El Gazpacho de Clark

El escritor romántico William George Clark recorrió la Alpujarra en 1849 para convertirse en referente de Brenan. Se fascinó con la comarca del sur de Granada.

El Gazpacho de Clark
Juan Luis Tapia

07 de septiembre 2014 - 01:00

SU nombre es William George Clark, un escritor inglés y uno de los mayores especialistas en Shakespeare, autor de Gazpacho, or Summer months in Spain, publicado en 1850 y posiblemente el libro de viajes sobre España más divertido de todos. Su periplo andaluz le llevó desde Bailén a Cádiz, pasando por Granada, Ugíjar, Guadix, de nuevo Granada, Alhama, Málaga, Marbella, Algeciras, Ronda, Utrera, Sevilla y Jerez de la Frontera.

Nada más poner sus pies en Granada conoce al famoso Mateo Ximénez, el popular guía del estadounidense Washington Irving, que le enseñó la Alhambra y luego lo llevó a su cueva para venderle recuerdos, trozos de cerámica y estuco alhambreño. El británico recomendó ver la Alhambra en diferentes ocasiones y estaciones, así como con diferentes luces. Sin embargo, calificó de "estúpido" y "extravagante" el trazado del Palacio de Carlos V, en clara oposición al encanto y armonía de la Alhambra. En una ejercicio de ficción histórica, de haberse perseguido en aquellas decimonónicas fechas la declaración de la Alpujarra como patrimonio mundial de la Unesco, Clark habría sido uno de sus principales valedores, aunque su hoy antiguo testamento en forma de libro-guía bien puede emplearse en este empeño actual de las instituciones granadinas.

William George Clark (1821-1878) estudió lenguas clásicas en el Trinity College de Cambridge, donde sobresalió por su talento y su brillante trayectoria. Como filólogo clásico editó, tradujo y anotó las obras completas de Aristófanes, y como especialista en los clásicos ingleses financió de su propio bolsillo una beca dedicada al estudio de la filología inglesa, sin la cual jamás habría culminado el trabajo de su vida. A saber, la primera edición definitiva de las obras del gran clásico de la lengua inglesa: The Works of William Shakespeare (1863-66). Sin embargo, como las vacaciones de Cambridge le permitían viajar y recorrer Europa, Clark decidió visitar los países donde nació la cultura occidental y también aquellos limítrofes de la cultura occidental. Gracias a sus periplos por Grecia escribió Peloponnesus (1858), mientras que las impresiones de sus viajes por Italia y Polonia fueron recogidas en números sueltos del Journal of Philology que el propio Clark dirigió en Cambridge. En 1853 William George Clark fue ordenado sacerdote de la Iglesia Anglicana, pero apenas ocho años antes de morir decidió «volver al siglo», e incluso publicó un opúsculo denunciando los peligros que había conocido. El panfleto no tiene desperdicio y es otra joya de los catálogos de las librerías especializadas en viejos impresos británicos: The Present Dangers of the Church of England (1870).

La obra que contempla la Alpujarra, Gazpacho: or Summer Months in Spain (John W. Parker, London, 1850) no es más valiosa por su antigüedad o por su amplia descripción de Spain, sino porque fue el viajero inglés más fino, irónico y erudito de cuantos visitaron España en todo el siglo XIX. El especialista José Alberich, autor de Del Támesis, señala que "Clark es siempre consciente de los viajeros que le han precedido, y de que la única originalidad que puede él conseguir tiene que basarse en la espontánea expresión de su personalidad más que en el contenido mismo del relato".

El mismo Clark relata como incluso antes de iniciar su viaje a España se sintió especialmente cautivado por la Alpujarra: "Cuando por primera vez desenrollé en mi casa un mapa de España hubo una zona que despertó mi interés -la zona que se encuentra en Sierra Nevada y el Mediterráneo-. Me sentí completamente satisfecho con aquellas raspas de arenques que son los símbolos geográficos… los pueblos tenían nombres que no había oído nunca y no se encontraba atravesada por ninguna de esas líneas dobles que presagiaban caminos para carros y en consecuencia posadas para diligencias y un poco de civilización. Finalmente el nombre Alpujarrez (sic por Alpujarra) abarcando toda la zona en mayúsculas tenía algo de oriental en su sonido y así una de mis primeras preocupaciones al llegar a Granada sería preguntar si era posible viajar a las Alpujarrez".

Para su aventura de ascenso a las cumbres de Sierra Nevada y recorrido alpujarreño, el escritor inició negociaciones en Granada con un tal Miguel, un hombre que alquilaba mulos. Clark le había pedido que el sirviente fuese joven, activo y alegre, capaz de preparar una tortilla, de luchar contra un bandido o contar una historia, de acuerdo con lo que se le pidiese, pero cuando lo pudo ver a la luz del día descubrió algo terrible: el sirviente era viejo, sin dientes y sucio.

Su aspecto no dejó indiferentes a los lugareños de la época, quienes no estaban habituados a encontrarse con un 'inglés', a quien incluso, dado el nivel cultural del momento, confundieron con un ciudadano de París. Así le ocurrió en 1849 en la localidad de Mairena. Mientras paseaba por las afueras dice que vio varias familias cada una en su era trillando maíz. "Mi aspecto y cutis norteño parece que les llamaba la atención. Cuando pasé y luego me volví todos habían dejado de trabajar para mirarme. Que pase un extranjero es algo que no suele ocurrir en Mairena". De todos modos, la curiosidad era mutua ya que Clark también los observó y describe los hombres ataviados de forma completamente primitiva. Dice que llevaban "camisas y calzones anchos hasta la rodilla que eran o habían sido blancos". Luego en la posada Clark describe lo acosado que se sintió por tres ancianas que parecían deleitarse al verlo comer. Le preguntaron si Inglaterra estaba en Francia y qué era lo que le había hecho a su pelo para ponerlo marrón. Hay que hacer constar el estado de aquellos alojamientos. Las posadas alpujarreñas de la época eran un tormento. En la mayoría no había camas, sino montones de paja. Era difícil encontrar alojamiento y cuando se hallaba, en la mayoría de los casos carecía de cristales en las ventanas, las camas estaban llenas de chinches y otras sabandijas y los edificios solían estar a punto de derrumbarse.

A pesar de aquellas penosas circunstancias, siempre tomadas con paciente simpatía por el viajero romántico, Clark no renunció a su pasión por ascender a las montañas. "Nunca veo un pico o una cordillera aunque esté muy alejada sin sentir el deseo irreprimible de encontrarse en la cumbre" y por supuesto, mientras estaba en Granada, Clark había subido a Sierra Nevada. "Llené las alforjas con provisiones para tres días (como si hubiésemos sido antiguos griegos que se iban a una expedición): gallina fría, jamón, queso y pan, además de dos grandes botas bíblicas de cuero (llenas de vino) y me da vergüenza decir cuantos cigarros". Durante todo el camino el guía iba contando historias que había oído a los pastores. Algunas tenían como tema principal la Laguna de Vacares, que dice así: "Un pastor se encontraba cuidando su rebaño a la orilla de la laguna y fue allí donde llegaron dos hombres vestidos de forma extraña, uno llevaba un libro abierto y el otro una red de pescar. Y el hombre leyó en su libro "echa la red", y él lanzó y sacó un caballo negro. Y el del libro dijo: "Este no es, échala otra vez". Y el otro la tiró y sacó un caballo blanco. Y el del libro dijo: "Este es". Los dos se montaron en el caballo y se fueron cabalgando y el pastor no los volvió a ver más.

Estos pastores creen que algún día la laguna se reventará por la montaña y destruirá Granada. Una noche un pastor, que se encontraba a orillas de la laguna, oyó una voz que decía:

"¿Debo golpear y romper el dique o debo inundar la ciudad de Granada?". Y otra voz le contestó: "Aún no".

Quedó totalmente fascinado tras su ascensión al Veleta: "Cuando vi el pico del Veleta, con su aureola de oro y un intenso color rosado... sentí que dejaría un deseo insatisfecho si me marchase de Granada sin intentar ascenderlo... A medida que ascendíamos el frío se hacía más y más intenso. Las estrellas brillaban claras y nítidas... Me esforcé por alcanzar la cima antes de la salida del sol... Era una vista que bien valía cualquier esfuerzo. La montaña cuyas empinadas pendientes habíamos ascendido se rompe hacia el este en un absoluto precipicio, a cuyo pie hay una profunda garganta llena de nieve perpetua. Los tajos que encaran el sol están bañados por una luz verdosa. A nuestros pies, las Alpujarras, una mezcla de montañas que parecían no acabar de asentarse; y detrás el ancho mar". "Cerca de la cima -añadió- no crece nada, excepto un tipo de hierba acolchonada y una manzanilla enana muy apreciada por los recolectores. Sin embargo, la sierra es rica en tesoros botánicos".

Tuvo tiempo para disfrutar de la gastronomía alpujarreña hasta tal punto que pide disculpas a sus lectores por sus repetidas referencias a la comida de la Alpujarra: "Mis lectores deben perdonar mis continuas referencias al tema del avituallamiento, pero es que, verdaderamente, el cabalgar por estas montañas abre un apetito desconocido para las personas que están ocupadas en los trabajos normales más sedentarios de la vida". Las paradojas de la historia y de las circunstancias alcanzaron a las apreciaciones gastronómicas de Clark, quien ofrece la siguiente receta del gazpacho: "Es una suerte de sopa fría hecha con pan, hortalizas, aceite y agua. Estos ingredientes son sencillos de conseguir y su preparación no requiere ninguna habilidad". El inglés, que ofrece un completo relato pormenorizado de su viaje a España, olvidó el ingrediente más importante del gazpacho: el tomate.

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