Pasado con presente incluido

Antonio Ramos Espejo, el gran reportero andaluz

  • Fue director de los periódicos 'Diario de Granada', 'Córdoba' y 'El Correo de Andalucía'

  • A lo largo de su vida ha publicado casi una veintena de libros y tiene en su poder la Medalla Andalucía

  • El periodista del pueblo, lo llamó Antonio Checa en un libro sobre él.

Antonio Ramos Espejo, en el centro, en la entrega del Pozo de Plata.

Antonio Ramos Espejo, en el centro, en la entrega del Pozo de Plata. / Álex Cámara

Esta es la historia de una entrevista frustrada. Se suponía que íbamos a repasar juntos ese casi medio siglo que él ha dedicado al periodismo. Se suponía que esa entrevista iba a salir en estas páginas dentro de la serie que todos los domingos dedico a esas personas que tienen un pasado que contar y un presente que vivir. Se suponía que iba a ser un encuentro relajado entre dos viejos amigos que iban a hablar de muchas cosas. Pero nada de eso pasó, simplemente porque no ocurrieron las circunstancias y porque la idea se fue al garete después de asistir al homenaje que le dio la Diputación y al que acudieron muchos amigos que valoran la trayectoria del homenajeado. Una trayectoria en la que incluye haber sido director del Diario de Granada, del periódico Córdoba y del Correo de Andalucía. Es licenciado en Ciencias de la Información y Filosofía y Letras y premio extraordinario de la Universidad de Sevilla por su tesis sobre El periodismo en Gerald Brenan. Comenzó siendo plumilla en el Sol de España y después fue corresponsal de Efe en Roma, redactor de Ideal y colaborador en Triunfo, Tiempo e Interviú. A lo largo de su vida ha publicado casi una veintena de libros y tiene en su poder la Medalla de Oro de Andalucía.

Entrega de la Medalla de Andalucía. Entrega de la Medalla de Andalucía.

Entrega de la Medalla de Andalucía. / Efe

La historia de esta entrevista frustrada comienza en Fuente Vaqueros. Me entero de que Antonio Ramos va a venir a Granada porque le van a dar un homenaje y va a recibir el Pozo de Plata, una distinción que la Diputación entrega a todos aquellos que se han destacado por la difusión de la vida y la obra de Federico García Lorca. Y decido ir porque me apetecía estar en ese acto y porque así podría hablar con él y quedar para el día siguiente para esa entrevista que quería proponerle.

–Pues ya que vas al homenaje de Antonio Ramos… ¿por qué no escribes la crónica del acto?–me pidió Magdalena Trillo, la directora de este periódico.

–Bueno, yo es que… No sé si me dará tiempo.

–¿Quién mejor que tú? Con tu pluma y tu sabiduría te puede salir estupenda.

A mí me dicen eso y me escacharro. Así que no pude negarme. Le dije que sí. Antes llamé a Alejandro Víctor García, un histórico del periodismo granadino, que de alguna forma se había encargado de la organización del homenaje a Antonio Ramos. Le pregunto sobre los rumores que hay de que nuestro común amigo sufre un episodio de deterioro cognitivo.

–Está bien, lo que pasa es que a veces la mente se le queda en blanco. De todas maneras podrás conversar con él sin ningún problema. Además, tú lo conoces muy bien y puede salir una entrevista bonita.

Ramos Espejo, en la presentación de su libro sobre Brenan. Ramos Espejo, en la presentación de su libro sobre Brenan.

Ramos Espejo, en la presentación de su libro sobre Brenan. / R. G.

El homenaje

Así que me fui a Fuente Vaqueros el día del homenaje. Llevé de chófer a Ramón Ramos, otro referente del periodismo granadino y también amigo del homenajeado. Si quieres saber un dato, un nombre o una fecha, pregúntale a Ramón, es el ‘google’ humano por excelencia, la memoria de la profesión.

El homenaje empezaba en la Casa Museo García Lorca, donde hay un patio con un pozo. Un lugar muy acogedor, menos en pleno verano y en pleno invierno. Cuando apareció Antonio muchos fuimos a abrazarlo. Tenía una expresión distante y a la vez curiosamente fija, la cara de alguien que se ha inmovilizado en un momento de su sueño y rehúsa dar el paso que lo devolverá a la vigilia. Se dejaba abrazar por todos aquellos que se acercaban a él. Se sentía querido. En su mirada asomaba algo de todo eso. Una forma de mirar que acusaban los párpados resignados a tanto mimo. Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, algunas envidias. Antonio Ramos inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos periodistas, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Y es que yo fui un devoto de Antonio Ramos. Recuerdo que lo primero que quise hacer al llegar a Granada fue conocerlo. Le pedí a Melchor Sáiz-Pardo que me lo presentara nada más recalar en Ideal en 1982. Yo había leído sus crónicas en Triunfo, había leído su libro Andalucía, campo de trabajo y represión, había leído sus reportajes con jornaleros y emigrantes. Lo dije en la crónica que escribí, él había sido un reportero que sacaba a la luz las injusticias sociales que se cometían con los más débiles y una voz necesaria e inconfundible en el periodismo y la historia cultural y política de Andalucía. Melchor Sáiz-Pardo lo conocía muy bien porque había trabajado con él en Roma y se lo había traído a Granada cuando lo nombraron director de Ideal. Después de presentármelo me fui con él y con Manolo Gómez Cardeña a tomar una cerveza en un bar cercano a la redacción de San Jerónimo. Tanto Antonio como Manolo ya habían decidido liderar el proyecto de un nuevo periódico que iba a salir en breve: Diario de Granada. Aquella noche recuerdo que dormí con la satisfacción de haber conocido a Antonio Ramos Espejo.

CABRA NODRIZA

La vida de Antonio Ramos comienza en la navidad de 1943 en Alhama de Granada, de donde era también un tío abuelo suyo que se llamaba exactamente igual que él. El tío abuelo fue un empresario español que construyó varios cine en Asia, sobre todo en Filipinas y China. También fue el que fundó el cine Rialto de Madrid. Murió este cineasta cuando el futuro periodista tenía un año. Nació Antonio en el seno de una familia media de agricultores de doce hermanos, de los que dos murieron al poco de nacer.

De niño. De niño.

De niño.

Como ha contado alguna vez, al ser el sexto hermano y no quedar teta para él, la familia compró una cabra que se llamaba Clotilde. Como en otros muchos casos, en plena posguerra se reservaba la leche de las cabras nodriza exclusivamente para el niño. Las alimentaban con garbanzos para que diera la leche más azucarada. Cuando la cabra hubo cumplida su misión, fue sacrificada, afrenta que nunca olvidaría Antonio.

A los ocho años el futuro periodista fue enviado interno a los jesuitas de Málaga. De aquella época, según nos contaba él mismo en las madrugadas de charla y copa después de cerrar el periódico del día, recordaba el día en que la Guardia Civil mató a siete leñadores que hacían de enlace con los hombres de la sierra, conocidos como maquis. Los cadáveres los pasearon por Málaga como guarros echados sobre los burros. Esa era una de esas imágenes que Antonio llevaría siempre en la retina y en sus recuerdos.

Cuando tuvo diez años, pasó por Alhama un padre dominico reclutando niños para un colegio que iban a abrir en Almagro. A su padre no le pareció mal el cambio de destino y allí lo envió a estudiar el bachiller. Estuvo en un tris de ser dominico. Pero a veces el destino se muestra por los caminos más inciertos.

Antonio Ramos decide matricularse en Filosofía y Letras. Algo tenía que estudiar. Hasta que un día se encuentra con Andrés García Maldonado, un paisano que trabajaba en el Sol de España y le dice que en dicho periódico hacía falta un redactor. Antonio acababa de cumplir con el servicio militar, vivía en Málaga y necesitaba ganarse la vida. El director de aquel periódico, Cándido Calvo, vería en él ciertas inquietudes periodísticas que le encarga que escriba una página diaria sobre Torremolinos. Es así como empieza su carrera periodística.

En uno de sus reportajes. En uno de sus reportajes.

En uno de sus reportajes.

Después se va a Roma y se entera de que al frente de la delegación de la agencia Efe estaba el granadino Melchor Sáiz-Pardo. Roma y aquel ambiente periodístico de libertad, algo que no había en España, le marca para siempre. Cuando Melchor Sáiz-Pardo deja Roma para dirigir Ideal, reclama a Antonio Ramos Espejo, que se había quedado en la capital italiana como corresponsal del periódico Ya.

En Granada se convierte en un reportero para la cadena de periódicos de Edica. Tan pronto elabora un reportaje sobre los vendimiadores que se van a Francia como recala en Alemania a escribir sobre los emigrantes españoles que en los años sesenta cogieron una maleta para trabajar allí. Aquel trabajo lo compagina con sus colaboraciones en la mítica revista Triunfo y con sus libros. Escribirá sobre Gerald Brenan, sobre el Caso Almería, sobre García Lorca… Pero siempre desde el punto de vista de un periodista que busca, además de la verdad, ese mensaje que haga emocionar a los lectores.

En el año 1982 nace el Diario de Granada y a él lo nombran director. Durante unos meses convivirán en los quioscos tres periódicos granadinos, hasta que desaparece Patria y tres años después el Diario de Granada, un proyecto que tenía corazón pero no una buena gestión.

Antonio Ramos se va a dirigir el diario Córdoba y después marcha a Sevilla para hacer lo mismo con El Correo de Andalucía. Pero también le tira la Universidad y se doctora en Periodismo para dar clases en la Facultad de Ciencias de la Información de Sevilla. En 2006 recibe la Medalla de Andalucía. Su compromiso con esta tierra, especialmente en aspectos como la reivindicación social y cultural, siempre ha estado patente. El sur, siempre el sur en el que vive y del que escribe cuando se alma se inquieta y tiene algo que contar. Un reportero no claudica, nos decía, siempre está en alerta porque siempre, no importa la edad que tengas, tendrás algo que contar. El periodista del pueblo, lo llamó Antonio Checa en un libro que escribió sobre él.

EL ESPEJO DE LOS PERIODISTAS

En mi crónica de su homenaje dije, haciendo un juego de palabras, que Antonio Ramos Espejo había sido el espejo en el que muchos periodistas nos habíamos mirado. La titulé La memoria de un periodista. Creo que me salió bien. Resalté que había sido una figura clave en la renovación del periodismo andaluz. Me felicitaron varias personas que aún leen los periódicos de papel.

No es por echarme flores, pero mi crónica estuvo mejor que la del periódico de la competencia, en donde Antonio Ramos empezó a hacer periodismo en serio, sobre todo porque le dedicó más espacio. Parecía mentira que el periódico en el que había empezado a trabajar el homenajeado, Ideal, le dedicara menos de media página, y que Granada Hoy, en donde nunca trabajó, le dedicara dos páginas. Es comprensible. Para escribir del pasado hace falta sensibilidad y memoria, y en Ideal, ahora mismo no hay ni una cosa ni otra. Allí trabaja Quico Chirino, un estupendo periodista que fue alumno de Antonio Ramos y que escribió su tesis doctoral sobre él, pero supongo que no tendría tiempo de hacer un panegírico de su antiguo profesor.

En un momento determinado del homenaje me acerqué a Carmen, la mujer de Antonio, a preguntarle cómo está. Antonio y Carmen, la hermana de la mujer de Manuel Gómez Cardeña, se casaron en 1983 y tienen una hija.

–Está bien. Parece que se ha cogido a tiempo y que no irá a más.

Le pregunté por los planes que tenían para quedar con él a la mañana siguiente. Me dijo que iban a regresar a Sevilla muy temprano, así que sería imposible. Vaya. No podía ser. Tendría que dejarlo para otra ocasión.

A los dos días de publicarse mi crónica, recibí una llamada de Antonio Ramos.

–Ha estado muy bien lo que has escrito sobre mí–me dijo.

–Gracias, pero, Antonio, yo iba con la intención de charlar contigo un rato y sacarte en mi serie de personajes con un pasado que contar.

Hubo un silencio con algo de intriga.

–Pero… si tú te acuerdas mejor que yo de mi vida.

–Ya, pero…

–Bueno, haz lo que quieras, pero ha estado muy bien lo que has escrito. Eres un buen amigo.

–Y tú mío también, Antonio.

Y colgamos los respectivos teléfonos.

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