Historias de Granada
  • El mérito de nuestro monumento es haber sobrevivido a guerras, terremotos, actos vandálicos y expolios de todo tipo durante mucho tiempo

  • Hace justo un siglo que el Estado, tras un pleito de casi cien años con el Marquesado de Campotéjar, se hizo cargo del Generalife

La Alhambra: ocho siglos en pie

Vista de la Alhambra desde la Vereda de Enmedio. Vista de la Alhambra desde la Vereda de Enmedio.

Vista de la Alhambra desde la Vereda de Enmedio. / A. C.

¿Ha influido en la forma de ser del granadino el que se hubiera construido aquí la Alhambra, ese monumento que todos los años que no hay pandemia lo visitan casi dos millones y medio de personas? Me temo que sí. Como dice Nicolás María López Calera la completa realidad del ser no se desarrolla ni se realiza de la misma manera en un lugar que en otro, entendiendo por lugar las circunstancias ambientales, geográficas, paisajísticas, climatológicas, de luminosidad, de estructura urbanística y de formas arquitectónicas de una ciudad. Los granadinos siempre se han sentido orgullosos de hacer nacido o de vivir en la misma ciudad en la que un día, un rey moro eligiera el monte de La Sabika para construir unos palacios que quedaron para la posteridad. Siempre he pensado que Granada es una ciudad que tiende a recordarse a sí misma y añorar aquello que le pasó. Y eso, por lógica, tiene que ver con sus habitantes.

Prácticamente todas las personalidades que han visitado La Alhambra no han hecho otra cosa que alabar su construcción y su belleza. Casi todos los escritores han cogido su pluma para ensalzarla o hablar de sus cualidades como ejemplo perfecto de arte nazarí. Aunque ha habido algunos que llegaron a no verle utilidad. Pío Baroja, que se merecía haber nacido en Granada por la malafollá que gastaba, visitó un día la Alhambra acompañado de Ortega y Gasset. En su novela El mundo es ansí pone en uno de sus personajes la decepción que le causó el monumento nazarí. En ella un personaje le pregunta a otro por qué le desilusionó la Alhambra. “Porque es un error. La Alhambra es la representación completa de la filosofía del chimpancé. Esta sala, para bañarse; la otra, para secarse; la de más allá, para rascarse y tomar el sol. ¿Imaginación? Ninguna”. El escritor de la boina permanente cuenta en sus memorias la vez que, en su afán de resultar gracioso, cuando realizaba la visita por los palacios dijo a Ortega y Gasset y a unas personas más lo siguiente: “Si aquí, en estos salones, en tiempos de los moros, no había cortinas ni cristales o algo por el estilo, los Mohamed y los Boabdil se morirían de frío”. Al poco tiempo el escritor recibió en Madrid, por parte del Ayuntamiento de Granada, una carta con “pretensiones de ironía”, como él mismo dice, y unos calzoncillos de lana.

Vista de la Alhambra con el Palacio de Carlos V. Vista de la Alhambra con el Palacio de Carlos V.

Vista de la Alhambra con el Palacio de Carlos V. / Juan Ortiz

Harenes e intrigas

Cuando enseño el monumento a algún amigo o conocido que viene de fuera, siempre le propongo un juego: que cierre los ojos por un momento y se traslade a ese tiempo en el que a los palacios nazaríes solo podían disfrutarlos los elegidos, los embajadores y legisladores que podían entrar hasta el Palacio de los Arrayanes y llegar a presencia real en el interior de la Torre de Comares. Y que se imagine a las favoritas del rey de turno jugando con los nenúfares en las albercas teniendo como fondo el rumor del agua. Y que piense que aquel lugar que está visitando ha sobrevivido a guerras, terremotos y actos vandálicos de todo tipo. Yo creo que esa es la verdadera grandeza de cualquier monumento. Lo que más emociona, más que la arquitectura o lo que representa, es saber el tiempo que ha logrado mantenerse en pie. He leído que los moros construían sus palacios y sus residencias con frágiles materiales porque los preceptos islámicos contemplan que no se debe construir nada que sea eterno. Pues aquí la fastidiaron porque el monumento lleva ocho siglos en pie y con pretensiones de durar algunos más.

¿Cómo se sentirían hoy Yusuf I y Mohamed V, los artífices de los patios de los Arrayanes y el de los Leones, al ver las estancias que ellos mandaron construir para el disfrute de unos pocos con las hordas de turistas que hoy los visitan? ¿Se sentirían bien al ver que su obra es admirada por el gentío o, por el contrario, renegarían por considerar que se ha profanado un lugar edificado para sentir la soledad y el disfrute de los sentidos? Cualquiera sabe. Lo que sí está claro es que la Alhambra, como dijo Andrés Calzado, es un “paraíso legendario que deja en éxtasis a los viajeros”. A todos menos a Pío Baroja.

5-El Patio de los Leones fue construido como un harén. 5-El Patio de los Leones fue construido como un harén.

5-El Patio de los Leones fue construido como un harén. / A. C.

La ciudad palatina de la Alhambra ha albergado un sinfín de palacios, palacetes y recovecos que se han ido reformando o sustituyendo según la querencia de cada sultán que los habitaba. Había quien dejaba el mejor sitio para su harén de mujeres y había quien le daba más importancia al cuarto en donde se fabricaban las intrigas. No en vano un buen número de reyes que vivieron en La Alhambra fueron asesinados o destronados por miembros de su misma familia. O sea, que más de la mitad no llegó a disfrutar de los palacios durante sus reinados. A Yusuf I, por ejemplo, lo asesinaron antes de ver acabado el Cuarto de Comares que él había mandado construir.

El nombre de Alhambra o castillo rojo se debe, según Gómez Moreno, al tono rojizo de sus torres y murallas debido al carácter ferruginoso del terreno. Su origen en puramente castrense. Según Marino Antequera, otro estudioso de Granada y de sus monumentos, comenzó a sonar ya en el siglo IX, cuando se dieron las luchas entre los muladíes y árabes. Debió ser solo un castillo de poca importancia que, al correr del tiempo, creció amparado por su situación excelente.

La historia

La construcción en sí de la Alhambra comienza en 1238 con la dinastía nazarí. Fue Mohamed I quién puso la primera piedra e inició la restauración de la vieja alcazaba. Trajo agua desde el cerro La Sabika y allí construyó el primer palacio. Si hubiera habido elecciones en aquellos tiempos él hubiera ganado por mayoría porque durante su reinado bajó mucho el número de parados. Siguen otros emires hasta que en siglo XIV dos grandes monarcas como los citados Yusuf I y Mohamed V dan el impulso definitivo con la construcción de la Puerta de la Justicia, la torre de Comares y varios palacios más. Este último destinó el Patio de los Leones que mandó construir a su harén familiar. Él solo iba allí a elegir a la mujer con la que iba a pasar la noche.

Cuando entran en Granada los Reyes Católicos, se intenta cristianizar el lugar construyendo una iglesia y un convento, el de San Francisco. Mientras los vencidos se concentran en el Albaicín, todo los selecto de la población se asienta en la Alhambra, por lo que se comienzan a construir viviendas que albergarán a funcionarios y servidores. Su papel áulico no decae. El emperador Carlos V, que estuvo varios meses en Granada en 1526 pasando su luna de miel, mandó construir allí el palacio que ahora lleva su nombre. La construcción renacentista no pegaba ni con cola en medio de aquellas edificaciones arábigas, pero no estaban los tiempos como para achacarle al emperador estar incumpliendo un precepto estético. Durante los reinados de Juana y el rey Felipe II, madre e hijo de Carlos V respectivamente, se dispensó una esmerada protección al monumento y se hicieron muchas obras que se les encargaron a los moriscos. Ese esplendor se debió en parte a que fue nombrado primer alcaide de la Alhambra a Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla. Un terremoto en 1522 y la explosión de un molino de pólvora en la parroquia de San Pedro perjudicaron los palacios, pero no fueron daños irreparables.

Patio de los Arrayanes. Patio de los Arrayanes.

Patio de los Arrayanes. / Juan Ortiz

Los demás reyes de la casa de Austria pasaron del monumento y ni se ocuparon demasiado de él. Durante el siglo XVIII y parte del XIX la Alhambra se abandona a su suerte y es ocupada por ladrones, mendigos y gente de mal vivir, como se decía entonces. Fue cuando Richard Ford escribió lo siguiente: “Así como los murciélagos profanan los castillos abandonados, la realidad del crimen y la mendicidad hispánica desencantan la ilusión de este palacio de hadas que construyeron los moros”.

Vista de la Torre de la Vela. Vista de la Torre de la Vela.

Vista de la Torre de la Vela. / Juan Ortiz

Los males de la Alhambra no acaban ahí. Durante la ocupación napoleónica los soldados franceses estuvieron a punto de volar parte del monumento. Antes de retirarse de Granada pusieron barriles con pólvora para destruir varios torreones de la Alhambra. Menos mal de que un tal José García, cabo del cuerpo de Inválidos, cortó la mecha y se convirtió en un héroe. Una placa de mármol que hay en el acceso a la Alcazaba recuerda su gesta. El cabo García había quedado cojo en la batalla de Bailén y desde entonces pertenecía al Cuerpo de Inválidos que venía custodiando el monumento.

Su paso al Estado

A decir de los cronistas, fueron los escritores románticos los que más se quejaron en sus escritos del abandono de la Alhambra. Y gracias a ellos se empezó a tomar conciencia de que aquel era un monumento que había que cuidad y dejar lo más intacto posible para la posteridad. En 1829 residirá en cuatro de sus habitaciones el escritor Washington Irving, que luego escribiría los famosos Cuentos de la Alhambra y que resaltaría la belleza del espacio que le circundaba. Gracias a él muchos extranjeros comenzaron a saber que en Granada existía un monumento que había que visitar. En 1868 la Alhambra deja de ser una posesión real y pasa al Estado. Dos años más tarde se declaró monumento nacional y comenzaron a librarse partidas económicas para su restauración. Rafael Contreras y Leopoldo Torres Balbás contribuyeron con su sabiduría restauradora a la conservación del monumento, que fue declarado después patrimonio de la humanidad, como no podía ser menos. Entra el siglo XX y el cuidado de la Alhambra se confía a una Comisión y después a un Patronato que en 1915 pasa a depender de la Dirección de Bellas Artes. Durante la guerra civil el monumento no sufre ningún daño. En 1944 se crea otro Patronato a nivel nacional hasta que en 1984 pasa a depender de la Junta de Andalucía tras la creación de las comunidades autónomas. Es en marzo de ese año cuando la Junta de Andalucía asume, entre un tira y afloja, las competencias del monumento. El entonces consejero de Cultura Javier Torres Vela nombra a Mateo Revilla nuevo director general del Patronato. Recuerdo que uno de los primeros problemas con los que se enfrentó el nuevo director de la Alhambra fue el hallazgo de dos millones de pesetas en un armario. Este dinero procedía de la venta de postales y publicaciones efectuada en la misma Alhambra y que se repartía entre los trabajadores como complemento de su sueldo. Revilla quiso acabar con aquella modalidad de suplemento salarial y se montó una de las primeras huelgas de trabajadores de la Alhambra, que querían seguir con su sobresueldo.

Un niño observa la Alhambra desde el Sacromonte. Un niño observa la Alhambra desde el Sacromonte.

Un niño observa la Alhambra desde el Sacromonte. / A. C.

Ese mismo año de 1984 la Alhambra es declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y se inicia también un pique, aún no resuelto, entre la Junta y el Ayuntamiento de Granada sobre las competencias y el reparto de los beneficios que da el monumento. Tampoco hay que olvidar los escándalos con los que ha sido salpicado en los últimos años, como el fraude detectado y condenado por la Justicia por venta de entradas fraudulentas (una trama urdida para quedarse con el dinero que pagaban los visitantes al acceder al monumento) y el originado por el contrato de las audioguías, que sentó en el banquillo a la directora María del Mar Villafranca por estar acusada de malversación de caudales públicos y blanqueo de capitales. Si la Alhambra aún funciona como atractivo turístico es porque está por encima de las miserias humanas.

En cuanto al Generalife, que fue construido por el segundo sultán de la dinastía nazarí, Mohamed II, y reformado por Ismail I en 1319, era la villa de veraneo de los sultanes en donde había huertas y dehesas con ganado. Era conocido por los poetas como la huerta que no tenía par y el jardín del paraíso y allí se iban los sultanes a gozar a la soledad y a tener un contacto más íntimo con la naturaleza. Tras la conquista en 1492, los Reyes Católicos concedieron la finca a un alcaide para su custodia y aprovechamiento. Dicha alcaidía pasó a perpetuidad, a partir de 1631 a la familia Granada-Venegas, hasta que, después de un largo pleito iniciado en el siglo XIX, se incorporó al Estado. El litigio, al que se le llamó ‘Pleito del Generalife’, duró casi un siglo, hasta que se demostró que esta perpetuidad en la alcaidía no suponía la propiedad del Generalife. Hubo una sentencia judicial que obligaba a los Granada-Venegas, que ostentaban el Marquesado de Campotéjar y que tenían extensas propiedades en la provincia gobernadas desde Italia, donde residían, a devolver el Generalife al Estado. Pero antes de dejarlo se llevaron a Italia el artesonado, puertas, celosías, azulejos, columnas y arcos de los patios. Un expolio en toda regla. Fue en octubre de 1921, hace exactamente cien años.

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