Crítica del Festival de Música y Danza de Granada

Una princesa oriental cautiva la noche granadina

Una princesa oriental cautiva la noche granadina

Una princesa oriental cautiva la noche granadina / Jesús Jiménez Hita, Photographerssport (Granada)

El Palacio de Carlos V vibró como pocas veces lo ha hecho con el entusiasmo que el público del Festival de Granada mostró ayer ante la representación de Turandot de Giacomo Puccini. El Teatro Real de Madrid representó, en versión de concierto, esta ópera póstuma del autor, trayendo para ello al elenco que hace tan solo una semana cerraba la temporada del coliseo madrileño. Pese a no disponer de los elementos escenográficos que Robert Wilson en su momento ideó para esta producción, la interpretación dirigida por Nicola Luisotti frente a la Orquesta Titular del Teatro Real y las voces fue tan expresiva y llena de matices que, verdaderamente, devolvió a la vida a los protagonistas de este drama lírico sin necesidad de vestuario ni escenografía. 

Turandot es una de esas óperas que desde su estreno ha estado rodeada de un halo de misterio. La circunstancia de quedar inconclusa a la muerte del autor, y de estrenarse en 1926 con una escena añadida por Franco Alfano, discípulo de Puccini, han contribuido a ello. Nunca sabremos si el final en el que la princesa protagonista se redime al pronunciar la palabra Amor habría sido el que hubiera escogido el autor, tan proclive a explorar la dimensión más extrema y dramática de sus personajes. Lo que sí está claro es que con Turandot concluye el legado operístico de Puccini, caracterizado por roles tremendamente exigentes que a menudo llevan al límite los registros del cantante.

La interpretación en versión de concierto que vivió el Festival de Granada fue memorable por muchos aspectos, siendo bastantes sus valores añadidos. En primer lugar, tener la oportunidad de escuchar a la Orquesta Titular del Teatro Real fuera del foso permitió valorar la enorme capacidad expresiva y perfección técnica de esta formación. A ello contribuyó la hábil dirección de Nicola Luisotti, un director acostumbrado al lenguaje operístico que logró un equilibrio magnífico al interpretar las mútiles armonías y matices de la partitura escrita por Puccini. De gesto claro, desarrolló con gran acierto un continuo diálogo entre la formación orquestal y las voces, tanto las solistas como las del coro. Este último, convertido en un personaje colectivo que asiste como testigo de excepción a los sucesos de la jornada nocturna en que tiene lugar la acción operística, fue magistralmente interpretado por el Coro Titular del Teatro Real. La formación vocal, preparada para la ocasión por su director saliente Andrés Máspero, hizo gala de presencia y empaste, con fuerza y claridad en la dicción en todas sus apariciones. También fue muy oportuna la actuación de las voces blancas del Coro Infantil 'Elena Peinado', un valor añadido a cualquier producción gracias a la profesionalidad e incesante labor de su directora titular. 

Anna Pirozzi

Otro acierto fue la calidad de todo el elenco de voces solistas, comenzando por Anna Pirozzi, una potente voz de gran desarrollo, particularmente en sus poderosos agudos, como demostró en la exigente escena de los tres enigmas del segundo acto, primera aparición de la princesa Turandot que da título a la ópera. La frialdad con la que representa su distanciamiento con el amor convirtió su interpretación en fidedigna y muy a propósito con el personaje, y su excepcional despliegue vocal la elevaron a lo más alto, siendo ovacionada con fuerza por el público.

Jorge de León

También recibió el calor del público el tenor Jorge de León como Calaf, quien se fue creciendo a lo largo de la ópera. Su voz tiene un registro medio muy bello e interesante, e interpretó su papel de abanderado del amor con gran presencia y fuerza vocal; ejecutó los pasajes agudos que le exige la partitura con solvencia, pese a que por momentos parecieran forzados. Como suele ocurrir, el cenit que el personaje obtiene al comienzo del tercer acto con el aria Nessun Dorma! le valió una prolongada y bien justificada ovación.

Salomé Jicia

La tercera voz en escena, que cautivó por su belleza y despliegue de recursos, fue la de Salome Jicia, en su papel de la esclava Liú que se inmola por amor. La soprano, que hizo alarde de un fraseo de gran belleza y unos agudos muy cuidados y timbrados, con hermosos pianos en el tercer acto, llenó el escenario en cada una de sus intervenciones. Y a su lado, por exigencia argumental, destacó igualmente la profunda voz del bajo Adam Palka como Timur, que mostró su amplio registro, oscuro y de gran proyección, muy a propósito para dar sentido a su personaje. Completó el cuadro actoral el tenor Vicenç Esteve como el Emperador Altoum, contundente en lo vocal, con un timbre fino pero brillante de enorme calidad y claridad.

Ministros

Mención especial merecen los tres ministros, quienes desplegaron una gran expresividad vocal pese a tratarse de una versión de concierto. El barítono German Olvera como Ping destacó con su voz de ricos armónicos y su vis actoral, y su labor se completó con el correcto desarrollo interpretativo de Moisés Marín como Pang y Mikeldi Atxalandabaso como Pong; ambos tenores realizaron una esmerada interpretación de sus personajes tanto vocal como actoralmente, y los tres destacaron en el escenario con un empaste magnífico entre ellos.

En definitiva, pudimos asistir a una interpretación de Turandot de alto nivel, que recupera la ópera para los espacios del Festival. Con ella el elenco del Teatro Real cautivó a los asistentes y nos regaló de una velada lírica de gran calidad, recreando una bella ilusión que nos transportó a oriente con la salida de la luna en una tibia noche granadina.

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