Andrés Manjón, por la educación del pueblo gitano en Granada
Polémica histórica
Dos profesores de la Universidad de Granada refutan las tesis del presidente de la Unión Romaní que acusó de racista al canónigo burgalés e hijo predilecto de la ciudad
Granada/Grandes y dispares figuras humanas han pasado a la historia como signos de contradicción: desde Jesús de Nazaret a Gandhi, pasando por Fidel Castro, Fernando Mújica, Isabel la Católica o el propio papa Francisco. Una polémica nunca exenta de los grandes nombres de la historia y, como cabe esperar, también ha salpicado a personas tan valoradas públicamente como la figura del pedagogo Andrés Manjón. Y muy especialmente a raíz de las declaraciones del presidente de la Unión Romaní, Juan de Dios Ramírez-Heredia, quien tildaba al fundador de las Escuelas del Avemaría de racista por sus ofensivas palabras sobre este colectivo en su obra El gitano et ultra (1921).
Las declaraciones de Ramírez-Heredia, que pretendían motivar la paralización del proceso de beatificación de Manjón, parecen no haber dejado indiferente a buena parte de la sociedad granadina que ve en estas palabras una clara descontextualización del pensamiento del propio Manjón, así como de las circunstancias sociales que rodearon a la Granada de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Así, los profesores de la Facultad de Ciencias de la Educación Enrique Gervilla y Andrés Palma no niegan la dureza de las palabras de Manjón, pero señalan que el canónigo burgalés en esta obra "hace una descripción, no justificación, muy dura y concreta del modo de vida de este colectivo en aquel momento histórico donde, además, el subtítulo deja claro la finalidad del trabajo: hojas de educación social".
Para Gervilla y Palma, no se requieren grandes conocimientos históricos para entender que todo personaje y documento hay que entenderlo y valorarlo acorde con el pensamiento y la sociedad del momento, y que el pensamiento, el lenguaje y la sensibilidad de 1921 nada tienen que ver con el actual. Así, para ambos académicos juzgar de racista un contenido sin atender al momento histórico, al contexto de las frases, al sentido de las mismas, así como la finalidad del mensaje en su totalidad, supone un grave "error histórico".
Tras revisar el contenido de El gitano et ultra, los estudiosos de la obra manjoniana aclaran que la dureza, aspereza y lenguaje hiperbólico en la descripción de vida de los gitanos es fruto del carácter de Manjón: enérgico, crítico, ácido y mordaz contra algunos estamentos, que él considera injustos, e incluso contra sí mismo. "Su crítica más feroz es sobre los que no quieren educarse y viven sin trabajar", señala Gervilla.
Asimismo, en opinión de Andrés Palma, "lo que Manjón afirma de los gitanos, como también de todos los sectores empobrecidos, es que su nivel de pobreza les lleva hasta tal punto de no querer promocionarse y culpa de ello no a los gitanos sino a los responsables sociales y políticos que tienen abandonado a este sector de la población".
El estudio de la obra sobre el colectivo calé de Manjón aclara que las afirmaciones realizadas sobre su pretendido racismo carecen de validez al leer los párrafos que en ésta aparecen. Páginas en las que se ilustra el carácter reformador e integrador que movió al burgalés a escribir su trabajo y donde, frente al estereotipo social, reivindicó la falta de oportunidades del pueblo gitano: "No consideremos al gitano como un ogro, sino como un hombre, con todos sus sentidos, potencias y valores individuales, morales y sociales, pero degenerados o atrofiados por falta de educación o educación torcida".
Una razón que, precisamente, llevaba al propio Manjón a señalar la necesidad de emprender una labor educativa y reformadora social: "La pedagogía y civilización humana, racional y cristiana lamenta el estado de la educación gitana y ultragitana, y enseñan que es problema de la educación es el más importante y trascendental de la vida para los individuos, familias y pueblos".
Por este motivo, el catedrático de la Facultad de Ciencias de la Educación, Enrique Gervilla, conviene en señalar cómo esta obra sobre el pueblo gitano, escrita en 1921, lejos de alentar una opinión denigrante sobre esta comunidad alentaba, en verdad, un pensamiento que rehuía de toda clase de racismo. Así lo expresaba Manjón: "nuestra moral no admite el odio de clases; sólo tiene dos mandamientos, amar a Dios y amar al prójimo"; apelando al humanismo y condenando la "explotación del hombre por el hombre, y de las naciones y razas llamadas inferiores por las que se llaman superiores, prepotentes, avasalladoras y explotadoras".
Hechos y no solo palabras. La acción reformadora de Manjón llevaría a trabajar en un campo de acción como el del Sacromonte, de mayoría étnica gitana, y buscando entre ellos sus primeros profesores gitanos en las Escuelas del Avemaría con la presencia de Luis, Matilde o Enrique Amaya, instruido por el propio canónigo. Por esta razón, Palma y Gervilla señalan que más allá de algunas frases reiteradas en tres publicaciones de 1892, 1915 y 1921, hijas de su tiempo y aireadas por el artículo aludido, deben ponderarse ciertas ideas de Manjón, hoy superadas; que como consideraba Óscar Sáez, catedrático de la Escuela Normal de Magisterio, "lo más grande, profundo y entrañable de don Andrés es que con su corazón, con sus actos, con su obra y con su vida, ofrecida a los desheredados, a los ignorantes, y con ellos también a los gitanos, dio un mentís rotundo a lo que pensaba su cabeza cuadrada de campesino castellano".
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