Crítica

Del amor y otras emociones

  • La dama de la copla y el mago del flamenco-jazz cautivan a Granada

Chano Domínguez y Martirio con la Alhambra de fondo.

Chano Domínguez y Martirio con la Alhambra de fondo. / Antonio L. Juárez / Photographerssports

El Festival de Granada un año más hace gala de su diversidad y caleidoscópica visión artística, programando uno de esos conciertos que, a priori, pudiera parecer desubicado: Martirio, la dama de la copla, acompañada de Chano Domínguez; juntos recrearon en la noche granadina A Bola de nieve, un recital para voz y piano que rinde homenaje a la figura del músico Ignacio J. Villa Fernández.

Dicen que la imitación es una de las mejores formas de halago. Sin embargo Martirio y Chano Domínguez han ido más allá en este homenaje a Bola, como ellos lo llaman cariñosamente; han ahondado en la esencia misma de su música para extraer lo más puro, y a partir de ese sentir reinterpretar su repertorio en versiones a caballo entre la copla, el flamenco y el jazz. El resultado es un espectáculo que no puede dejar indiferente a nadie que tenga un corazón latiendo dentro de sí.

Ignacio Villa fue un actor, pianista y cantante cubano que se especializó en el bolero filin a mediados del siglo XX. Su personalidad arrebatadora y su capacidad para hacer suyas las letras (y a veces la música) de otros creadores como Nicolás Guillén, María Grever, Marta Valdés o Eliseo Grenet le valieron un puesto destacado en el panorama musical; sus actuaciones eran exóticas y muy teatrales, y tenía la poco común habilidad de despertar una dulce sonrisa en el escuchante aún cuando sus letras a menudo hablaban de desamor. En España se dio a conocer de la mano de Concha Piquer en Jerez. Fue entonces cuando se descubrió en Europa su forma de cantar desnuda, sin alardes pero tocando hondamente los corazones.

El aire fresco de la noche estaba cargado de expectativas cuando comenzó el concierto. En el escenario del Palacio de los Córdova, a los pies de una Alhambra que dormitaba plácidamente en una fresca noche estival, comenzó a sonar en solitario el piano de Chano Domínguez; los acordes y arpegios jazzísticos poco a poco se transmutaron en ritmos de guajira, preludio instrumental que en realidad no hacía otra cosa que preparar con la debida solemnidad la aparición de Martirio en escena. De elegante traje negro con adornos de encaje y pedrería, la artista se hizo con el público desde el momento mismo en que comenzó a cantar, entonando el primer tema de la noche Tú no sospechas.

Chano Domínguez y Martirio han ahondado en la esencia misma de su música para extraer lo más puro, y a partir de ese sentir reinterpretar el repertorio del homenajeado

Martirio, una persona de gran inteligencia y un natural don para comunicar, a menudo hablaba entre canción y canción. No solo enamora con su copla, sino que también cautiva al público con sus palabras, enraizando las canciones en el alma de quien la escucha y dotando al repertorio de significado pleno. En esta ocasión nos habló de emociones, con sentimiento y a la vez con un fino y elegante humor. Estuvieron presentes la alegría y la melancolía, pero sobre todo trató del amor en todas sus facetas. Canciones como No quiero que me quieras, Si me pudieras querer, Ay amor o Ya no me quieres se convirtieron en un vademécum de desamor que magistralmente Martirio fue desgranando frase a frase; espontáneamente, a veces su canto mutaba en parlamento, o bien dejaba escapar ese quejío aflamencado tan característico. Como no podía ser de otro modo ante dos artistas andaluces tan versátiles, fueron abundantes las concesiones al flamenco por ambas partes, pero también tuvieron guiños al blues e incursiones en el bolero más puro en No puedo ser feliz, Vete de mi o Alma mía. La traducción sentimental de estas letras y de la música fue impecable, auténtica y tremendamente emotiva.

Chano Domínguez durante el espectáculo Chano Domínguez durante el espectáculo

Chano Domínguez durante el espectáculo / Antonio L. Juárez / Photographerssports

Así como en los lieder de Schubert no se puede disociar el piano de la parte lírica, en el repertorio de esta velada la apabullante habilidad y cuidada técnica de Chano Domínguez fue el complemento idóneo para la voz de Martirio, tan personal y auténtica. Ambos artistas llevan tras de sí sendas carreras plagadas de éxitos y experiencias; hace ya prácticamente veinticinco años colaboraron por primera vez en el espectáculo Coplas de madrugá (1997), al que le siguió Acoplados (2004), cosechando ambos gran éxito de crítica y público. La química existente entre estos dos amigos, que se juntan para hablar música en el escenario, es innegable y muy fuerte, como dejaron ver a lo largo de las quince canciones que nos regalaron.

Hubo lugar en esta fiesta de los sentidos para la sonrisa y el humor en momentos como Pero tú nunca me comprendes o Yo soy un negro social, en las que el desparpajo de la cantante traspasaron lo musical para convertirse en teatral. Y también para el folklore, pues Bola era un gran amante de la música popular, a la que acudía habitualmente. La conmovedora versión que el dúo hizo de la nana Drume Negrita nos enterneció hondamente; la cantante, sentada junto a una imaginada cuna que mecía, dedicó esta canción popular cubana a sus nietas.

La cantante Martirio La cantante Martirio

La cantante Martirio / Antonio L. Juárez / Photographerssports

Al despedirse Martirio agradeció el trato y buena organización del Festival, y declaró una vez más su amor a Granada, un escenario sin comparación, y en donde nacieron referentes tan importantes para ella como son Carlos Cano, Federico García Lorca o Enrique Morente, a quienes se había encomendado con gracejo al comienzo del recital. Nadie esperaba que la velada acabara, y los aplausos continuados y el calor del público obraron su magia. Martirio y Chano Domínguez prolongaron casi veinte minutos más su 

historia de amor con Granada, en la que nos recordaron que por muy negro que se presente el horizonte, siempre se puede mirar La vie en rose; con ritmo cubano de fondo y abanico florido la cantante se transmutó en una Edith Piaf castiza y sensual. Por un momento ambos artistas regresaron al estado anímico más reflexivo de Ay Amor pero, como niños juguetones, rápidamente volvieron al humor popular con la canción Bito Manué. Y, cómo no, la velada se clausuraba con el suave y embriagador aroma, traído del Caribe, del rico maní tostao.

Con los ritmos al piano y cadencias vocales del Manisero todavía resonando en mi memoria, al salir del concierto miré al cielo y allí estaba ella, la Alhambra, recordándonos que la belleza se encuentra en cualquier rincón, y hay que apreciarla y dar gracias por ella. Entonces, yo agradecí haber sido testigo de una experiencia sensorial tan intensa y agradable; gracias, Martirio y Chano, por recordarnos que la vida es un laberinto de emociones inesperadas que merece la pena experimentar intensamente.

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