Pasado con presente incluido

Ricardo Martín, la abstracción del fotoperiodista

  • Después de trabajar en Patria e Ideal, formó parte del equipo de fotógrafos de El País

  • Estudió fotografía en Nueva York y fue editor gráfico de la revista Tiempo

  • Su exposición ‘Las caras del tiempo’, con rostros de personajes famosos, está recorriendo España.

Ricardo Martín, durante el encuentro.

Ricardo Martín, durante el encuentro. / Andrés Cárdenas

En La Alpujarra todavía existen ancianos que creen que si alguien le echa una fotografía le está robando el alma. Pueden que lleven razón y esa especie de exageración en estos tiempos en los que todos llevamos una cámara en el bolsillo y fotografiamos todo lo que vivimos, tenga una explicación. Ellos pueden pensar que la vida es solo un soplo por el que se crea el alma y si viene un fotógrafo y te atrapa ese soplo en el momento en que se manifiesta dicha alma, te la puede arrebatar.

El columnista Manuel Vicent lo expresa muy bien cuando habla de este entrevistado cuyo nombre saldrá al final de este párrafo. Lo llama ‘cazador de almas’ porque durante mucho tiempo se ha dedicado a cazar el alma de personajes del mundo de la política, el arte o la literatura, desde Victoria Abril a Adolfo Suárez, desde Concha Piquer a Moshen Dayan.

Eso sin olvidar la gran cantidad de imágenes que ha capturado en medio mundo en ese intento de obtener el momento que hace a una fotografía única e irrepetible. En su biografía caben frases de escritores e intelectuales que han trabajo con él o han visto cómo trabaja.

Fotografiando a la reina Sofía para la revista Tiempo. Fotografiando a la reina Sofía para la revista Tiempo.

Fotografiando a la reina Sofía para la revista Tiempo.

“Es un increíble explorador de los rostros humanos”, ha dicho de él Vicent. “Este fotógrafo, criado en los periódicos, tiene se pulso rápido del tiempo, esa destreza de cazador de atrapar lo inmediato”, ha escrito Antonio Muñoz Molina.

“Es un maestro, debería serlo para quienes quieren hacerse un hueco en el ahora más complicado mundo de la fotografía periodística”, dice Elvira Lindo. “El retratista literario de nuestro tiempo” lo ha llamado Fernando Delgado.

Actualmente, una exposición de sus retratos llamada ‘Las caras del tiempo’ está recorriendo España. Dentro de uno días estará en el Hay Festival de Segovia, luego irá a Málaga y en mayo estará en Valencia. Este fotógrafo se llama Ricardo Martín, hermano del siempre querido dibujante Paco Martín Morales.

En la Caleta de Salobreña

Por una carambola del destino, nos encontramos en un hotel cerca de La Caleta, en Salobreña, el mismo día y casi en el mismo sitio en el que él se casó hace 23 años. Ricardo Martín y Ana Gavin, directora de Relaciones Editoriales del Grupo Planeta contrajeron matrimonio en la pequeña iglesia del citado barrio salobreñero el 24 de agosto de 1996.

Con su madre. Con su madre.

Con su madre.

“Me acuerdo de que ese día todos estábamos mirando al cielo porque había posibilidades de que lloviera, pero al final no llovió”. Viene Ricardo hacia mí con su sonrisa de siempre y su porte elegante, a pesar de que su indumentaria es un sencillo polo verde y un pantalón granate. Lo primero que hace es enseñarme los brazos para que vea lo blancos que están y atestiguar que no le gusta la playa. Me confiesa que si todavía está en Salobreña es porque a Ana le encanta el trozo de costa del pueblo en el que nació su madre.

Tiene Ricardo, nacido en Granada en 1973, cierto aire de veterano seductor al que le sonrojan los halagos. Si se habla con él por primera vez, posiblemente acuda en el interlocutor esa inquietud del que se siente empequeñecido por su trayectoria laboral. Pero cuando aparecen su sonrisa y su humildad, se desvanece cualquier atisbo de lejanía. Ricardo y yo somos viejos amigos y alguna vez que otra he recalado en su casa que tiene en La Alpujarra, concretamente en Almegíjar, donde pasó parte de su niñez y a donde le gusta ir siempre que su alma tiene déficit de campo y de silencio.

-Mi padre era guardia civil que ejercía en Motil y mi madre era maestra que fue destinada a Notáez, un anejo de Almegíjar. Allí pasé parte de mi infancia, en pleno campo y en plena naturaleza. En la escuela los niños iban por la mañana y las niñas por la tarde, y yo iba con las niñas porque la maestra era mi madre. Aún tengo buenas amigas que fueron conmigo a la escuela, como Mari Carmen Alcaraz, con la que jugaba a ser novios. Era rubia, muy guapa y tenía los ojos azules. Una mis travesuras, según me recordó ella hace unos días, era mojarle las trenzas en el tintero. Jajajaja. Aún no se utilizaba el bolígrafo y escribíamos mojando la pluma en los tinteros que había en los pupitres. Y recuerdo también la leche en polvo y el queso tipo cheddar que nos enviaban los americanos, productos que iban destinados a paliar la pésima alimentación de los niños de entonces. Por lo demás mi infancia fue de mucho corretear por el campo. Fue mi madre la que nos inculcó a Paco y a mí la afición por el dibujo. Ella me regaló mi primera acuarela y recuerdo a mi hermano Paco, siete años mayor que yo, dibujar con ahínco desde muy pequeño cualquier papel que encontraba. Yo admiraba las cosas que pintaba. Él me enseñó a nadar y a montar en bicicleta. Todavía recuerdo su voz cuando un día que agarraba la bicicleta por detrás para que no me cayera, gritó: ¡Ricardito, ya vas solo, ya vas solo…!

La compra de la Leica

Tiene Ricardo ocho o nueve años cuando a su madre la trasladan a Motril. Hasta allí se va él con la jaula del canario y su gata Pepa. Estudia hasta que cumple los catorce años en el Colegio Virgen de la Cabeza. Poco después su madre vuelve a Almegíjar, donde se jubilaría, y el padre envía a sus dos hijos a estudiar a Granada.

En su etapa de El País. En su etapa de El País.

En su etapa de El País.

-Mi hermano se vino a Granada a estudiar Perito Industrial y yo me vine con él. Vivimos en un piso en los Vergeles. Cuando termine el Preu quise hacer Periodismo en Madrid, pero mi padre dijo que debía elegir una carrera que se pudiera estudiar en Granada. Así que me matriculé en Derecho. Pero a mí no me gustaba y me compré una Leica con la que me dediqué a hacer fotos por la calle. Me encantaban los detalles y lo mismo fotografiaba una vieja tomando el sol que un perro meando en las ruedas de un coche. Eran instantes de la ciudad. Un día le presenté mis fotos a Eduardo Molina Fajardo, el director de Patria, y me ofreció publicar las fotos que hiciera con un breve comentario que yo escribiera sobre ellas. ¡Y me pagaba 30 pesetas por cada una! Me di cuenta entonces de que podía ganar dinero con aquella dedicación y empecé a tomármelo en serio. Allí estuve hasta que me llamó Melchor Sáiz-Pardo para que formara parte de la plantilla de Ideal. Entré con un sueldo de 8.500 pesetas.

En Ideal formó un tándem perfecto con Antonio Ramos Espejo, que hacía reportajes para todos los periódicos de la cadena Edica. Eran un binomio necesario para contar bien las cosas. Memorables son sus fotos en aquel viaje que ambos hicieron en autobús hasta Frankfurt con emigrantes andaluces para contar sus precarias condiciones de vida. O el recorrido que ambos hicieron por los conventos de clausura de toda España. O la catástrofe de La Rábita, donde murieron más de cincuenta personas a causa de la riada en 1973.

-Es uno de los recuerdos que siempre me han acompañado: la vista de un montón de ataúdes puestos en fila y el llanto de la gente por la desgracia que había pasado. Aquello fue terrible. El agua arrasó casas y vidas de manera lamentable. Antonio y yo estuvimos bajando y subiendo a Granada durante varios días cubriendo aquel suceso.

Quiero ser periodista

En 1974 muere su padre y Ricardo Martín se marcha a Madrid para estudiar Ciencias de la Información. Su ilusión era ser periodista. Vivía en Madrid con su hermano Paco, cada vez más inseparables a pesar de la diferencia de edad. Cuando termina, vuelve a Granada a hacer prácticas en el diario Patria. Cuando muere Franco en 1975 él ya forma parte de la plantilla del periódico del Movimiento. Allí sigue hasta 1976 en que es fichado por El País, un periódico liberal recién salido que revolucionaría la forma de hacer periodismo en el solar patrio.

-Nuestro paisano Fermín Vílchez, que diseñaba periódicos, fue el que me dijo que en El País estaban buscando fotógrafos. Preparé un dossier con lo que había hecho y se lo presenté a César Lucas, el jefe de fotografía. Me contrataron enseguida. Por entonces había mucha materia informativa. Comenzaba en España la Transición y las fotos que se publicaban en El País debían de resumir cualquier noticia. Fue cuando en los periódicos comenzaron a lucir las fotografías y lo que empezó a llamarse fotoperiodismo. El fotógrafo iba a un acto o a un acontecimiento y debía de mirar y pensar mucho a la hora de captar ese momento que pudiera emocionar al lector. César Lucas encargaba a cada fotógrafo el trabajo para el que él creía que estaba más capacitado. A mí hizo que me especializarse en los retratos y me encargaba casi todas las entrevistas. Aunque luego también hacía reportajes y cubría sucesos. Hice de todo menos Deportes. Creo que solo una vez fui enviado a un acontecimiento deportivo.

Eran tiempos muy agitados en los que en Madrid se sucedían las manifestaciones y atentados terroristas. Muchos recordamos aquella foto en primera página de un coche con el cristal de atrás roto en la que se veía la gorra de Cristóbal Colón de Carvajal salpicada de sangre: el vicealmirante había muerto en un atentado terrorista y esa fue la mejor manera que vio Ricardo Martín para decirlo.

Con su hermano Paco cuando tenía cuatro años. Con su hermano Paco cuando tenía cuatro años.

Con su hermano Paco cuando tenía cuatro años.

-Muchas veces los fotógrafos corríamos peligros, pero yo me abstraía. No piensas en lo que te pueda pasar y solo tienes el reto de hacer la mejor fotografía para verla al día siguiente publicada en el periódico con tu nombre. Eso nos da una gran satisfacción. Ante esas situaciones conflictivas, solo funcionaba mi mirada atenta lo que tenía por delante. Fuera de mí todo era silencio, sólo oía los clics de la cámara.

El campo

Los amigos de Ricardo Martín siempre hemos sabido de él que es una persona de culo inquieto, como se les llama a esos profesionales que siempre están queriendo explorar nuevos caminos. Ricardo es puro deseo insatisfecho. A los ocho años de estar en El País, su jefe Juan Luis Cebrián le avala para conseguir una beca para irse a Nueva York. Durante nuestra charla me confiesa que él necesitaba descansar un poco de la vorágine informativa que había vivido.

Acababa de ganar las elecciones Felipe González cuando Ricardo Martín recala en la ciudad de los rascacielos. Allí quería en realidad estudiar Televisión, pero se dio cuenta de que no le gustaba aquel medio. Así que asiste a cursos sobre fotografía en los que los profesores son Avedon, Steven Meisel o Helmut Newton, entre otros.

-En Nueva York se mastica la soledad, pero yo me rodeé de buenos amigos españoles y americanos. Fue una época frívola y divertida. Éramos jóvenes y organizábamos encuentros con el deseo de beber y ligar. Pero tenía claro que debía de volver a España, cosa que hice dos años después. Volví a El País, donde tenía el puesto reservado, pero al poco tiempo me llamó Julián Lago para trabajar con él en la revista Tiempo. Allí fui editor gráfico. En 1990 me llamaron del diario Ya para trabajar como redactor jefe de fotografía. Los empresarios vascos del grupo Correo que lo había adquirido quería reflotarlo. Pero aquella aventura duró muy poco y a partir de ahí decidí seguir trabajando de manera independiente en distintas publicaciones.

Con Ricardo la mañana pasa rápidamente. Recordamos nombres, personas y situaciones que hemos vivido juntos. Cuando dos veteranos periodistas se juntan se convierten en unos abuelos cebolletas con cientos de batallitas que contar. Coincidimos, eso sí, en que vivimos los mejores tiempos del Periodismo, a la vez con una época convulsa donde por primera vez los periodistas teníamos muchas ganas de contar la verdad.

Pero Ricardo no está anclado en absoluto en el pasado. Tiene nuevos proyectos. Me cuenta que lo último que ha hecho han sido fotos para la revista literaria Mercurio, recién desaparecida, donde se encargaba de orientar sus portadas y de orientar sus portadas. Dice que se ha acogido a la jubilación activa porque quiere un resquicio para seguir creando.

Cuando voy a hacer la fotografía para este trabajo, me aconseja el mejor sitio y me da ciertas instrucciones. Eso sí, ahora, según me confiesa, todo lo vive con más calma, esa calma que ha sido siempre su mayor ambición. Parece haber desistido de cualquier lucha y ha abolido todos sus deseos para vivir más feliz, al menos más tranquilo. Me cuenta que le gusta leer, dibujar y salir al campo.

-¿Sabes? Tengo siempre unas ganas terribles de estar en el campo. Ahora me voy a Madrid, pero en octubre vuelvo a la casa que fue de mi abuela en Almegíjar.

-En octubre estaré yo por la Alpujarra. En otoño siempre voy.

-Pues allí nos vemos.

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