Reflexiones sobre la autodestrucción en torno a Jesús del Valle

Puerta Principal de la Hacienda Jesús del Valle.
Andrés Cárdenas

31 de enero 2016 - 01:00

SI hay un lugar y un edificio que puede resumir la dejadez con la que se debe de perseguir un asunto para que acabe en la ignominia de la destrucción, ese es Jesús del Valle, un enclave patrimonial en estado de ruina y abandono situado en el corazón del valle del río Darro. Siempre que voy surge en mí una desazón interior parecida a cuando veo maltratar a un niño, a un perro o una estatua de Botero, pongamos por caso. Por eso cuando el otro día Harry me propuso (es la primera vez que él propone) ir al cortijo de Jesús del Valle, le dije que sí, pero con las reservas del que se quiere evitar un sufrimiento.

-¿Estás seguro que quieres que te lleve a Jesús del Valle?

-Sí. Decir a mí que es sitio bonito. Pleno valle.

-Bonito y triste, Harry. Bonito y triste.

Harry se vanagloria de haber subido varias veces al Diamond Hill de su país con viento huracanado, por eso una excursión de un máximo de cuatro horas (ida y vuelta con parada incluida) a él le parece "toser y cantar", como suele decir, aunque yo le rectifique y le diga que es "coser y cantar".

El caso es que para ir a Jesús del Valle quedamos en el Pilar del Toro de Plaza Nueva. A las ocho de la mañana. A esa hora el día aún no se ha desprendido del betún de la noche. El famoso frío de enero ha desaparecido este año: el termómetro marca diez grados. Harry lleva una pequeña mochila en la que ha echado queso, media tripa de salchichón y dos 'guinnes' en lata. Yo me disculpo porque no he echado nada. Ni siquiera el pan.

En el Paseo de los Tristes no hay nadie, solo los gatos y algún turista madrugador que no quiere perderse el amanecer desde el lugar que muchos viajeros románticos calificaron como "la calle más bella del mundo". El camino que cogemos es el del Sacromonte porque por el Avellano no se puede ir, llega un momento en que el camino se corta, usurpando al senderista poder caminar río arriba hacia nuestro lugar de destino. Le cuento a Harry que hay un proyecto de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir de recuperar aquella zona para los paseos que incluye algún que otro puente peatonal que conecte ambos márgenes de los ríos y que se pueda, por ejemplo, cruzar desde la Fuente del Avellano al Sacromonte.

-¿Haber dinero para el proyecto?

-Creo que sí Harry. Más de seis millones de euros. Pero es que hay otros problemas. Hubo personas que ocuparon de forma ilegal zonas de servidumbre del río y ahora para recuperarlas habrá que negociar con ellas. Pasarán años hasta que veamos realizado ese proyecto.

Tras pasar por las inmediaciones de la Abadía, un camino nos lleva a la margen derecha del río. Le cuento a Harry que el Darro en la época romana y especialmente musulmana mantenía una vigorosa conexión con la ciudad ya que atravesaba toda su traza urbana y era testigo del paso de viajeros que iban o venían del Levante, labradores, pastores, molineros, pescadores, bateadores de oro… Ahora el río de Granada se encuentra en muchos tramos tapado, bien por embovedados o bien por la maleza salvaje que provoca el descuido y el abandono.

Al terminar el Camino del Monte desaparece el asfalto y el valle se ensancha. El sendero está en buena parte encharcado con los restos de la lluvia de hace unos días. A Harry le gusta fotografiar los paisajes que se reflejan en los charcos y lo pasa pipa enfocando el agua. No hay senderistas a esa hora pero sí muchos ciclistas que nos piden que los dejemos pasar. Vamos caminando por la margen derecha hasta un pequeño vado que nos permite pasar al otro lado. Yo paso sin problemas a través de unas piedras pero Harry teme mojarse las zapatillas y desnuda sus pies hasta las pantorrillas para cruzar.

-Agua buena. No fría -dice Harry cuando pasa el río descalzo y con andares de pato mareado.

Caminamos casi medio kilómetro cuando llegamos a una especie de bosque de abetos. Harry se sorprende de que haya allí estos árboles porque dice que son propios de los países del norte. Yo le explico hay abetos porque por allí había unos viveros y aquellos ejemplares son de los que dejaron los dueños antes de marcharse.

-¡Aahhh! Ya extrañar a mí.

Por ese camino llega un momento en que no se puede seguir, por lo que tenemos que regresar y tomar el sendero de los olivares por el que se va normalmente. Observo en Harry un conato de rebelión cuando le digo que lo siento, que se tiene que descalzar otra vez para cruzar de nuevo al otro lado. Se mosquea pero al final no llega la sangre al río. Nunca mejor dicho.

Cuando llegamos por fin a la Hacienda, nos sentamos en uno de los hermosos plátanos que hay enfrente del edificio en ruinas y damos cuenta de las viandas que ha traído Harry. El irlandés mira el edificio y pregunta por qué está así. Y mientras llenamos la andorga le cuento el pasado y el presente de aquel estropicio.

La historia de aquel enorme edificio de muros ruinosos pintarrajeados y puerta en la que está 'proivido' el paso, es para enmarcarla y el estado tan lamentable en el que se encuentra puede servir de inspiración a la hora de hacer un tratado de cómo no se deben hacer las cosas. Aquello fue un convento de los jesuitas en el siglo XVII que tenía dos molinos, uno de aceite y otro de agua. Funcionó hasta la Desamortización de Mendizábal, en que pasó a ser propiedad municipal. Aquel era el camino original de entrada a la ciudad desde el Levante. A finales del siglo pasado el edificio quedó completamente deshabitado y pasó a propiedad privada. El promotor granadino Ávila Rojas, uno de los tres propietarios de los terrenos, vio la posibilidad de recuperar el lugar construyendo una especie de hospedería u hotel rural. El proyecto quedó varado porque ecologistas y movimientos ciudadanos temieron que en el lugar surgiera un foco de especulación. En el 2005 la Junta declaró a la Hacienda Bien de Interés Cultural y en 2010 los propietarios llegaron a presentar un proyecto de rehabilitación integral para convertir el antiguo edificio en un hotel rural de lujo. Este proyecto también quedó en aguas de borrajas. En 2011 el colectivo Ecologistas en Acción presentó denuncia ante la Fiscalía por el expolio de los bienes del cortijo y la dejación de funciones de los dueños en lo concerniente a las medidas de conservación. Meses después distintos colectivos ciudadanos sellaron un acuerdo para constituir la Plataforma de la Protección Integral del Valle del río Darro. La Junta mostró su interés por comprar los terrenos y surgió otro proyecto mucho más sostenible, pero llegó la crisis y ahora el edificio presenta un estado desolador, con los accesos tapiados y el interior en la más completa ruina.

Harry ha oído la historia en el más completo de los silencios, con los ojos puestos en el edificio y la mente sepa Dios en qué idea.

-¿Si ecologistas no denunciar el hotel se habría hecho? -me pregunta Harry.

-No sé. Temían que aquí después se construyeran más casas y edificios. En este país se ha especulado mucho con el terreno.

-Pero yo no entender. Mejor es que haya hotel nuevo que esta ruina… ¿no? Cualquier cosa mejor que como está. Yo creo que si hubiera bonito hotel, venir gente aquí… Caminos arreglados, paseo precioso…

-Sí, pero…

-¿Saber lo que dice escritor de mi patria Bernard Shaw? Que hombre razonable se adapta al mundo y el irrazonable intenta adaptar el mundo a sí mismo. Así pues, el progreso depende siempre del hombre irrazonable. Del más valiente. Nunca fiar de los que no dar paso adelante.

-Yo creo que aquí el refrán que viene al caso es que los unos por los otros la casa se ha quedado sin barrer. Y que lo que ha prevalecido es el carácter abúlico de los granadinos. No llegamos a valorar lo que tenemos.

-¡Pues despertad, joder! ¡Despertad! -recomienda Harry.

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