El día en que un gato se hinchó de boquerones en Los Cármenes

Historias de Granada

La rivalidad entre el Granada y el Málaga en el pasado ha generado varias anécdotas y mucha literatura

El intercambio de insultos y pedradas entre las aficiones llegó a ser el denominador común en los partidos entre ambos equipos

Formación del Granada a comienzos de los ochenta. / Juan Ortiz
Andrés Cárdenas

Granada, 27 de junio 2021 - 02:57

El año en que llegué a Granada, en 1982, los aficionados que iban a ver jugar al Granada CF cabían en un autobús. Estaba el equipo en Segunda División B. Más abajo y tendría que ir a jugar con el Huétor Vega. El presidente del club era Candi y el entrenador Lalo. Se hablaba entonces de la venta del campo de Los Cármenes, que luego ocasionaría una gran polémica con los tribunales de por medio.

Por entonces Granada tenía una afición muy mermada por los resultados negativos del equipo. Si ganaba era de casualidad. Uno puede aplaudir a rabiar a un equipo que vaya a más, pero no a uno que vaya a menos. Algunos intentos por hacer resurgir al club eran valientes, como el haber traído a entrenar al equipo nada menos que a Paco Gento, el que fuera figura del fútbol en la década de los sesenta. Pero ni por esas. Recuerdo a mi compañero de Ideal José Luis Piñero quejarse amargamente de cómo un equipo con una de las plantillas más caras de la historia había descendido a Segunda División y después a Segunda División B. No se explicaba cómo un equipo que a comienzos de los setenta era uno de los mejores de la liga española estuviera en los ochenta en esa categoría tan vergonzante.

A mí no es que me importara mucho el fútbol en aquella época, pero tenía de vecino en el Parque de las Infantas a Carlos Tomás Romero, más conocido en el mundo periodístico como Carloto, que tenía un espacio deportivo en la radio y me informaba casi a diario de la marcha del equipo, al que creía muy perdido.

– ¿Qué hizo ayer el Granada, Carloto?

– ¡Bah! Perder, como siempre. Una pena.

Carloto tenía un vozarrón fuerte y un corazón tierno, como le decía Codina. Era uno de los imprescindibles en el panorama periodístico deportivo. Trabajaba en Radio Granada y era maestro de las generaciones que le seguían. Su tono de voz era inconfundible y tenía un sentido del humor a prueba de inesperados contratiempos.

Una de las anécdotas que se cuenta sobre él sucedió cuando viajó a Canarias con un grupo de periodistas radiofónicos a retransmitir un partido que jugaba allí el Granada. Antes del encuentro varios colegas de la expedición salieron a dar una vuelta por Las Palmas y entraron a una tienda de regalos. Por aquellos años en Canarias el tabaco y los relojes y los pequeños electrodomésticos eran mucho más baratos que en la península. Uno de los periodistas, aprovechando el descuido del comerciante, cogió un reloj y se lo metió en el bolsillo. ¡Zas!, como el mago que hace desaparecer una moneda. Al salir de la tienda, Carloto le reprendió a su compañero por la acción, pero no vio en él ni siquiera un atisbo de arrepentimiento. Es más, casi se jactaba de ello. Por eso, durante un mes y pico, Carloto comenzaba su programa de radio diciendo: "Buenas tardes, son las veinte horas en Granada, un reloj menos en Canarias".

El partido de los Maradona

Como digo, Carloto me tenía informado de lo que pasaba en el Granada CF. Era de esa especie de pesimistas que con cierta hipocresía siempre anteponen la idea del fracaso a su ilusión por la victoria.

Carlos Tomás Romero, con su sempiterno puro.

Los jugadores quieren ir a la huelga porque no les pagan. El domingo que viene jugamos con el Lorca con los juveniles. Un desastre -me informaba Carloto cuando subíamos en el ascensor.

Carloto nunca era imparcial al hablar del Granada. Lo consideraba su club y era capaz de batirse en duelo con el que hablara mal del equipo en su presencia.

– Pero en la radio pones a parir a muchos jugadores, al presidente y al entrenador -le recordaba yo.

– Pero eso es en la radio. Además, les regaño para que aprendan -decía Carloto dándole una chupada a su sempiterno puro.

Para Carloto, el Granada CF era como un ser vivo, un personaje que tenía vida y que había que mimarlo cuando se lo merecía y reprenderlo cuando se portaba mal. Él conocía como nadie los intríngulis del club y sacaba afuera su sarcasmo y su ironía cuando pretendía que se hicieran mejor las cosas.

Por entonces las deudas del Granada estaban un día sí y otro también en la prensa. El que salía de presidente tenía que acoquinar si quería seguir siéndolo. Me acuerdo, además de Candi, de Pepe Aragón y de Alfonso Suárez, que invertía parte de sus ganancias como propietario de máquinas de azar en el club de sus amores. Compraba jugadores con lo que cogía de las tragaperras. Un hacha.

Candi se dipone a 'demoler' el viejo Los Cármenes. / Juan Ortiz

De jugadores me acuerdo de Tinas, un duro defensa que un día me contó que su mujer tenía que dormir con espinilleras porque de vez en cuando soñaba que estaba en un partido y comenzaba a dar patadas en la cama. Y de Macanás, que me contó en una entrevista que en un ventrículo de su corazón tenía al Real Madrid y en el otro al Granada. Y del inolvidable Luis Oruezábal, Chikito, que había venido de Argentina y con el que entablé después una buena amistad. ¿Y quién no era amigo de Luis? Y de Rafa Lelo, que falleció el año pasado y con el que me veía casi todos los días esperando a que nuestros respectivos nietos salieran del colegio. Con Lelo me iba a coger naranjas al cortijo de un amigo común en el Valle de Lecrín, en unas jornadas en las que no faltaban las risas, el buen ambiente y los recuerdos.

El equipo nazarí dejó el pozo de la Segunda División B en la temporada 86-87, creo. Corríjanme los futboleros si me equivoco, cuando era Joaquín Peiró el entrenador. Durante muchos años estuvo entre la Segunda y la Segunda División B, hasta que en el 2011 logró subir a Primera, categoría en la que había jugado 35 años atrás. Pero de eso hablaré otro día.

Carloto me llevó a ver un partido en el viejo Los Cármenes. Aquel famoso amistoso entre el Malmöe de Suecia (subcampeón de Europa) y el Granada CF, en el que se alinearon los tres hermanos Maradona: Diego Armando, Hugo y Lalo. Éste último había sido fichado por el Granada y los otros hermanos vinieron aquí para agradecerle al club el fichaje del pequeñín de la familia. Los tres hermanos vistieron la camisa rojiblanca del Granada. Ese día se hizo una buena recaudación para mermar las deudas del club, que era de lo que se trataba. Ni siquiera me acuerdo del resultado, pero sí de que fue la primera y la última vez que vi en persona a Diego Armando Maradona. No tengo una foto con él porque por entonces no existían los móviles.

De lo que me acuerdo muy bien fue de que en el descanso Carloto me contó anécdotas muy jugosas sobre la rivalidad entre el Granada y el Málaga. Una de las coletillas periodísticas suyas cuando el equipo perdía era esa de: "Salimos de Málaga y nos metimos en Malagón". Y de su boca oí la famosa anécdota del gato que lleva un aficionado granadino al campo vestido con una camiseta rojiblanca. Va a empezar un partido entre el Granada y el Málaga, un partido decisivo para las aspiraciones de ambos equipos. El aficionado suelta al gato y le pone delante de sus hocicos un enorme cartucho de papel de estraza lleno de boquerones. Entonces el animal la emprende vorazmente con ese pescado con cuyo nombre se conoce a los malagueños. "Así nos los vamos a comer", decía el aficionado ante la algarada generalizada del público.

Ramón Ramos, ese disco duro con decenas de megas de memoria, me cuenta que por entonces decirle ‘boquerón’ a un malagueño era un insulto. Los niños de su generación se reunían para gritarles ‘boquerones’ en plan despectivo a los vecinos de la Costa del Sol que venían a ver el partido.

Y es que hubo una época bien extendida en el tiempo, desde los inicios de Liga en los años treinta hasta inicios de los ochenta del pasado siglo en la que la rivalidad de Andalucía Oriental entre Granada CF y CD Málaga hizo correr ríos de tinta y episodios dignos de una tragicomedia, tanto en el rectángulo de juego como entre ambas aficiones. Pero además es que era una rivalidad que desbordaba la mera pasión futbolística. Anécdotas de dicho antagonismo las hay a montones.

El ladrillazo de Frasquito

El ocho de noviembre de 1941 amaneció con sol y anocheció lloviendo a mares. Ese día, según el cronista Paco Izquierdo, todos los aficionados al fútbol fueron a ver un partido entre el Granada y el Málaga, equipo que por entonces era el Malacitano. El árbitro del partido, el pobre, sabía de la rivalidad entre estas capitales, pero no sabía que podía llegar a tanto. El caso es que se le ocurre pitar un penalti contra el Granada cuando faltaba poco para pitar el final. Entonces un aficionado granadino llamado Frasquito el de Brácana le arreó un ladrillazo en pleno cráneo que lo dejó inconsciente. En la Casa de Socorro le dieron nada menos que veinte puntos. Aquel árbitro juró no volver nunca a Granada. De lo que le pasó a Frasquito el de Brácana en castigo por su acción, nada dicen las crónicas, pero sí que era un ejemplo de lo mal que por entonces se llevaban Granada y Málaga.

Ya en la temporada 1935/1936, durante la llamada Copa de la República, en un partido muy bronco varios aficionados granadinos y malagueños se enzarzaron en una pelea de tales dimensiones que bien hubiera podido ser el preludio de la Guerra Civil.

Alfredo Relaño, ese antropólogo del deporte rey, dice en esa rivalidad se remonta a tiempos ha, desde que el feroz defensa malagueño Chale le dio un mordisco en el cuello al extremo derecho Marín, del Granada, que había jugado en el Atlético y en el Real Madrid.

Un momento álgido de esa rivalidad fue en la temporada 48-49, cuando ambos estaban a punto de subir a primera. En la primera vuelta tenían que jugar en Granada, en la octava jornada. El Málaga iba líder, con seis partidos ganados, uno empatado y uno perdido, 28 goles a favor y siete en contra. Pero ese día, qué mala suerte, se celebraba también la procesión de Nuestra señora de las Angustias, patrona de Granada. Entonces el arzobispo entendió que ambos acontecimientos eran incompatibles y aconsejó que el partido se jugara otro día. En aquellos tiempos del arzobispado de Granada dependían los obispados de Guadix, Almería, Jaén y el mismo Málaga, por lo que el obispo de la provincia vecina (por entonces la Iglesia mandaba mucho) no tiene más remedio que aceptar lo que dice el jefe. La cosa sentó muy mal en Málaga. Hasta tal punto que se fletaron varios autobuses para que los aficionados malagueños vinieran a Granada a animar a su equipo. El viaje por carretera había que hacerlo a través de la Cuesta de la Reina, con veintitantos kilómetros de curvas cerradas. Atravesarlo llevaba al menos una hora y otras dos para llegar a Granada. En autocar el viaje podía durar hasta tres horas y media o cuatro horas. Una barbaridad. Al final el partido se jugó el lunes.

El campo estaba a reventar, con muchos malagueños en las gradas. Ganó el Granada en un partido con muchas faltas y poco vistoso gracias a un gol de Morales. Pero es que además numerosos coches de malagueños fueron apedreados por aficionados granadinos en el semáforo de La Chana cuando vuelven a su ciudad. En la vuelta fue la venganza del Málaga porque allí perdió el equipo nazarí por 5-0 y los granadinos que se atrevieron ir en coche a la capital de la Costa del Sol fueron igualmente apedreados: esta vez en la Cuesta de la Reina, en donde se habían apostado un buen número de malagueños esperando a que pasaran los aficionados del equipo rival. "Nos esperaban como los indios esperan al séptimo de caballería, escondidos detrás de las rocas", dijo un aficionado en unas declaraciones al diario Patria. Y es que el intercambio de insultos y pedradas era el denominador común entre ambas aficiones.

El malestar de los granadinos aumentó cuando al terminar la liga hubo un triple empate en cabeza entre el Real Sociedad, el Málaga y el Granada. Tenían que subir directamente dos. Subieron el Real Sociedad y el Málaga por el goal average. El 5-0 había sido definitivo. Aquello tocó el corazón de muchos aficionados granadinos, que se sintieron agraviados.

Ben Bareck, en el centro, con un niño que luego se convertiría en el fotógrafo Juan Ortiz.

La Cuesta de la Reina

El único futbolista malagueño que en los años cincuenta y sesenta se libraba de los silbidos de los aficionados granadinos era Ben Barek, que formó parte del club malacitano durante muchos años, pero que había estado jugando también con el Granada a mediados de los cincuenta. El futbolista marroquí había dejado aquí un buen recuerdo, sobre todo por su bondad y generosidad. Si alguien silbaba a Ben Barek cuando fallaba se exponía a recibir cientos de miradas recriminatorias en el estadio.

Otra anécdota sobre esa hostilidad entre ambos equipos, me cuenta Ramón Ramos, la protagonizó en un partido el defensa granadino Torres al darle una sonora bofetada a un ‘boquerón’ que quiso perder el tiempo alejando el balón en un saque de banda. Quedaba un par de minutos para que el árbitro pitara el final y el Málaga ganaba 1-2. Fue cuando Torres, después de darle tortazo al malagueño, sacó rápidamente y Almagro marcó para empatar el partido. O bien el árbitro no vio la agresión o bien no quiso meterse en problemas, pero el gol subió al marcador.

Chiste de Miranda

Martín Domingo, otro antropólogo del futbol, aunque éste local, recuerda cuando en la temporada 65-66 tuvieron que jugarse la promoción para ascender el Málaga y el Granada. El Málaga estaba en primera y si no ganaba al Granada bajaba a Segunda. El Granada estaba en Segunda y si ganaba subía a Primera. La ida se juega en Los Cármenes el 15 de mayo del 1966. Fue en esa ocasión cuando sucedió la anécdota del gato y los boquerones. Ese día el Granada ganó 2-1 y en la vuelta empataron a uno, por lo que fue el Granada el que subió a Primera y el Málaga el que bajó a Segunda. Hay un famoso chiste de Miranda en la que se ve a un par de granadinos sonrientes montados en un coche que van por la Cuesta de la Reina y le dicen a un aficionado malagueño: "Adiós amigo, la hemos bajado en segunda y la subimos en primera". Un chiste genial.

Relaño cuenta como al oír los tres pitidos, Barrenechea lanzó eufórico la pelota de un patadón a la grada. Cayó en el regazo de un hincha granadino residente en Torremolinos, de nombre Justo Sánchez, que saltó al campo, eufórico, a acompañar las celebraciones de los suyos. Nunca lo hubiera hecho: el masajista del Málaga, Dionisio Franco, le persiguió para arrebatárselo, esgrimiendo el argumento de que era propiedad del club.

¡Solo faltaba que después de mandarnos a Segunda nos robaran el balón! -decía el pobre masajista.

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