71 edición del Festival de Música y Danza de Granada

El exquisito delirio de Patricia Guerrero

El exquisito delirio de Patricia Guerrero

El exquisito delirio de Patricia Guerrero / Fermín Rodríguez/ Festival Música y Danza (Granada)

Apreciados lectores, el que escribe se dispone a explicar algo que, de alcanzar la exactitud en el lenguaje para plasmarlo, quizá lastre la intención de su creadora, quien ha concebido un trabajo sin fisuras, sin apenas transiciones, en continuo movimiento, como Woody Allen en Desmontando a Harry, como García Márquez en Crónica de una muerte anunciada, para evocar una antología de sensaciones extraídas de la rica composición bailaora/musical, exprimida en algo menos de 80 minutos y con la gesta de mantener la atención del respetable en todo momento a través del magnetismo vibrante de la interpretación.

Permítanme, empero, la licencia de huir de las masas de adjetivos para adentrarme en lo concreto: Patricia Guerrero ha diseñado una obra de arte visual, una exuberante muestra de belleza plástica, en el extremo de la danza flamenca, en la concordancia perfecta de ritmos, letras, música, piezas, impresiones, luces, gestos y el gusto exacerbado por el baile. Una coreografía que explora límites inauditos, rincones donde antes solo había sombras y dudas, emociones que cobran vida en el colosal cuerpo de baile que llevó a cabo una muestra de talento sin discusión.

La luna en su cuarto creciente se desplazaba hacia el Sur cuando Patricia entró en escena, exhibiendo un diseño de vestuario que penetró aún más en los episodios emocionales de la obra, contrastando colores cálidos con el oscuro vestir de esos ora duendes, ora alabastros, ora bailarines oníricos. Nada más empezar, único periodo de laxitud de la obra (presentación y cierre) comenzó el festival de exhibición dancístico. Insistimos, fue un derroche de gusto por la danza, de amor por la danza, de exhibición de baile llevado hasta los límites, en una coreografía abundante en matices, juegos a dos, mímesis, interpretación, aritmética y plasticidad.

Patricia Guerrero durante su actuación en el Teatro del Generalife. Patricia Guerrero durante su actuación en el Teatro del Generalife.

Patricia Guerrero durante su actuación en el Teatro del Generalife. / Fermín Rodríguez/ Festival Música y Danza (Granada)

La música estuvo soberbia, aportando un interesante juego de tensiones, letras que construían un hilo argumental, crescendos, armonías, ritmos (algunos en 7, tan extraños en una composición flamenca) y fantasías, que dieron amplitud al mensaje de Deliranza. Aún en los periodos sin sustento armónico, el ritmo permanecía flotando en el aire para un duelo extraordinario donde cante y danza realizaban cuadraturas en tiempos inesperados. Muy llamativo este aspecto de la obra, así como el diseño de luces y la ingeniería de sonido, que contribuyeron a la redondez del espectáculo.

Retazos de vidalita, seguiriya, bulerías, tangos y una fantasía perpetua, nos sumerge en este relato que parte de un ensayo, de una autoexploración de la bailaora, de un mirarse constante frente al espejo donde descubre ese otro mundo de la creatividad, de la explosión de colores, aromas y paisajes, ese viaje a las confines de la psicología y el movimiento, un mirar de dentro hacia las profundidades donde anida el ser que se derrama luego sobre las tablas, sin alcanzar a saber cuánto de autobiográfico hay, y sí comprendiendo la verdad que rezuma este espectáculo a caballo entre lo noctámbulo y lo real, entre Freud y Carmen Amaya.

Pronto se cumplirán quince años desde que esta joven del Albaicín, con solo 17 primaveras, consiguió el prodigio de traerse para Granada el máximo galardón del baile otorgado en el Festival de las Minas de La Unión, el Desplante Minero. Tres lustros después, conmovidos ante la capacidad creadora que derrama en Deliranza, con la brillante carrera que ha trazado, más el Giraldillo, más el Premio Nacional de Danza y otros tantos, estamos en condiciones de afirmar que, en aquel remoto 2007, al Desplante le otorgaron el premio Patricia Guerrero.

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