Crítica de la 71 edición del Festival de Música y Danza de Granada

Teoría y práctica de la elegancia

La cantante granadina Marina Heredia durante su actuación en el Carlos V.

La cantante granadina Marina Heredia durante su actuación en el Carlos V. / Antonio L. Juárez/ Photographers (Granada)

La palabra elegancia viene del latín elegantia y significa "cualidad del que extrae lo mejor". Una dosis altísima de extracción de lo mejor de sí misma y del conjunto de sus compañeros de escena, ofreció la cantaora Marina Heredia en una muestra muy trabajada, honesta y elegante. De los amplios registros del repertorio de Artesonao, hasta la coral femenina con polifonía de voces perfectamente encajadas, las fotografías de Lorca, Falla y La Rochina, presidiendo la escena, las colaboraciones alternas de Jaime Heredia y Curro Albaicín, más la omnipresencia de ese mago del toque y la composición que se llama José Quevedo, construyen el sólido entramado de esta obra excelsa que reivindica el peso de la mujer en 1922 y que encierra un cariñoso homenaje a la zambra sacromontana. 

El espectáculo estuvo bien desarrollado y no se prestó a momentos opacos, en un juego de tensiones muy interesante que facilitaba la atención. Bien cronometrados los tiempos, Marina estuvo majestuosa de principio a fin, sin perder esa finura, esa elegancia (palabra que utilizaremos continuamente como vértice de esta crónica), ese pundonor y la belleza de sus quiebros melódicos. Arrancó la de la voz herida con un número titulado Conjuro. Aparece el grupo coral de mujeres vestidas de negro, como el mar de luto de Bernarda Alba, portando un cirio en sus manos y repitiendo, como una letanía, el texto que María Lejárraga escribiera para Falla en 1915. Muy conseguida la interpretación de Marina Heredia, que logró introducir a su recitado un desgarro exacto y sin estridencias. Acto seguido se recomponen la vestimenta en el escenario para cambiar el registro sonoro y visual, llenando de colorido las tablas y encarando unos fandangos del Albaicín que comienzan en ritmo de Huelva para el hermoso coro de voces superpuestas que interpretan el estribillo. Marina remata, ya en la rítmica albaicinera, con el fandango Soy más fuerte que la Alhambra, para cerrar un número jugoso que aportó dinamismo a la noche.

Una sinfonía de colores inundó el Carlos V. Una sinfonía de colores inundó el Carlos V.

Una sinfonía de colores inundó el Carlos V. / Antonio L. Juárez/ Photographers (Granada)

Entra Jaime Heredia con su voz grave de siglos para encarar la soleá con la ayuda inestimable de José Quevedo y Paquito González, que jugó un papel discreto y fundamental en todo momento. El padre de la protagonista se rebuscó en los aires de Alcalá, con esas arrugas en la voz que aportan tanta melodía quejumbrosa a sus ejecuciones, tanta verdad y tanta solera. Como colofón de este cante, se acordó de las letras que interpretó Diego El Tenazas la noche del concurso de 1922. Con la guitarra al uno, arrancó en los aires jerezanos por seguiriyas, para culminar con base rítmica de percusión y guitarra, por seguiriyas de los Puertos. En escena permanecen Paquito González y José Quevedo para abordar el Fuego Fatuo y la Danza del molinero, con la impecable caligrafía musical del tocaor jerezano que estuvo soberbio en estas piezas, arropado por una percusión impecable.

Pablo Suárez al piano y Marina Heredia luciendo traje nuevo, realizan una pieza que logró un hermoso ambiente de intimidad. Asturiana y nanas en las que Marina buscó registros de terciopelo para llevárselos al terreno más dulce y sensitivo. El soneto Dulce queja es una fantasía musical en ritmo de bulerías que consigue momentos de verdadero pellizco, y que encaja el texto a la perfección, respetando los acentos con una pulcritud destacable. Este número precedió a Curro Albaicín. Lorca recobra vida en la dicción andaluza de uno de los últimos baluartes de las estirpes sagradas del Sacromonte. Curro se deslizó por la escena en la misma dirección que la luna, interpretando a tiempo de soleá y afinado la Muerte de Antoñito el Camborio.

La composición Sedas de angustia fue sencillamente espectacular. El engranaje de todos los músicos produjo una conmoción manifiesta entre el respetable. Muy destacables las cantaoras del coro encajando el grosor de su colchón musical en varios momentos de la pieza y soberbia Marina Heredia en la ejecución de este cante arreglado con piano, percusión y guitarra, donde apreciamos nuevamente un juego de tensiones rítmicas y musicales que enaltecen los oídos más sensibles. En aires de la taranta del Frutos de Linares, reconvertida en Taranto de Fosforito, Marina continúa en los veneros de la poesía cantando a la libertad de la mujer en un tema que culmina con el guiño a María La Gazpacha, una de las ganadoras del Concurso de 1922, en clave de media granaína.

Broche

Una sinfonía de colores inundó el escenario con los trajes de las artistas que componían el coro, para arropar a la catedrática de los Tangos de Graná. Marina hizo un recorrido vibrante que mostró la amplia variedad de melodías que sonaban en el Camino del Monte durante buena parte del siglo XX y se rompió en los tercios más altos, enjaretando el cante con recursos bailados y sirviéndose de nuevo de los estribillos a varias voces que abordó el coro. Culmina el espectáculo en el punto más álgido con un interesante trabajo sobre algunos estilos de la zambra: Alboreá, Cachucha y Mosca, que terminaron en un crescendo que colocó en lo más alto el tono de la velada y concluyó con el público en pie. Tras la intensa ovación, Heredia se despide con El Petaco, estilo de la picaresca sacromontana donde sacó a bailar a Curro Albaicín, demostrando que la elegancia, esa noche, tuvo nombre de mujer, de gitana granadina, con sangre del Sacromonte y criada en el Albaicín.

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