Compañía Nacional de Danza | Crítica

‘El sombrero’ no se estrenó con música enlatada

  • La Compañía Nacional de Danza mostró su calidad y versatilidad en un programa que cerró la obra de Falla-Massine

Decenas de veces hemos contemplado diversas versiones escénicas de El sombrero de tres picos, de la que he dado cuenta detallada en el análisis inaugural del Festival, el pasado 21 de junio, con el título Luces y sombras centenarias. Hemos contemplado desde la versión flamenca de Antonio, en 1958, hasta otras sobre la coreografía original de Massine, con el vestuario, diseño y ornamentación que preparó Pablo Picasso, para su estreno en el Teatro Alhambra londinense hace 100 años, en versiones de compañías españolas -el Ballet Nacional de España lo representó en 1987 con los detalles picassianos- y hasta extranjeras, como ocurrió el 19 y 20 de junio de 1992, por Les Grands Ballets Canadiens, en la versión original de Massine, con el vestuario y decorados picassianos, esta vez con la Orquesta Ciudad de Granada en el foso y la voz en directo de Estrella Estévez.

Decía en aquella ocasión, en la crítica, que ya que tenemos una orquesta como la OCG, especializada en Falla, era un error no utilizarla para darle viveza y dignidad al binomio música-danza. Precisamente, en el estreno mundial en Londres, nada más y nada menos que Ernest Ansermet dirigió la orquesta, así que el llamado ‘encargo’ del Festival para ser fieles a su estreno, queda en una relatividad lamentable: con la música en conserva. Y menos si el Festival quiere ser fiel a la conmemoración, con todos los detalles, de un centenario. Siempre he dicho que con la música en conserva las sesiones de danza se convierten en mera velada incompleta y de menor categoría.

Ese ‘lapsus’ relativizó la discreta versión de El sombrero de tres picos de la Compañía Nacional de Danza en un Generalife donde hasta cayeron gotas al comienzo y el aire contumaz amenazara con hacer volar tricornios, lo que no fue obstáculo para que el público pudiese seguir con interés el espectáculo versátil del extraordinario conjunto, que bajo la dirección de José Carlos Martínez –que por cierto va a ser sustituido, en ese ‘baile’ no siempre comprendido de directores- ha conseguido apartarse de la única predilección bolera, para acercarse a los principios básicos de una compañía de danza, aunque no reniegue de su sello español.

Lo demostró –como precisamente hizo el año pasado, con la Carmen nórdica, de Johan Inger, que comenté muy favorablemente- iniciando el programa con la coreografía, exigente para un ballet que aborda la dimensión clásica universal, que la hace competir con otras formaciones europeas, de José Carlos Martínez, titulada Sonatas, donde con estilizadas adaptaciones orquestales de Alfredo Aracil sobre originales de Antonio Soler y Domenico Scarlatti, ha creado un notable ballet, con todo el rigor de forma, estilo, en el cuerpo de baile y en los solistas, con sólidos pasos a dos, solistas enfrentados a los rigores y hasta el virtuosismo de la danza clásica, ejecutados brillantemente por Cristina Casa-Anthony Pina y Harubi Otani-Toby William Mallit.

Con un original vestuario de Agnès Letestu Sonatas aúna la lección clásica de la danza, sobre la espiritualidad de la música española. Todos realizaron un trabajo perfecto y digno, con una profesionalidad a prueba de elementos desencadenados ---gotas de lluvia que puede originar resbalones, aire desencadenado- y un esmerado respeto por el escenario, sólo de cipreses ante los que han bailado, sin más aditamentos, las mejores compañías y estrellas del mundo.

No faltó la idea contemporánea con la bellísima creación coreográfica de Nacho Duato, Por vos muero, sobre textos de Garcilaso de la Vega, en la voz de Miguel Bosé, y música española de los siglos XV y XVI, con acercamiento a las Cançons de la Catalunya mil-lenaria, interpretadas vocalmente cuando lo requiere, aunque el hilo conductor es la palabra.

Duato ha realizado una bella obra, basada en los parámetros de la danza contemporánea, con la expresividad y fuerza de los cuerpos, entre sombras, para matizar textos y sentidos. La sensibilidad del que dejó una huella en la Compañía de modernidad, en base de sus experiencias como bailarín internacional que ha vivido intensamente las coreografías modernas europeas, se mostró en este ballet sobre los textos de Garcilaso, como hilo central. Un elenco perfecto, dominador y comunicativo en su aparente hermetismo, en el que es difícil destacar personalismos, porque todos ellos y ellas, están impregnadas del aliente vivificante de la danza contemporánea.

Era parte central del programa, como decía al comienzo, la ‘recuperación’ de El sombrero de tres picos, en la coreografía original de Massine. Todo excelente, aunque ya conocíamos, como he dicho anteriormente, esa coreografía por Les Grand Ballets Canadiens, con los figurines de Picasso, presentados en 1992, aunque con la peculiaridad de tener una orquesta y una voz en vivo, cosa que en la ventosa noche no existía.

Hay que reconocer que los arquitectos que remodelaron el teatro del Generalife, no tuvieron en cuenta que un director de orquesta en el foso reducido le era imposible ver la evolución de los danzantes, quizá pensando que tal simbiosis no tenía por qué producirse, pecado que admitieron los responsables de la Alhambra. El molinero de Massine, naturalmente no es el de Antonio, por lo que no caben comparaciones en el baile de la farruca, aunque Ion Agirretxe lo hiciera con envarada dignidad. Mucho más expresiva, sin duda, Aida Badía, en la Frasquita de Alarcón, que es el autor original que casi nunca se menciona ni se estudia como merecía en este centenario de una obra coreográfica-musical y que he intentado recordar en todas sus aportaciones, no sólo la trascendental de Massine y Falla, sino de dónde viene ese cuento de lo mejor de la literatura satírica española, como decía Pardo Bazán.

Por supuesto, aparte del abominable olvido de sustituir la música original por la cómoda enlatada, el espectáculo, tantas veces programado en este escenario, fue brillante, bien resuelto, como era de esperar, en la restitución que ha hecho el hijo de Massine, Lorca, pero sin que aportara nada nuevo, como es lógico, sino la reconstrucción incompleta de un estreno. Los figurines de Picasso, cuando se han expuestos en otras ocasiones, siempre se han considerado elementos imprescindibles de la representación. El final, con la jota deslumbrante, apoyada en la música colorista y colosal de Falla –he mencionado a Azaña cuando decía que era el jolgorio de un pueblo, vencedor de la tiranía- siempre entusiasma al público, aunque algo menos de lo esperado la ventosa noche del Generalife.

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