Momentos inolvidables para un crítico (7)
  • El Festival ha mantenido su memoria, porque Granada fue eje importante de su vida y obra, creada en la ciudad o pensando en ella

Manuel de Falla y Granada

Representación de ‘El Retablo de Maese Pedro’ Representación de ‘El Retablo de Maese Pedro’

Representación de ‘El Retablo de Maese Pedro’ / G. H.

Escrito por

Juan José Ruiz Molinero

A comienzo de los 60, subíamos al Carmen de la Antequeruela, con un ramo de flores, un grupo de incondicionales –el pianista García Carrillo, discípulo del maestro, el violinista Guerrero, el poeta Miguel Ruiz del Castillo, la arqueóloga Josefina Eguaras, Dionisio Benegas, el doctor Jofré, Rosario Alonso y el entonces joven crítico que leía unas cuartillas sobre la razón del modesto recuerdo–, para depositarlo ante el busto del compositor que esculpió Juan Cristóbal, en presencia de la duquesa de Lécera, la inquilina entonces del recinto que nos abría las puertas. Ya mantenía la idea de hacer todo lo posible, desde las páginas de los periódicos, locales y nacionales, para subrayar los vínculos de Falla con Granada, que entonces estaban prácticamente olvidados. Pedí la creación de un museo en su carmen, que gracias al alcalde Manuel Sola y de Manolo Orozco y, sobre todo, a la generosidad de la familia del compositor fue posible. Como la fue la creación del Centro que lleva su nombre, obra del arquitecto García de Paredes y el archivo anexo.

El Festival ya resaltaba esa imprescindible presencia del músico, desde los primeros conciertos –que se recuerda con el programa que la Orquesta Nacional ofreció en 1952– y, posteriormente con instantes claves como el estreno de Atlántida, en 1962, en San Jerónimo, repetida en diversos formatos, incluyendo el escénico de La Fura del Baus, en 1996, entre infinidad de programas, promociones, incluso operísticas, escénicas de El sombrero de tres picos o la emocionante recreación que hizo en 2013 la Compañía Etcétera de Enrique Lanz de El Retablo de maese Pedro, cuyos títeres diseñó genialmente Hermegildo Lanz, desde Granada, para su estreno en el Palacio de la Princesa de Polignac, en París, el 25 de junio de 1923. Sobre ese paralelismo Falla-Granada abundan gran parte de mis trabajos periodísticos-musicales. Me he detenido en el significado de cada obra, con amplios análisis sobre los centenarios de La Vida Breve, Noches en los Jardines de España, Siete canciones populares españolas, El amor brujo, o Atlántida, entre otras. Y he subrayado la pasión por Granada que sentía Falla, antes de instalarse, durante casi 20 años, en la ciudad, desde La Vida Breve hasta las Noches en los jardines de España. En la ciudad terminó El Retablo y abordó nuevos camino, con el Concerto para clave y cinco instrumentos, la Fantasía bética, Homenaje a Debussy, Pour le tombeau de Paul Dukas, Psyche o el Soneto a Córdoba, para el homenaje que los poetas del 27 dedicaron a Góngora, entre otras creaciones, los tímidos acercamientos a Atlántida y escritos, como el dedicado a Debussy, que he recordado en este periódico ampliamente, refiriéndome a su retrato del genio francés y su pasión por la ciudad, desde Soirée dans Grenade, a la Puerta del Vino. "La verdad sin la autenticidad", escribí parrafeando al maestro.

La relación de Falla con Granada era intensa. En 1916 dio a conocer, en uno de los conciertos del Corpus, sus Noches. Además, una vez asentado en la ciudad fue el promotor del Concurso de Cante Jondo de 1922, junto a Lorca, Segovia, Cerón y Jofré. A esos vínculos el Centro Artístico nos encargó a Rafael Jofré, y a mí, como director de la biblioteca de la entidad, la publicación Falla y Granada en la que aparecieron trabajos de Melchor Fernández Almagro, Gerardo Diego, Andrés Segovia, Maribel Falla, Valetín Ruiz Aznar, Andrés Segovia, Rafael Jofré, Manuel Orozco, sin olvidar textos de García Lorca o Ángel Ganivet. Había que mantener esa proximidad que, durante las dos décadas que vivió Falla en la ciudad, fueron intensas.

Montaje de La Fura del Baus en 1996. Montaje de La Fura del Baus en 1996.

Montaje de La Fura del Baus en 1996. / G. H.

Me envió Juan de Loxa un facsímil, el año que la casa-museo de Fuente Vaqueros, recordaba el centenario de Ernesto Halffter y su relación con Falla, de los conciertos que ambos maestros dirigieron, el 8 y 9 de febrero, de 1927, en el entonces Coliseo Olympia, de la Gran Vía, dos conciertos-homenaje de la Orquesta Bética de Cámara, dirigida por Manuel de Falla y Ernesto Halffter, organizados por la Real Academia de Bellas Artes de Granada, y cuyos beneficios se destinarían al Patronato Antituberculoso de la Alfaguara. Los programas incluían la obertura de Las bodas de Fígaro, de Mozart, el Idilio de Sigfrido, de Wagner y Ramarinskia, de Glinka. El Falla estaba representado por el Concerto, con el propio Falla al teclado; la suite de El sombrero de tres picos y Noche en los jardines de España, mientras en el segundo se incluía, en la primera parte, una "audición completa sin representación", de El barbero de Sevilla, revisión orquestal de Falla, El amor brujo y, finalmente, la representación de El Retablo. Los colaboradores de aquella representación eran, nada más y nada menos, que Hermenegildo Lanz, autor de la construcción del teatro portátil, como de su realización pictórica, e igualmente –dice el programa– de los grandes muñecos guiñol. Los croquis del decorado, fachadas, embocaduras y telones del teatro y del retablo eran originales de Manuel Ángeles Ortiz, con trajes confeccionados según figurines de este último y de Hernando Viñes.

Falla en el Festival

Toda la obra de Falla se ha interpretado o representado en el Festival. Los múltiples conciertos, representaciones de la ópera, el ballet, etc. serían interminables reseñar. Me centraré sólo en algunos momentos imprescindibles, empezando por el estreno de Atlántida, en el Monasterio de San Jerónimo, en 1962, donde, además se celebró una exposición sobre el tema Falla. La Orquesta Nacional y el Orfeón Donostiarra, bajo la dirección de Rafael Frühbeck, tenía como solista a Victoria de los Ángeles y al barítono granadino Luis Villarejo. Fue una noche memorable, por ser la primera vez que en Granada se escuchaba la obra que empezó a gestarse durante su estancia en la ciudad. El Canto de Isabel en la Alhambra, en la expresiva voz de Victoria, emocionó a todos. Cuando Frühbeck presentó, en el Palacio de Carlos V, el 1 de julio de 1977, la versión definitiva que había preparado Halffter, me permitió resumir mejor la impresión de la polémica, por inconclusa, última creación de Falla. Eliminada páginas, convertida en una cantata escénica, en vez de una imposible ópera. Decía al día siguiente de la revisada versión: "Atlántida, de Falla, no existía y Atlántida, sin Ernesto Halffter era inconcebible: la obra tiene de ambos en proporciones diferentes… De todas formas, ahí está el prólogo, ese Himno hispanicus, donde Falla recoge esa rudeza, briosidad, ascetismo –los mejores resultados con los mínimos elementos– que enlaza perfectamente con El Retablo… A mí me subyuga especialmente la Gallarda, de vocación neoclásica y, sobre todo, el Salve, una página bellísima, de una unción excepcional, de una emoción y un vuelo místico que encaja en la mejor tradición de la música polifónica española, donde Falla bebió tan directamente… La obra, concluía, es de una fuerza y un vigor indiscutible".

Manuel de Falla en La Antequeruela Manuel de Falla en La Antequeruela

Manuel de Falla en La Antequeruela / G. H.

Hubo un año en el que Atlántida se convirtió en un espectáculo total, gracias a la imaginación escénica que puso La Fura dels Baus, con Jaume Plensa, el 23 de junio de 1996, delante de la portada de la Catedral, siguiendo la música que Josep Pons dirigía a la Orquesta Sinfónica de Barcelona-Nacional de Catalunya, Coro de Valencia, Orfeón Navarro Reverter y Coro de la Presentación de Granada. "Para algunos puristas la espectacularidad de medios de vanguardia utilizados por La Fura del Baus es de tal magnitud que puede acabar distrayendo de la música, fondo o pretexto para un fondo escénico abrumador. Pero ello no puede ser obstáculo para que aplaudamos sin reservas un espectáculo total, en el que intervinieron más de 400 personas, donde la escena interpreta, a veces de forma genial, las sugerencias que para los creadores del espacio escénico surgen de la música… Utilizando una gigantesca pantalla donde a veces se proyectan secuencias, otras se convierten en filtro lúcido de un mundo de sombras y fantasías, manejando volúmenes y actores en una sinfonía de movimientos y expresividad y, a veces, utilizando el propio monumento catedralicio… con las vidrieras iluminadas desde el interior, o la portada bajo cuya cascada blanca van desapareciendo las figuras en el aleluya final, esta versión escénica es un acontecimiento que hay que subrayar en los hitos de la historia del Festival… Todo el espectáculo es un modelo de virtuosismo impactante, de originalidad, belleza y fuerza que hay que agradecer a La Fura dels Baus y a Jaume Plensa".

Toda la obra de Falla se ha interpretado en el Festival. Los múltiples conciertos, representaciones de la ópera, el ballet, etc. serían interminables reseñar

Paso, por conocidas, las representaciones escénicas o de versión de concierto de La vida breve, con las voces de Victoria de los Ángeles, Montserrat Caballé, Mariola Cantarero y un largo etcétera. Como es imposible reseñar tantas versiones de ballet de El sombrero de tres picos, desde Antonio a los ballets españoles y alguno extranjero, con los figurines de Picasso, o de múltiples El amor brujo que, por cierto, decepcionó la versión que hizo el 10 de julio del 2015 La Fura, en la plaza de Toros, cuya crítica la titulé con argot taurino, Cogida de Falla, en la última de Feria. Igualmente es imposible resumir las veces que hemos escuchado todo Falla en versiones orquestales, incluyendo las múltiples de Noches en los jardines de España, con el piano de Cubiles –en el mismo programa de esta edición, con Josep Colom– y casi todos los pianistas españoles de distintas épocas, incluyendo al más reciente Javier Perianes.

Me quedo, como final de este resumen imposible, con un momento emotivo: la representación del 25 de junio de 2013 de El Retablo de Maese Pedro, por la compañía Etcétera, dirigida por Enrique Lanz, nieto de Hermegildo, con la participación sensible de la OCG, bajo la dirección de Manuel Hernández-Silva. Escribía en este periódico: "Que precisamente sea su nieto Enrique, con la compañía Etcétera, quien muestre en Granada –tras su éxito en el Liceo de Barcelona, Madrid y otros lugares– un teatro gigante de Marionetas para dar 'vida' a los personajes de la obra y que sea una orquesta granadina, la OCG, la que magnifique la riqueza y originalidad de la pieza musical, tiene que hacernos vibrar las fibras más sensibles de algo que difiere totalmente del localismo, porque habla de la universalidad que ha rubricado lo mejor de las esencias creadoras de una ciudad… Las marionetas gigantescas que Enrique Lanz ha preparado en homenaje a su abuelo que en el estreno en casa de la princesa de Polignac accionó las marionetas de Sancho Panza, el Ventero, el Estudiante, el Paje y el hombre de las lanzas y las alabardas, junto a Elvira Viñes y Manuel Ángeles Ortiz…Esta vez el teatrillo donde se representa la historia de Melisendra tiene otros personajes gigantescos y que son movidos con singular maestría, hasta adquirir vida propia. Ocurre, por ejemplo cuando don Quijote derriba el teatrito para defender a los enamorados que huyen en caballo, perseguidos por los moros". Señalé las voces notables del barítono Isidro Anaya, dándosela a don Quijote, la de la soprano Laura Sabatel, expresivo Trujamán, o la del tenor Pablo García-López, en un sobrio Maese Pedro que completaron una “Velada para el recuerdo. Para subrayar los valores surgidos de una Granada que siempre ha estado viva, pero que sigue dando valores universales, pese a ese largo letargo que decía Ganivet hablándole a los torreones de la Alhambra: "Qué silenciosos dormís…pensando en una muerte lejana”.

Falla vivió una etapa luminosa, rodeado de amigos entrañables en esas casi dos décadas, ensombrecidas, al final, por la Guerra Civil y la pérdida de amigos como Federico, por el que intentó acercarse a los sublevados para interesarse por él, pero, como relata Molina Fajardo, fue alejado malamente y hasta un conocido militar tuvo que cogerle del brazo y dejarlo en la esquina de la Plaza de los Lobos para evitarle males mayores en aquellos tiempos de barbarie. Al fin, un lógico autoexilio, de la amada ciudad y de España, para encontrar la quietud en Alta Gracia, la provincia argentina donde murió, recordando, dicen sus biógrafos, las campanas granadinas. Unas campanas que se oyen en el genial amanecer final de El amor brujo.

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