Festival de Música y Danza de Granada, crítica

Las virtudes de un virtuoso

  • El guitarrista ofreció la noche del jueves un concierto en la Casa del Chapiz dentro del ciclo Digital Granada Festival en el que estuvo acompañado por Juan Carlos Gómez

Cañizares, a la guitarra

Cañizares, a la guitarra

Cañizares volvió a Granada y lo hizo a lo grande. Para nuestra desgracia no es muy frecuente ver al músico catalán en los escenarios de esta ciudad, pero su retorno dentro del cartel del Festival de Música y Danza y en un marco tan incomparable como la Casa del Chapiz encendió todos los focos de los mejores aficionados a la buena música. Su vuelta a Granada tuvo sabor de reivindicación y un regusto de melancolía, fuera por el impresionante despliegue de facultades que exhibió el de Sabadell, fuera por el guiño a Falla, hijo adoptivo de esta ciudad que hubo de abandonar su carmen frente al Hotel Palace para poner rumbo al exilio.

Cañizares se presentó con una sobria formación a dúo y como en los antiguos textos sagrados de los habitantes de la Granada mora, el agua del patio del Chapiz fue el reflejo del cielo, y ese reflejo celestial no fue solo contemplativo, visual, sino que se hizo música emanada como agua divina entre los trastes de la sonanta cañizariana. Pocos de los tocaores vivos, y mucho menos de los tocaores ausentes, podrán compararse en virtuosismo y precisión a este maestro del diapasón que hace cantar a la guitarra con un brío y un color especial. No es de extrañar que entre los corros flamencos siempre se haya comentado que el único que hacía “sudar” a Paco de Lucía, semidiós flamenco de muerte imposible, ha sido el propio Juan Manuel Cañizares.

Cañizares vino y, como dijo Nietszche en aquella frase genial de “Di tu palabra y rómpete”, se rompió en mil notas dentro de un concierto ofrecido nuevamente in streaming y que contó con un caudaloso seguimiento a través de la red. Y no es para menos, Juan Manuel es un guitarrista de culto, un portentoso que ha creado escuela y que ha generado una obra hermosa de toques inefables, enriquecedores de lo flamenco, sobre una concepción abierta, contemporánea, de sonidos extremos y alto evocadores, en torno a los que se congregan los devotos para sucumbir.

Y de sucumbir hablamos. Es difícil para este que escribe encarar una crítica que requiere estar a la altura en cuanto al conocimiento técnico de la guitarra, pero nos limitaremos simplemente a narrar lo que sentimos desde la cercanía lejana, pues el concierto fue seguido por un servidor desde el Carmen de la Platería, y hasta allí (casi) llegaba la música que Cañizares estaba derramando a orillas del Darro. Aparece el tocaor puntual, con su gesto de hidalgo, de caballero andante, y evoca al silencio y a los duendes cibernéticos, con un solo que fue toda una declaración de intenciones. Ajustado al repertorio, abrió la noche con Añorando el presente. Como buen hidalgo sabe escoger a los escuderos, y así apareció en escena un preciso Juan Carlos Gómez que fue el contrapunto esencial de la noche.

Juntos abordaron un repertorio de una originalidad asombrosa fruto del torrente creativo de Cañizares. La callada luna, en tempo de tientos fastuosa en armonías y cadencias flamencas. Los temas Imagen y Fantasía fueron un vibrante juego rítmico a dos guitarras que dieron paso al homenaje a Manuel de Falla. Plasmado en uno de los discos que colman la obra del maestro catalán, el estudio de Falla es una delicia en el sentir cañizariano al que ha sabido sacar un excelente partido flamenco en las piezas que ofreció la pasada noche Danza de los vecinos, de El sombrero de tres picos y la Danza española número de la Vida Breve.

Vuelta a su repertorio culminó la velada con tres piezas fundamentales. Lejana es una balada sonámbula, una composición llena de alma y profundidad. Cuerdas del alma es uno de sus temas más clásicos, una composición explosiva de picados imposibles, orientada para el éxtasis de los sentidos. Como guinda de la noche, cerró con Lluvia de cometas una rumba antología de cuanto de efectividad y recursos posee el maestro. El concierto nos supo a poco, apenas una hora que pasó volando y nos dejó miel para rato en los labios.

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