Walter Starkie, el irlandés con alma de gitano
El hispanista visitó Granada en los años veinte y treinta y plasmó en 'Don Gypsi' sus vivencias alhambreñas Frecuentó el prostíbulo de La Bizcocha, donde ofrecía conciertos nocturnos
TROTAMUNDOS, conversador, gordo, amante de las artes y de la buena vida, franquista y, como buen irlandés, católico. Walter Starkie (Lilliney, Dublín, 1894-Madrid, 1976), fundador y primer director del British Council en Madrid, recorrió España acompañado de su inseparable violín en la primera mitad del siglo XX. Este nuevo George Borrow dejó testimonio de sus experiencias en amenos libros de viajes, entre ellos Aventuras de un irlandés en España, en el que se muestra como un profundo conocedor de la vida y la historia españolas. Admirador de Cervantes y traductor al inglés del Quijote y de varios autores españoles, llegó a ser una autoridad en el estudio de los gitanos, cuya lengua, el romaní, hablaba con fluidez. Hijo de un helenista y traductor de Aristófanes, creció rodeado de artistas. Su padrino fue tutor de Oscar Wilde y, por sugerencia del poeta Yeats, dirigió el Abbey Theatre de Dublín. Su hermana Enid es autora de la que aún se considera la mejor biografía de Rimbaud. Walter y Enid Starkie pertenecían a un familia dublinesa conocida por sus excentricidades y sus actitudes artísticas. Fue adicto a las tertulias y proclive al nomadismo, lo que hizo de él un viajero, especialmente a Italia, donde combatió durante la Primera Guerra Mundial, Grecia, Rumanía, Marruecos o España, adonde llegó por vez primera en 1920.
Pretendió ser violinista y llegó a cosechar distinciones musicales, pero su padre le animó a reorientar su carrera. De ese modo, llegó a ser el primer profesor de español e italiano del Trinity College. Tras años de viajes, en 1940 llegó a Madrid a la edad de 45 años para fundar el Instituto Británico. "Fue un músico extraordinario, además de un escritor y comunicador excepcional; tenía alma de gitano", escribe su biógrafa Jacqueline Hurtley. "Fue capaz de iluminar los días más oscuros de la guerra organizando en Madrid emotivos conciertos y exposiciones", señala Hurtley, una actividad que no cesó en sus años del Británico, que convirtió en un centro cultural, gracias a su popularidad y amistad con figuras como Ortega y Gasset, Unamuno, Falla, Zuloaga, Menéndez Pidal, Baroja, Pérez de Ayala o Cela, con los que llegó formar una tertulia de escritores y artistas en el Instituto. "A los españoles les gustaba mi padre y nuestra familia porque a nosotros nos gustaban ellos", dijo su hija, Alma Starkie.
Walter Starkie plasmó sus vivencias como viajero y músico en varios libros, siendo quizás el más citado Don Gypsy. Escrito en 1935 y publicado al año siguiente, conoció una primera edición española en 1944, que fue editada en facsímil por la Diputación de Granada en 1985. El libro está dedicado "a la memoria de Conchita Supervía", la mezzosoprano española fallecida en Londres en marzo de 1936. Muñoz Molina, prologuista del facsímil, señala que el protagonista de Don Gitano atendía a sus distintas inclinaciones: "En Granada, durante el día visita la Alhambra y la catedral e incluso acude devotamente al carmen de don Manuel de Falla, pero de noche, cuando se encienden como pupilas las luces de La Manigua, se pierde en ella y bebe y toca el violín en casa de la Bizcocha".
Rafael del Pino, en una serie de reportajes sobre Falla y los personajes que le visitaran publicados en la desaparecida cabecera La Opinión de Granada, relató el encuentro del irlandés con el británico. Walter Starkie visitó a Falla en un primer viaje a Granada en 1921, cuando el compositor gaditano vivía aún en la Calle Real de la Alhambra. Pasarían años hasta el siguiente encuentro entre el viajero irlandés y el músico afincado en Granada, "y en el intervalo su rostro se había vuelto más delicado y etéreo. Recordé cuando vi por vez primera, en 1921, al creador de la bravía Danza del fuego y de El sombrero de tres picos: un intelectual poseído por los demonios andaluces. Ahora su rostro parecía el de un monje ascético, cuya vida se compartiese entre las meditaciones de la celda y el cuidado de su jardín". En un terreno más musicológico, Starkie escribe también de Falla: "Su música recuerda la brillante concisión de Domenico Scarlatti, arraigada en un profundo sentimiento de raza. Es moderno, respecto a la música de su país, en la misma proporción que Debussy y Ravel lo son de la francesa, y Bela Bartok y Kodaly de la húngara.
"Nunca he visto una ciudad tan llena de músicos pobres como Granada. Aquí y allá veía músicos tocando a las puertas de las casas, en los soportales junto a los comercios y en las callejuelas. Todos tocaban la bandurria, que es el instrumento 'par excellence' para el vagabundo. A mí me sorprendía ver que entre tanto músico era difícil encontrar alguno que no fuese ciego", escribió el irlandés. En una de aquellas incursiones nocturnas por las callejuelas de La Manigua, don Gitano vio venir de frente a un ciego tanteando con su bastón: "No era ningún astroso tocaor, sino una imponente, aristocrática figura, ataviada con una negra capa que caía de sus hombros a la manera clásica". Se trataba de Pepe Ruiz, quien condujo al alter ego de Walter Starkie hasta la Casa de Redención de Ciegos: "Era como la providencia de los tocaores de Granada, porque los proveía de instrumentos a cualquier hora del día o de la noche".
Don Pepe se consideraba a sí mismo "un aristócrata de la guitarra" frente a los "rascatripas miserables", para quienes "la guitarra es simplemente el pretexto legal para mendigar 'perras gordas'. No alienta en ellos el espíritu de la música". ¿A qué se debía el elevado número de músicos en la ciudad de Granada? "Raros serán los que hayan nacido y se hayan criado en Granada. La mayoría son víctimas de la mala suerte. Eran obreros de las minas de Almería que se quedaron ciegos con los gases. Para un ciego no hay más recursos que la música", contestó don Pepe, mientras ya llegaban a la casa de la Bizcocha, burdel que tenía a gala el gusto por la música.
El viajero irlandés también quedó deslumbrado por la belleza de la Alhambra: "Charlando apaciblemente subimos por el camino que conduce a la Alhambra. Sus torres, entradas y ruinosas tapias, rodeadas por una gran riqueza de vegetación, daban una impresión de melancolía. Sentí como si innumerables duendecillos vigilantes saliesen de las torres en espera del anochecer, hora en que descienden a los patios y, murmurando, se reúnen alrededor de las fuentes misteriosas… Siguiendo a Mariano de sala en sala pensaba en los concurridos zocos de Tetuán; y en Xauen en lo alto de su verde colina donde los cantores moros añoran lastimeramente los jardines y patios de la Alhambra, que los de su raza perdieron. Pero en África hay ruido, movimiento, vocerío y vitalidad. Aquí, en cambio, las flores brotan sobre una tumba. No se oye nada salvo el murmullo de las fuentes, el zumbido de los insectos y el blando murmullo de las palomas en la Torre de Comares".
Aunque Starkie no termina de ser claro con respecto a su postura política en la sociedad española de la década de los treinta, sí se supo que el escritor apoyaba la sublevación encabezada por el General Franco. En Don Gypsy, atiende a varias tertulias políticas en Guadix y observa el enfrentamiento entre ambos bandos. Parece dejar entrever su inclinación favorable al movimiento golpista al presentar el descontento de Francisco Borrachera, uno de los gitanos con los que se encuentra en La Alhambra, sobre lo que en ese momento era para él la República.
A partir de 1940 se vio inmerso en una difícil misión cultural y diplomática, ya que a finales de ese año regresó a España como representante del British Council y director del recién creado Instituto Británico en Madrid. España vivía entonces de lleno su posguerra. El Gobierno franquista sospechaba las intenciones propagandísticas del British Council. Eran años de espionaje y contraespionaje. Starkie, que desarrolló esta delicada función en Madrid hasta 1955, se sirvió en no pocas ocasiones de conciertos y veladas musicales para limar asperezas entre los propios españoles y entre éstos y los británicos.
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