Objetivo: el pulpo de melide
GRANADINOS EN BUSCA DE LA COMPOSTELA (IV)
Los peregrinos ven en las pulperías gallegas una de las excusas perfectas para hacer el Camino de Santiago
En 'A Graña' alguien le ha quitado la virgulilla a la eñe, le ha puesto un acento a la 'a' y la ha convertido en 'A Graná'
Comienza el fin de semana y el Camino se llena aún más de peregrinos. A veces parece Puerta Real el día de la Virgen de las Angustias. Hay pesimistas que dicen que como esto siga así el Camino morirá de éxito. Sólo falta que a algún iluminado se le ocurra implantar una tasa del Camino y que todos los que quieran hacerlo tengan que pagar un impuesto.
Cuando entramos a una cafetería a desayunar está a rebosar. Son las seis y media de la mañana. La probabilidad de que el camarero (en este caso camarera) te vea es directamente proporcional al número de clientes que esperan ser atendidos. A más gente, más tienes que esperar. Soy yo el encargado de hacer el pedido y pego saltos a modo de banderillero que cita el toro para que la camarera me vea. Luego agito los brazos y dibujo cosas en el aire. La camarera me ve pero no me hace ni puto caso, debe pensar que hago movimientos con el brazo porque se me ha dormido o que estoy espantando una mosca. Hasta que la camarera ha captado mi gesto, ha procesado la información y ha interpretado que quiero hacer un pedido. Por fin. Cada uno queremos un tipo de café, un tipo de leche y un tipo de tostada, por lo que la sobrecarga de información vacía mi memoria y no me acuerdo de lo que quiere cada uno. Vuelvo a la mesa, pregunto de nuevo y esta vez lo apunto porque mi memoria solo tiene a estas horas de la mañana tres gigas y para el pedido se necesitan al menos cinco. A saber:
-Un café con leche, otro descafeinado, otro con leche desnatada, un Cola Cao, un té verde, media tostada de aceite, otra entera de mantequilla, media mixta de la parte de abajo, un croissant, media integral con aceite, un café con azúcar moreno, otro con sacarina… ¿Se acuerdan cuando antes todos pedíamos un café con leche y media de aceite?
Cuando por fin consigo hacer el pedido, José Manuel le pregunta a la camarera si las tostadas son muy grandes. La respuesta de la camarera es el famoso:
-Depende.
-Depende de qué.
-Del hambre que tenga. Si tiene mucha son pequeñas y si tiene poca son grandes -dice la barman con deje gallego.
El Cristo de Furelos
Conseguido el objetivo de calmar un poco el hambre mañanera, nos ponemos a andar. Las piernas responden perfectamente y nadie se queja de nada. A Antonio Luis le duele un poco la rodilla pero se ha tomado un ibuprofeno. Además, Palas del Rei-Melide es una de las etapas más cortas: 18,5 kilómetros. Esta vez tenemos que sacar los impermeables de la mochila porque empieza a lloviznar. Es una lluvia no intensa, pero mansa y caladera. Pese a eso, hace calor y el sudor se amontona debajo del pertrecho. Hay una neblina que hace más interesante y misterioso el Camino. A los lados, convertidos en padrones, el mundo sigue su avance. Hay bancos de niebla sobre el río, ratos de selva cerrada y desdeñosa, ratos de llanura desmontada con sus vacas y hay, de tanto en tanto, una pequeña aldea: Carballar, Alagua, Pallota… Las nubes siguen bajas y al fondo se ve un arcoíris. Hasta que llegamos a un poblado que hace que desenfundemos los móviles para la sesión de fotos. Se llama A Graña, pero en el letrero de la entrada alguien ha borrado la virgulilla de la eñe y le ha puesto un acento a la segunda 'a'. Así que se lee: A Graná.
Nos hace gracia y allí nos echamos una instantánea que enviamos enseguida a nuestros amigos y familiares. 'Ya estamos en Graná', decimos en nuestros respectivos comentarios.
Hemos pasado por una iglesia románica de finales del siglo XII que está en Xulián do Carmino y tiene un cementerio adjunto y una lápida incrustada en los sillares de la fachada principal. El Camino pasa por bosques deliciosos y envolventes hasta llegar a Casanova y Campanilla, que separa las provincias de Lugo. Otra iglesia (en esta ruta las hay a porrillo) las vemos en Leboreiro, es la de Santa María, con nave rectangular y la escultura de la Virgen en el frontispicio que viene con milagro incluido. Y es que por lo visto por muchas veces que los lugareños llevaban a la iglesia la Virgen encontrada al lado de una fuente, por las noches y de manera misteriosas volvía al lugar donde fue encontrada. También al lado de la iglesia hay un cabazo, que es como un hórreo pero hecho con varas de sauce y tapadera de paja.
En Furelos entramos en la iglesia por tres motivos: a) nos han dicho que el sello para conseguir la compostela allí es precioso. b) los bancos nos sirven para descansar un poco y c) contemplar el Cristo de Furelos, que es muy originar porque el brazo derecho lo tiene extendido hacia abajo ofreciéndoselo al peregrino. Aunque donde todo el mundo se hace una foto es en el puente de Furelos, construido sobre el río del mismo nombre con cuatro ojos de piedra que parecen contemplar el cambio de las costumbres de los peregrinos: ahora dicen 'pulpo' en vez de 'patata' cuando se hacen un selfie.
Disquisiciones en torno a un plato de pulpo
En Melide confluye el Camino Primitivo y el Francés, que es el que nosotros llevamos. En la plaza del Ayuntamiento está el Hospital de Peregrinos (que ha sido transformado en un Museo de la Tierra), la parroquia de Santa María y al menos tres pulperías a las que acuden prácticamente todos los peregrinos que por allí pasan. La más famosa se llama Ezequiel, un enorme mesón con mesas alargadas con cabida para cientos de clientes. Cuando llegamos, a eso de la una, Ezequiel está prácticamente lleno y hay que esperar. A la entrada el pulpo se cuece en grandes peroles y a nosotros se nos enciende el testigo del hambre. A Manolo se le ve entusiasmado con la manera de cocer el pulpo entero y la maestría del pulpero en hacerlo rodajas. Peter Godfrey-Smith, en su libro Otras mentes, dice que el pulpo es inteligente. No sabemos qué piensa pero sabemos que piensa. Les cuento a mis amigos que yo conocí al pulpo Paco, que estaba en el acuario de Almuñécar. Los visitantes se regocijaban viendo como el animal abría con sus tentáculos un bote de cristal en cuyo interior estaba la comida. Y Antonio nos habla de aquel pulpo que era capaz de adivinar quién iba a ganar en el campeonato de fútbol. Godfrey-Smith dice que el pulpo es lo más parecido que tenemos en la tierra a una mente extraterrestre. Y un tal Sy Montgomery ha escrito un libro que se llama El alma de un pulpo en el que estos bichos juegan, nos reconocen como individuos, miran cuando les señalas algo y hasta les gusta que le rasquen la cabeza.
-Pues si nos reconocen como individuos deben odiarnos porque aquí venimos todos a comer pulpo -dice Antonio Luis.
Como tardan en servirnos en el Ezequiel, nos vamos a otra pulpería que hay un poco más abajo. Se llama A Garnacha. La elegimos porque tiene nombre de uva y porque se parece al nombre que los romanos le dieron a Granada: Garnata. Y porque alguien nos dice que Ezequiel tiene la fama, pero que donde ponen mejor pulpo es allí. Tomamos una mesa y hacemos el pedido, esta vez sin extraños aspavientos de manos. Y mientras nos calzamos tres raciones con pimientos de padrón, tres de pulpo y nos echamos al coleto una botella de albariño y otra de godello, hablamos de si sufren las langostas que hay en un acuario cuando se les echa a cocer. Un temazo para discutir. Yo les digo que una vez leí que los mamíferos tenemos una parte en el cerebro, el córtex cerebral, en que se refleja nuestros miedos, angustias, terrores y dolores. Y que ese córtex no lo tienen los seres vivos que nosotros tenemos encuadrados bajo el concepto de mariscos. Para él, un cerdo sufre lo indecible al ser sacrificado, mientras una gamba no.
-Las langostas tienen que sufrir. Y si no tú echa una viva en una olla de agua caliente con intención de cocerla, verás como el animal hace todo lo posible por escapar de la olla. Y si tapas la olla verás cómo intenta levantar la tapa a empujones. ¿Acaso no es ese continuo batallar con las pinzas por salir de la olla un signo de dolor? -dice José Manuel.
-Es verdad. La langosta se comporta en este caso más o menos como nos comportaríamos los humanos si nos echaran agua hirviendo, con la excepción de que ellas no chillan y nosotros sí -dice Antonio Luis.
Ante tamañas refutaciones no tengo más remedio que pensar que lo que he leído es mentira.
Después de llenar la pitanza nos vamos al albergue a echar una siesta. Quien atiende es un chico desganado y flaco que nos da la correspondiente sábana de usar y tirar y nos cobra los seis euros de rigor. Hablando con él sobre las cosas que hay que ver en Melide nos pregunta si hemos probados el pulpo.
-No lo hemos probado, nos hemos hinchado -dice Manolo.
-¿En qué sitio?
-En La Garnacha.
-Pues no han ido ustedes al mejor. Ese y el Ezequiel es para turistas y peregrinos. La mejora pulpería de Melide es El Curro.
-Jo. Pues esta noche vamos al Curro. Hasta que nos salga el pulpo por las orejas.
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