recital con las sonatas del genio de Bonn y cuando un pianista busca la verdad de ellas.

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