Crítica de la 71 edición del Festival de Música y Danza de Granada

El quinto elemento, el espíritu

  • El Cuarteto Casals tocó junto al pianista Juan Pérez Floristán en el Patio de los Arrayanes el pasado lunes

Un momento de la actuación la noche del lunes en el Patio de los Arrayanes.

Un momento de la actuación la noche del lunes en el Patio de los Arrayanes. / Antonio L. Juárez/ Photographers (Granada)

Hay debate, existe, sobre si nuestro Festival, mejor más corto y más contundente en contenido, o no, más espaciado en el tiempo y más generoso en la oferta y abierto y comprometido con tantas músicas, pero en cualquier caso, optáramos por una u otra opción, un concierto como el de ayer, es imprescindible en un festival como los Festival Internacional de Música y Danza de Granada, en la Alhambra, en el Patio de los Arrayanes. Será difícil encontrar un concierto de cámara tan sugerente y emocionante como el de ayer. Noche perfecta, puesta en escena exuberante y las emociones desde los primeros compases. Y noche con genio, con duende, con hambre de música, y como muestra ese quinto elemento que fue Floristán al piano con el Quinteto de Brahms. 

Ya escribía Aristóteles sobre los cuatro elementos, el agua, la tierra, el aire y el fuego, y ahí están, en nuestra filosofía, nuestras historia y nuestros genes. En este caso nos sirven para hablar de la perfecta conjunción que pueden generar 4 instrumentos perfectamente fusionados como son el Cuarteto Casals. Ayer se pudo disfrutar del resultado que da la conexión entre cuatro intérpretes con 25 años tocando juntos como trayectoria, todo era un disfrute, si bien dos son hermanos (violín y violonchelo), los cuatro son algo más, por ejemplo elementos. Distintos, complementarios, individuales, dependientes...

Y todo comenzó con la magia de Mauricio Sotelo, en una obra compuesta específicamente para este cuarteto y que servía para algo tan complejo como es comenzar un concierto de esta magnitud, o sea un lugar idílico, todo en orden, todo bonito, pero donde cada uno llega con su vida o con sus vidas, sus preocupaciones y demás y esa transición de lo terrenal a lo divino, a veces no sabes si se producirá, pero en solo unos compases, Sotelo y su conexión absoluta con el cuarteto y con el público se logró. Una obra genial, sorprendente, sinuosa como los reflejos del agua en la decoración, de las paredes. Una pieza llena de sugerencias, de transiciones emocionantes que te atrapaba durante todo su proceso. Una composición que habla de una madurez, de una vanguardia veraz, interesada en la conexión con el público y con ese toque flamenco, de duende y de chispa que produjo un impacto sincero en el público que abarrotó la Patio de los Arrayanes.

Siguió un cuarteto de Mendelssohn, que tenía su conversación. Estaba claro que para terminar con el quinteto, y tras una obra breve, había que elegir un cuarteto para configurar el programa del concierto. Y eso hicieron. Y el Cuarteto Casals demostró cómo una obra podría decirse menor, o al menos, no de las típicas de cuarteto, plantó en mitad de la Alhambra en lo que fue un monumento al trabajo minucioso y magistral que atesoran estos cuatro músicos. Un joven Mendelssohn (aunque en él todo siempre es joven, especialmente la muerte, que tan pronto le sobrevino) escribió un ciclo de cuartetos dedicados al Príncipe de Suecia, una música elegante, con muchas referencias a Haydn, Mozart y a Beethoven, en la que destacan pasajes dedicados al brillo del violín primero pero donde nada se lleva al extremo. El mejor ejemplo, el cuarto movimiento con un contrapunto imitativo en el que las cuatro voces van generando una melodía envolvente tan entretenida y comprometida para el cuarteto y con un resultado tan maravilloso para el público.

Es un cuarteto, como decíamos, muy complejo de llevar a un escenario porque, si no hay un trabajo pormenorizado de generar relieves y destacar la maestría sutil de ciertos pasajes, es difícil de emocionar al público y eso, precisamente es de lo que ayer se pudo disfrutar, de un Cuarteto perfectamente fusionado, equilibrado y comprometido con su arte.

El descanso, la limonada (en muchos casos) y las vistas, tuvieron tras Mendelssohn otro momento de esos que sirven para disfrutar la música una vez que cesa, y tomar el pulso a la noche. Y es que había expectación por el Quinteto de Brahms, una obra esencial del repertorio, y que conforman los grandes clásicos que nos deja nuestra tradición musical. Y como decíamos, de los cuatro elementos aristotélicos, pasamos al quinto, un elemento que no tiene tantos autores que lo suscriban, ni tanta tradición, pero que ahí está, el espíritu. Y es que ayer, el Quinteto de Brahms, un portento de obra, escrita en plena madurez y en un momento lleno de convulsiones y tormentos para el genio alemán, crea un universo sonoro único con una paleta de registros tal, que la convierten en una obra plena. 

La interpretación fue soberbia, con unos rangos dinámicos solo audibles en ese Patio de los Arrayanes, desde lo casi imperceptible, hasta el fragor, la rabia y el talento del cuarteto y del piano. Físicamente, el cuarteto y el pianista, llegaron agotados al final de la obra, y ello, por el compromiso con el arte, el amor por la música y creo que porque querían precisamente hacer eso, arte. Esta obra, culmen del romanticismo alemán, en pleno partido de la familia real que habitaba la Alhambra, como es el Patio de los Arrayanes conectaron de manera que el propio monumento fluctuaba, como las ondas del agua y su reflejo, y volvían la genialidad alemana, más mediterránea y en otros momentos adquiría mayor aire de castillo y se alejaba de lo que fue el patio, lugar de recreo íntimo de la familia real, o al menos eso le pareció a quien suscribe. En cualquier caso, la interpretación, con un tercer movimiento memorable fue sobrecogedora, comprometida y de las que dejan huella y profunda. Gracias Festival.

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