Momentos inolvidables para un crítico (6)

Un Réquiem para la Historia

  • La colosal obra de García Román, a los 15 años de su estreno, es fundamental en estos ciclos de las nuevas creaciones, desde Cristóbal Halffter a Juan Alfonso García

Un Réquiem para la Historia

Un Réquiem para la Historia

El Festival ha estrenado numerosas obras musicales –y escénicas, a las que no me referiré en este apartado-, de los más destacados compositores actuales españoles. El crítico ha comentado muchas de ellas, desde Laberinto, en homenaje a Gallego Burín, de Xavier Montsalvatge, Relatividades, de Carmelo Bernaola, en recuerdo a Ataúlfo Argenta, a tantas otras del fallecido recientemente Cristóbal Halffter como Réquiem por la libertad imaginada, la cantata para un tiempo dolorido Yes, speak out, yes, sin olvidar Elegías a la muerte de tres poetas españoles, que califiqué como “desgarradora denuncia musical”, recordando como en la dictadura franquista Antonio Machado murió en el exilio, Manuel Hernández, en la cárcel, y Federico García Lorca, vilmente asesinado en su Granada.

He comentado diversas obras contemporáneas, pero es justo centrarse en autores granadinos o muy vinculados con la ciudad como José García Román, Juan Alfonso García y Francisco Guerrero. Del primero, entre otras creaciones estrenadas en el certamen, destaca, por su peso –algunos críticos, y yo entre ellos, la han calificado como la obra musical más ambiciosa e importante, después de Falla- el colosal Réquiem, estrenado el 27 de junio de 2006, hace exactamente quince años. Se ha escrito, tras su estreno en Granada –cuya ovación del público duró más de veinte minutos- y en Santander, donde se sintió la emoción que me embargó tras terminar el ensayo al que asistí, antes del estreno granadino, elogios, a veces sorprendidos, ante una obra que sin desdeñar un diseño contemporáneo, era capaz de llegar a los públicos con la misma intensidad que lo hicieron, en sus momento, las obras magistrales de la música de todos los tiempos.

Tras el estreno del ‘Réquiem’ el 27 de junio de 2007 la ovación duró veinte minutos

Ante el recuerdo de una obra histórica prefiere el crítico ceñirse a lo escrito al día siguiente, porque ya que no parece programarse, de nuevo, por su dimensión y dificultades, al menos deben quedar los testimonios. Después de afirmar que asistimos al estreno de la obra más importante, no sólo de un autor, sino de la música española del siglo XXI, justificaba esta apreciación: “Porque esta impresionante pieza sinfónico-coral pasará, sin duda, a la historia de las grandes creaciones y no sólo de los réquiem o misas de difuntos. Hay que alinearlo en la lista de los monumentos de Mozart, Brahms, Verdi, Berlioz, Britten, Ligetti y pocos más. Y, si me apuran, por su belleza, por su emoción, por su aportación de multitud de elementos musicales de extraordinario vigor, precisión y elocuencia, estaríamos ante el ‘Réquiem de los réquiem…”

“Confieso –decía- que fui con el propósito de tomar notas puntuales de cada movimiento, dé cada parte de esta ciclópea creación. Pero conforme iba avanzando la audición dejé el bolígrafo a un lado y me sumergí en aquel torbellino de música y emociones. Apenas pude anotar en el Introito sobre violines sutiles, cómo se van despertando los mormullos de la tierra y sus gentes, entre la realidad de cada día, y la esperanza representada por la voz del niño que, apoyado por la flauta y el órgano se enfrenta, al comienzo de la sala, con aquel enorme poder central, flanqueado por cinco grupos orquestales, con predominio de la potentísima percusión que rodea el anillo del Palacio y que mantienen los momentos de tensión y dramatismo...”. Mencionaba el canto gregoriano de la Salmodia, recreando a Tomás Luis de Victoria, el arrebato orquestal del Dies Irae, donde no sólo estaba representada la furia, la ira de Dios, sino las voces del niño, entre exaltaciones de Rex tremenda o la Lacrimosa, que da paso al intermedio, como un reposo emocional.

Juan Alfonos García, que se recuerda en esta edición, ha sido maestro de varias generaciones

“Pero si ya creíamos –continuaba- que la obra no iba a superar en originalidad y emoción la primera parte, el enorme poder comunicativo de Offertorium nos lleva a unos momentos de tensión inesperados. El Santus, el Agnus Dei –donde la mirada hacia Beethoven está explícita-, la Luz Aeterna’, en la que la voz omnipresente surge clarísima entre tantos filtros sonoros sobre una cuerda delicada y hermosísima. El número XI, Soy la luz del mundo, es una exaltación magnífica, de una intensidad pocas veces logradas en la música de todos los tiempos y para qué decir en la contemporánea. Es difícil encontrar adjetivos para describir ese cúmulo de sensaciones que llegan al público, envuelto y prisionero de tanta música y sonoridades por todas partes”.

Sobre golpes de bombos y timbales, sobre una increíble atmósfera musical llena de fuerza y contenido vamos llegando al final. El niño se acerca a la tierra, al escenario. La esperanza, tímida, sigue siendo, en menor medida, algo que tiene derecho a seguir vigente. ¿Quién ha ganado? ¿La luz o las tinieblas? Tras el débil canto de esperanza, suenan tres campanas lejanas que queda vibrando sobre la soledad de un patio enmudecido por la emoción y hasta las lágrimas”.

Noche memorable –como lo fue días después en Santander- con la magistral dirección de Arturo Tamayo, con la Orquesta y Coros nacionales y un plantel magnífico de solistas como María Rodríguez, Marisa Pardo, Carlos Silva y Robert Höltzer, cuarteto central que dialogó con Inés Ballestero, que mantuvo la ilusionada dialéctica entre la esperanza -ella y el mundo- hasta que se acercó por el pasillo para fundirse en el abrazo final. La belleza y ductilidad del trabajo vocal dio brillo y rotundez al texto, como ese instante en el que el barítono nos recuerda “Yo soy la luz del mundo”. Ego sum lux mundi.

Paraíso cerrado

Juan Alfonso García –que en esta edición se recuerda su figura y creaciones de algunos de sus alumnos- ha sido un maestro de varias generaciones, entre ellas las de García Román y algunas de sus obras, para órgano, corales o sinfónicas han estado presente en los programas del Festival, amén de sus interpretaciones en el órgano de la Catedral.

‘‘Paraíso cerrado’, sobre texto de Soto de Rojas, es una interiorización del espíritu granadino

Sobre su amplia creación me quedo con Paraíso cerrado, estrenada el 5 de julio de 1982, por la Orquesta y Coro Nacional -¡qué importancia han tenido en el certamen los conciertos sinfónicos-corales!-, dirigida por Cristóbal Halffter. Escribí al día siguiente: “Paraíso cerrado, sobre textos de Soto de Rojas, es una interiorización sobre el espíritu granadino –paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos-, expresado en un lenguaje donde no existe preocupación apriorísticas, pero sí una gran originalidad. El empleo del coro –a veces dispuesto en doce voces-, los hilos de la cuerda o del viento que van creando la atmósfera adecuada, son un prodigio de sensibilidad. Se respira en toda la obra ese aliento poético, pero también una unción religiosa. Unción revelada en el Motete, un delicado diálogo del solista con el coro, en un auténtico paraíso (“Sutil más olfato deleitable./ Los brazos tienden ese jardín hermoso/ verdores conquistando. /Dulces influyen descanso.”) de ecos, sonidos como susurros, ritmos de extraordinaria riqueza… El Aria es una profundización en el espíritu granadino, encanto de lo pequeño, lo sutil, el detalle…”

Es sólo un fragmento del extenso comentario sobre una obra de extraordinaria belleza, que completan tantas otras (el 12 de mayo de 2015 dediqué un amplio análisis de su obra, en Granada Hoy, con motivo de su muerte). Emocionados asistimos a la versión para gran orquesta que hizo su discípulo Francisco Guerrero de Epiclesis I, escuchada tantas veces en el órgano de la Catedral. Magistral fue el traslado que hizo Guerrero de la esencia, el espíritu y la base de la partitura. Hoy, Juan Alfonso García y Francisco Guerrero son dos ausentes, mientras José García Román sigue en plenitud creadora y, al mismo tiempo como faro de las inquietudes de una ciudad. Todos están en la memoria musical europea, española, andaluza y granadina. Es decir, universal.

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