Pasado con presente incluido

Antonio Fernández 'Bernina', en busca de sí mismo

  • Fue el fundador del catering más demandado en los años ochenta y noventa porque su nombre era sinónimo de calidad

  • Un viaje por la India le sirvió para escribir un libro sobre sus impresiones en este país

  • Ahora colabora con la oenegé ‘Calor y Café’ organizando comidas para necesitados

Antonio Fernández, durante una conferencia

Antonio Fernández, durante una conferencia / G. H.

La persona de la que vamos a hablar hoy dispone de muchas erudiciones que moldea a su gusto en el curso de la conversación, todas ellas provistas de su correspondiente fascinación estética. Tiene voz grave, de flamenco en dique seco, y sus ojos y sus manos algunas veces expresan más que sus propias palabras.

Es un hombre que está de vuelta de las ocupaciones y ahora se dedica a encontrar la filosofía que le va bien a su carácter y a su forma de ser. Sus manos las baila al compás del texto de sus respuestas y apunta con el dedo índice cuando pretende que su expresión sea claramente entendida por el interlocutor.

Si decimos Antonio Fernández García no sabemos quién puede ser, pero si le añadimos el sobrenombre de 'Bernina' todo el mundo cae en ese empresario hostelero que creó el catering del mismo nombre con el que le dio de comer a reyes, príncipes, músicos, escritores, futbolistas y gente muy importante. También hijo de aquella mujer que le compró la pastelería Bernina de la plaza del Carmen y que dio nombre a una forma de hacer dulces en Granada.

En la biblioteca del Palacio de Abrantes, en la placeta de Tovar En la biblioteca del Palacio de Abrantes, en la placeta de Tovar

En la biblioteca del Palacio de Abrantes, en la placeta de Tovar / G. H.

Siempre que veo o me hablan de Antonio 'Bernina', asocio su imagen a la de un hombre muy sensible que ha andado varios caminos y que cree que ha tomado el que menos daño le hace. Adicto al sincretismo filosófico, está cómodamente instalado en una sociedad que a veces besa y a veces tira piedras a sus propios hijos. Pertenece desde muy joven a Nueva Acrópolis, una organización que ha sido tratada como secta.

"Dicen que somos muy peligrosos, y es verdad. Somos muy peligrosos porque ayudamos a las personas a pensar y a ser parte de un rebaño que se mueve solo por la voluntad de los poderosos. Conócete a ti mismo es nuestro lema", dice para justificar su pertenencia al colectivo.

Después de muchos años de trabajo, "tras muchas alegrías y muchas decepciones", culmina su etapa de empresario de la hostelería distanciado lo más posible de un sector en el que las urgencias están a la orden del día. "Lo peor de la hostelería es que tú trabajas cuando los demás se divierten", dice.

Infatigable viajero al que le gusta la pintura y la fotografía, vivió casi cuatro años en la India, de cuya experiencia publicó un libro. Afirma Antonio que la sociedad granadina puede pasar por cerrada o difícil, pero sobre todo es golosa. De ahí que en este siglo pasado haya habido tantas pastelerías que se convertido en parte de la tradición de Granada: Bernina, López Mezquita, el Sol, la Campana, La Argentina, La Cruzada, Flor y Nata, Flamboyant, El Pasteles… Que a los granadinos nos gusta demasiado los dulces, vaya. Eso sí, en el tema dulcero cree que hemos perdido mucho porque ahora mucha pastelería es industrial y dirigida a paladares poco exigentes. Como en todo.

LA GRANADA GOLOSA

Nuestra cita en el Palacio de Abrantes, que está en la placeta Tovar, muy cerca de la Plaza del Carmen. Es la sede de la organización Nueva Acrópolis. Allí va algunas mañanas Antonio a enseñar el edificio a todo aquel que quiera conocerlo. Antonio les cuenta a los visitantes que el monumento en sus orígenes debió ser un palacio gótico y mudéjar (aún se conservan dos puertas de este estilo, alguna techumbre y la portada gótica) que se transformó en un edificio de estilo historicista en el siglo XIX.

Nuestra conversación se desarrolla en la biblioteca, donde hay libros hasta la alta techumbre. Allí, con el olor a papel viejo de fondo, Antonio me cuenta que nació el 1 de noviembre de 1949 en una casa de la Gran Vía de Granada. Su campo de acción en los juegos de niños estuvo por los alrededores de la Normal y del Instituto Padre Suárez.

–Me acuerdo de que tenía muchos amigos, pero es porque después de la escuela los llevaba a la tienda de caramelos que mi padrino tenía en la calle Mano de Hierro y que se llamaba Marisol. Mi padrino me quería mucho y siempre nos metía caramelos en las carteras. Por eso todos los niños querían hacerse amigos míos –dice con esa característica risa suya en el mismo pórtico de una carcajada–.

Antonio, de niño Antonio, de niño

Antonio, de niño / G. H.

La historia de esta familia de pasteleros comienza cuando la abuela de Antonio viene a Granada desde un pueblo de La Alpujarra, Lobras, embarazada y a lomos de una mula. En la capital trabaja la mujer para sacar a sus hijos adelante. Uno de ellos se hizo confitero y fundó la pastelería Alhambra.

–La primera pastelería que fundó mi padre se llamó 'El Regalo', que estaba en Santa Escolástica. 'La Alhambra' vino después, una que estaba en el edificio de Telefónica que había cerca de Reyes Católicos. Allí trabajé desde muy niño. Yo era el pequeño de la casa, el menor de cinco hermanos. Ellos fueron los que me enseñaron a trabajar y con los que adquirí experiencia. Yo desde entonces supe que sería pastelero. Empecé a trabajar en serio en el negocio familiar a los catorce años. Durante un tiempo iba a estudiar al Padre Suárez en el turno nocturno, pero lo dejé. Así que no tengo ni el bachiller elemental.

La familia de pasteleros granadinos sufre una gran pérdida cuando muere el padre de Antonio. Su viuda, Encarna, no se achanta ante el revés del destino y, al contrario, decide ampliar el negocio. Corre el año 1930 cuando la madre de Antonio le compra la pastelería que hay en la plaza del Carmen a la viuda de Jorge Lardelly Pozzi.

–La pastelería se llamaba Bernina y mi madre decide llamarle Alhambra-Bernina al nuevo negocio. Bernina es el nombre un macizo que está en los Alpes Suizos. Hay un tren con ese nombre que recorre estas montañas. Los primigenios dueños de la pastelería eran suizos y le pusieron ese nombre como un homenaje a su lugar de procedencia. Esa pastelería fue pionera en ponerle mantequilla y nata a los dulces totalmente artesanales que se hacían en Granada.

Antonio ejerció de pastelero hasta el año 1979 en que se fue a Madrid, donde estuvo ocho años seguidos y luego tres más en continuos viajes desde Granada. Me cuenta que trabajó de relaciones pública en la clínica del doctor Alzina y que fue cuando se metió de lleno en Nueva Acrópolis. De aquella etapa madrileña recuerda la gran amistad que sostuvo con el periodista Matías Prats y con su mujer Emilia, que había nacido en Granada.

–Con Matías Prats llegué a intimar bastante y recuerdo que me llamaba cuando iba al entierro de un compañero o de un conocido. Nos íbamos a los cementerios a hablar de la vida y a filosofar. Él me decía que nada mejor que un camposanto para pensar. La etapa de Madrid fue muy fructífera para mi formación. Colaboraba en programas de radio con Antonio José Alés y puse en marcha el Concurso Internacional de Piano Delia Steinberg, que ya va por la 39 edición.

EL REGRESO

Antonio regresa definitivamente a Granada y monta la empresa de catering que la llama Bernina para seguir con la tradición del nombre. Y consigue que el término Bernina esté en el diccionario de sinónimos junto con el de calidad.

–Bueno, qué te voy a decir. Que esta actividad me ha proporcionado durante casi treinta años muchas satisfacciones, pero también muchas preocupaciones. Llegué tener más de cuarenta trabajadores en nómina, además de todos los que trabajaban cuando había eventos. Mis servicios eran requeridos cuando había visitas de la Casa Real, en los actos de la Universidad, en el Ayuntamiento, en el Festival Internacional de Música y Danza… Y siempre era llamado sin comisiones algunas de por medio. Ese era mi mérito, que me llamaban porque creían que era lo mejor, sin esas corruptelas y mordidas que son habituales en este tipo de contrataciones.

Entre las satisfacciones estaba, por ejemplo, oír a la reina Sofía alabar mis productos. La reina siempre saludaba al personal de la empresa al terminar un servicio. También Antonio Jara lo hacía. Y eso siempre reconforta. Hubo un tiempo en que me tentó también crecer, como cuando gestioné un local amplio para dar celebraciones: el Cortijo Alameda-Bernina. Fue una iniciativa que duró poco.

Entre las satisfacciones estaba, por ejemplo, oír a la reina Sofía alabar mis productos. La reina siempre saludaba al personal de la empresa al terminar un servicio. Eso siempre reconforta

Pero un día, me cuenta, se dio cuenta de que se estaba perdiendo la oportunidad de viajar por el interior de uno mismo. Y que entonces accedió a la petición de un buen amigo que lo invitaba todos los años a visitar la India. Creyó que en su empresa había gente cualificada para llevar el negocio sin necesidad de estar él delante, y se fue a vivir a casa de su amigo Santi Shoudary en Jaipur.

–Estuve allí casi cuatro meses. Llegué a conocer el verdadero sentido de la hospitalidad en la familia de mi amigo, la importancia de la amistad. Fue una experiencia única porque viajé por muchos sitios del país. Tomaba notas y hacía fotografías de todo. Luego, cuando regresé a Granada, fueron mis grandes amigos Felipe Romero y Maripi Morales los que me animaron a escribir un libro relatando mis experiencias.

Yo no tenía esa intención ni mucho menos, pero poco a poco fui convenciéndome a mí mismo de que los lectores tenían que saber más sobre aquel espléndido país. Además del colorido y sus paisajes, había arcanos enigmas que me atraían como la concepción del tiempo, la androginia imperante, la interpretación de los sueños, el mundo de las hadas, la ley del karma, la reencarnación… Total que escribí el libro.

El único problema surgió cuando le dije al editor que quería que las hojas fueran de color rosa. A Jaipur, donde viví, le llaman la Ciudad Rosa y este color es uno de los preferidos en la India. Por ese me empeñé que las hojas de mi libro fueran de ese color.

LA VENTA

En 2011 Antonio se jubiló y se desprendió de su empresa. También la familia vendió a un empresario santafesino la posibilidad de explotar las cafeterías con el nombre Bernina.

–Ya hay en Granada seis o siete cafeterías que se llaman Puerta-Bernina, pero no tienen nada que ver con mi familia. La única que sigue con el negocio de la pastelería es mi sobrina Susana, que tiene el local en la calle Almireceros. Es la que sigue elaborando dulces de manera artesanal, nada de industriales. Le va bien porque todavía hay gente que busca lo tradicional, la excelencia de un producto. He pensado que me fui de la hostelería en un momento bueno, cuando la calidad era valorada por los clientes. Ahora hay muchos productos, no solo dulces y pasteles, que están prefabricados y hechos de manera industrial. Se están perdiendo los sabores de nuestra infancia.

Se desprendió de su empresa tras jubilarse en 2011 y la familia vendió a un empresario santafesino la posibilidad de explotar las cafeterías con el nombre Bernina

Me cuenta Antonio que ahora llena su tiempo libre de muchas y diversas maneras. Además de atender sus compromisos con Nueva Acrópolis, sigue escribiendo y sigue queriendo alcanzar la 'afrodita de oro’, ese mito que persigue la juventud interior, mucho más allá de la edad que está en el DNI, como símbolo de la inocencia, la pureza o de la capacidad de asombrarse.

–Además, voy a clases de Filosofía y colaboro como voluntario con la oenegé Calor y Café. Soy el responsable de las tardes de los sábados, en que organizo las cenas de la gente sin recursos que va allí a comer. Al principio me costó trabajo asimilar tanto deterioro físico en los mendigos que acudían a nuestro salón comunitario, pero poco a poco he ido acostumbrándome y ahora soy feliz ayudando a esas personas. El día de Nochebuena, por ejemplo, estaré allí dándole de comer a la gente que no tiene otro sitio al que ir o no tiene familia con la que estar.

Al despedirnos, Antonio y yo, que nos conocemos desde hace muchos años, acordamos no estar tan desaparecidos el uno del otro tanto tiempo y quedamos para después de estas fechas navideñas. ¿Y a qué no saben en dónde decimos de encontrarnos? Lo han acertado: en la cafetería Bernina.

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