Granadas y granadinos
En Granada se localizan más de 300 granadas. Hay tantas tipos como de granadinos. Unas presumen de corona, otras siempre están verdes y algunas nunca se ponen coloradas porque no tienen vergüenzaLa profesora Isabel Galán me encargó revisar el librito 'De Granada en Granada' en el que se explica de manera didáctica alguna curiosidad de los lugares donde se sitúan en la ciudad
Hace cinco años que la profesora Isabel Galán tuvo la galantería de encargarme revisar y corregir su precioso libro sobre las granadas que había localizado en la ciudad. Me quedé absolutamente sorprendido porque llegué a contabilizar más de trescientas en todas las versiones y situadas en los lugares más insospechados; orgullosas en fachadas, emblemáticas en escudos, fuentes y monumentos; más modestas en cauchiles, bocas de riego, hitos de circulación, logotipos de contenedores, empedrados o tapaderas callejeras de registros subterráneos.
Se titulaba el librito De Granada en Granada. No era una guía de la ciudad pero sí pretendía explicar de manera muy didáctica alguna curiosidad del lugar en el que se situaba cada granadita. Unas en el Hospital Real, otras en la Puerta de las Granadas, otras en el Ayuntamiento, en el Albaicín o en el Realejo; algunas en medio de la calle o en el alero de cualquier tejado. Así, casi como en un juego muy instructivo, se iban conociendo ciertos aspectos de la historia de la ciudad con el pretexto de la simbólica granada.
Analizando las formas y el aspecto de la preciosa fruta, llegué a pensar que había tantas granadas como tipos de granadinos. Hasta el punto de que se podría hacer un curioso paralelismo entre granadas y granadinos.
Hay granadas altivas, orgullosas y prepotentes; quieren figurar allá en lo alto, rivalizar con la Torre de la Vela, aparecer en medio del escudo o en el pendón de la ciudad. Suelen tener los granos secos y la cáscara dura, pero lucen su corona con los pistilos caducos y nunca se ponen coloradas porque no tienen vergüenza.
Hay granadas "fotofílicas"; necesitan salir en todas las fotos y todos los días. No saben cómo arreglárselas pero quieren ser aliño de todas las ensaladas. Llegan tarde a los saraos pero acaban protagonizando el acto como si hubieran llegado a la siete de la mañana; son granadas bajitas y cabezonas pero se empinan en las fotos queriendo ser Pau Gasol; y cuando no lo consiguen procuran apoyarse en los hombros vecinos para empujar hacia abajo, que es otra forma de aparentar ser grande.
Hay granadas solidarias; de granos prietos y hermanados, capaces de calmar la sed con su jugo y alimentar el alma con su ejemplo. Suelen estar escondidas en aquella cenefa del edificio noble, en el caño de agua fresca de cualquier fuentecilla, en el rincón más solemne del claustro conventual, en el aula de la escuela o en el pasillo de cualquier hospital.
Hay granadas humildes que sufren apedreadas en el rótulo de la callejuela. Sólo sirven para dar brillo y fama a otros, pero mueren pasando inadvertidas. Las hay elegantes, educadas y con estilo. Lucen su corona con garbo y demuestran su madurez sólo con mirarlas. Hay que estar muy atentos porque a veces las tenemos cerca y no nos percatamos. Conviene mirar muy bien alrededor porque son granadas frágiles que desaparecen y no te das cuenta. Luego se les recuerda con cariño y se les rinden pomposos homenajes cuando están bajo tierra.
Las que más pena me dan son esas estupendas granadas de exportación que adornan fuentes lejanas o dan sabor a paladares extranjeros; esas nunca las probamos porque están reservadas para otros que nada hicieron por verlas crecer.
Son frecuentes las granadas sin granos, sin corona, sin gracia; de granada sólo tienen la partida de nacimiento, pero se muestran agrias, rancias y hasta con la piel en avanzado estado de descomposición. Son repelentes, antipáticas y no conocen la sonrisa. Las encuentras con frecuencia en despachos, en ventanillas oficiales y en comercios de añejo abolengo. Pero las peores son las injertadas en melón, calabacino y ajoporro, que también abundan.
Es una pena porque la granada es bonita, simbólica y agradable de tomar, pero cuando viene envuelta y esconde sus granos bajo un hipócrita sombrero ya no se sabe si lo que tomas es granada o cardo borriquero.
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